Columpio

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Era una tarde común y corriente en la Isla de Sooga. Pucca corría tras Garu como siempre mientras este intentaba huir de ella a toda costa. Pero de repente, en medio de plena persecución, Pucca divisó algo que llamó su atención y la hizo frenar su andar en seco.

Al darse cuenta de que ella se había detenido, Garu también lo hizo. La miró curioso, preguntandose qué habría pasado para que dejara de perseguirlo tan abruptamente, sobre todo cuando no le faltaba mucho para alcanzarlo. Sin saber muy bien qué hacer exactamente, se quedó quieto esperando que ella hiciera algún movimiento.

Pucca desvió su mirada hacia él y le sonrió, lo que lo puso en alerta. Pero en lugar de corretearlo otra vez, lo invito a que se acercara haciendo se?as con su mano. El ninja la miró con desconfianza. Conocía muy bien las artima?as de Pucca para atraparlo, ?acaso sería una trampa para que bajara la guardia?

Cautelosamente se acercó despacio hacia ella, atento a cualquier indicio que le indicará que Pucca lo atraparía.

Pero ella no hizo eso. Le se?alo columpios que estaban a unos metros de ellos, que parecía que tenían a?os ahí. Olvidados y oxidados. Garu se preguntó qué hacían en medio del prado, prácticamente alejados de toda sociedad. Sin duda no había sido el lugar más inteligente para ponerlos.

Pucca, por su parte, estaba emocionada por haberlos encontrado. Se acercó a uno de ellos, se sentó y comenzó a columpiarse. Primero empezó lento, para asegurarse que resistiría. Cuando vio que el viejo columpio no presentó más problemas que el chirrido de las viejas cadenas que lo sostenían, comenzó a mecerse con más seguridad.

El ninja se quedó parado bobamente mirándola columpiarse sin saber muy bien qué hacer. ?Debía irse? Era la oportunidad perfecta para huir ya que Pucca estaba distraída con su nuevo descubrimiento. Y no quería quedarse ahí sin hacer nada cuando podría aprovechar ese tiempo para cosas más importantes cómo entrenar o meditar.

Sin embargo, antes de que pudiera tomar su decisión, Pucca detuvo su columpiar y lo invitó a que él también lo hiciera junto con ella. Garu rechazó inmediatamente la propuesta negando con la cabeza. ?Cómo se iba él a columpiar como si fuera un ni?ato de ocho a?os? ?l ya estaba bastante grande y maduro como para hacer algo tan infantil.

Pero Pucca no se dio por vencida. Tomó el columpio vacío a su lado, y lo movió con insistencia para animarlo a que se sentara. Pero fue en vano. La chica resopló, inflando sus mejillas con frustración por lo terco y obstinado que era su ninja, además de orgulloso. Encogiéndose de hombros, continuó columpiándose esta vez con más ímpetu. Podía sentir como el vértigo le hacía cosquillas en su estómago cada vez que se elevaba, y eso la hacía sentirse feliz. Como si estuviera volando, como si fuera una ni?a otra vez.

Garu miró como se columpiaba cada vez más alto, y se sorprendió al sentir un leve atisbo de envidia en su interior al ver como ella parecía divertirse de lo lindo. ?l recordaba la sensación de estar en un columpio, sentir esa sensación de libertad y de desafiar las leyes de la gravedad, y la idea que al principio le pareció tonta comenzó a volverse atractiva.

Mientras tanto, Pucca seguía columpiándose con los ojos cerrados disfrutando aún más de sentir el aire en su rostro. Pero el chirrido de unas cadenas ajenas a las de su columpio la hizo abrir los ojos y detenerse de inmediato. A su lado, Garu comenzaba a columpiarse despacio, evitando mirarla a toda costa e intentando proteger la poca dignidad que sentía en ese momento. Ella dejó salir una risita al ver el bochorno del ninja, y sin decir nada continuó meciéndose a la par de él.

Poco a poco el chico dejaba de sentir pena y comenzaba a soltarse un poco más, sintiéndose relajado con la agradable sensación. Tal vez era algo infantil, pero no podía negar que se la estaba pasando bien.

Conforme ambos tomaban más velocidad, Pucca lo retó con la mirada para ver quién llegaba más alto. Y por supuesto, Garu no rechazaba ningún reto. Comenzó la amigable competencia, ambos esforzándose en agarrar vuelo para salir ganadores. Tan entretenidos estaban, que no se percataron que las cadenas de sus columpios comenzaron a chirriar con más fuerza, y que los tubos que las sostenían empezaron a estremecerse. Bueno, al menos hasta que fue muy tarde.

Los columpios se soltaron y ambos cayeron de sentón al suelo.

― Auch ― se quejó Pucca. Garu la miró sorprendido y adolorido. En un segundo estaban en el cielo, y al otro se habían estrellado en el piso con muy poca gracia.

Al ver la cara desencajada del ninja, Pucca comenzó a reírse. La situación había sido muy cómica, y la expresión de Garu era la cereza en el pastel.

El ninja la miró con el ce?o fruncido por burlarse de él, pero al verla reír con tantas ganas poco a poco su semblante se relajó y no pudo evitar sonreír y reírse un poco de la situación él mismo. Era una tontería, toda la situación lo había sido, pero la risa de Pucca era contagiosa. Pocas veces la había escuchado carcajearse de esa forma, y de alguna forma escucharla reír así lo hacía sentirse del mismo modo.

Esa noche, Garu se acostó en su futon adolorido pero extra?amente satisfecho, y lo último que pasó por su mente antes de dormir fue el rostro risue?o de Pucca y la sensación de estar volando.