Espacio Vacío

Después de a?os de cargar con mi armadura lamelar, finalmente siento el suave roce del kimono sobre mi piel. No pesa, no lastima como lo hacía la armadura. Me siento desnuda con, el cuerpo, acostumbrado a llevar espadas y arcos, ahora se siente ligero, aliviado por primera vez en mucho tiempo.

Cuando por fin soy capaz de levantar la vista, me doy cuenta de que no soy yo la que está frente al espejo. Mi piel, ahora suave, limpia de mugre y sangre brilla bajo la capa de pintura blanca. Los labios están pintados de un rojo demasiado vivo, creo que extra?o la sangre. Mis ojos ahora son enmarcados por gruesas pinceladas negras. El cabello es tan corto que es imposible peinarlo como quisiera, se limitan a dejarlo caer enmarcando mi rostro. Finalmente las damas ajustan una gruesa cinta dorada al kimono fucsia. Se supone que es para adornar mi cuerpo, pero me siento más atrapada que nunca. Son ataduras que no deberían ser tan bellas.

No tiene sentido, jamás imaginé volver a usar esta ropa, cuando el emperador pidió verme, nunca pensé que sería para esto, creí que después de todo lo que he hecho no volverían a tratarme así.

?Qué tonta fui! Guerrera o no, soy mujer después de todo.

—Te ves hermosa Hua- me dice Mei, la más confiable de mis damas. Las demás asienten y hacen una elegante reverencia, mientras salen una tras otra, justo cuando el emperador entra en la habitación.

Mei es la última en salir, al hacerlo me dedica una última mirada compasiva. Ha pasado en los últimos días, el emperador, sin ningún tipo de formalidad se acerca a mí y empieza a besar mi clavícula, sube por el cuello hasta llegar a mi cara, eventualmente a mis labios. Después me obliga a tumbarme sobre las finas telas y almohadones dispuestos a mi espalda, arranca mis prendas; nuevamente me despoja de la poca humanidad que me queda.

Aquí es donde me desconecto, mi mente se va a un lugar en el que me pertenece, aunque mi cuerpo ya no lo sea, aunque nunca lo haya sido, en ese lugar pienso en la última plática que tuve con la emperatriz y en qué hacer al respecto.

Tal vez Khan crea que puede fortalecer su linaje teniéndote a ti, entiende esto Xian: mientras yo esté aquí, me encargaré de que ningún un hijo tuyo conozca lo que es el amor de una madre.

Dicho esto, salió de mis aposentos con sus damas pisándole los talones. Jamás volvería a dormir ni un día de su vida si supiera las múltiples formas que conozco para matar y que no requieren ni una sola arma.

No puedo hacer nada, si peleo mi familia lo pagará muy caro. Después de todo lo que he hecho por ellos, es mejor que me recuerden como la heroína que alguna vez fui y no como lo que soy ahora.

Cuando el emperador se va, Mei entra corriendo a la habitación. Me quita la poca tela raída que queda de mi kimono y lo hace a un lado, mientras envuelve mi cuerpo mancillado con una simple bata de algodón, enseguida sale de la habitación, regresa en sólo unos minutos con un té de hierbas, la misma bebida que he estado evitando desde hace semanas. No puedo dejar que la emperatriz lo sepa. Mei lee la verdad en mis ojos y se pone a llorar sobre mi regazo.


Después de otras dos semanas viviendo lo mismo con el emperador, el curandero– papá de Mei– le dijo al emperador que alguna herida de guerra me hacia imposible poder concebir. Después de eso dejó de venir a verme. Ahora pasaba todos los días en el ala asignada para las concubinas, tocaba el koto, tejía, comía, y comía más cuando Mei me llevaba comida a escondidas. También hablaba horas con Quiang, el eunuco encargado de cuidarme en las noches, que resultó ser el Quiang con el que jugábamos mi hermano y yo a los 4 a?os, él y Mei resultaron ser la mejor familia que jamás esperé encontrar aquí. Ella se robaba los dulces de la cocina, me los dejaba todas las ma?anas junto a mi almohada y cuando no había otros eunucos o guardias cerca Quiang entraba, jugábamos mah-jongg hasta que me quedaba dormida y él se ponía a trenzar mi cabello.

Mi extrema delgadez fundida al gran manto del traje tradicional Pien-fu que estaba obligada a usar, hacía demasiado fácil que mi embarazo pasara desapercibido. A los siete meses apenas se notaba, mi vientre tenía la vaga forma de un peque?o melón. Todo iba mejor de lo que había esperado…hasta que cumplí los nueve meses. Había pasado una semana más de la fecha esperada y por alguna razón mi bebé se negaba a salir, tal vez era por mi mismo miedo a que la emperatriz lo descubriera, si se lo decía al emperador se lo llevarían de mi lado para criarlo como guerrero o como una gran dama de China. Harían de él o ella todo lo que jamás quise para mí. Nacería sin libertad, como todos nosotros, si la emperatriz se enteraba: era capaz de matarlo aún estando en mi vientre. No sabía qué hacer, el tiempo se agotaba.

Después del almuerzo, la emperatriz fue a pasar un tiempo con nosotras, más bien con las concubinas que representaban una alianza con dinastías poderosas. Aún así, todas debíamos permanecer en silencio, como si nos interesaran los temas de discusión de su majestad.

Estaba en eso, cuando sentí algo caliente entre las piernas. Primero pensé que el bebé se había movido, presionado mi vejiga forzando la salida de orina otra vez. Eso creí hasta que un dolor insoportable golpeó mi estómago, me quitó el aliento y me hizo doblarme por la mitad. Mei debió ver el dolor en mis ojos, ya que se empezó a acercar lo más rápido que pudo, sin llamar la atención. Después me tomó de los hombros y, prácticamente cargándome, me levantó del piso y comenzamos a caminar hacia la puerta.

—?Adónde podrías ir "Xian"?

Ese nombre otra vez, su significado era "cautiva" y sabía que me hervía la sangre cada vez que lo pronunciaba. Las risas de las otras concubinas resonaron por las paredes de la sala, inundando cada fibra de mi cuerpo.

En ese momento los dolores se detuvieron dándome fuerza suficiente para incorporarme y desafiarla, viéndola a los ojos.

—El Emperador me llama, mi Se?ora.

Sentí la tensión y el miedo de Mei junto a mí, yo también estaba muerta de miedo. Temía por mi bebé. La emperatriz se limitó a apretar sus labios en una fina línea, me despidió con un ademán de su mano e inmediatamente se volteó a seguir su platica con las demás concubinas. Cuando salimos de la sala, tuve que mantenerme erguida y sin expresar emoción alguna. Mei se mantuvo a mi lado con su brazo bajo el mío. No habíamos dado ni dos pasos, cuando Quiang ya se encontraba corriendo a mis espaldas.

Mei me llevaba a mis aposentos, seguí caminando, ahí sería el primer lugar donde me buscarían. El dolor era demasiado cuando llegamos a los jardines traseros y Quiang tuvo que cargarme y correr hacia los establos, fuera de las puertas del palacio. Me llevó por una gran cantidad de pasillos, pero él sabía dónde no había guardias y mis dolores no hacían más que incrementar con cada paso que daba. ?l se disculpaba cada vez que soltaba un gemido de dolor.

Cuando llegamos, me metieron en un espacio vacío y me colocaron sobre un montón de paja. Quiang se colocó junto a mí y tomó mi mano, mientras Mei recibió al bebé, en cuclillas, frente a mí. Los dolores fueron terribles, peor que la vez que una espada casi me perfora un pulmón. Hacían que me desmayara y me despertara una y otra vez, hasta la última…cuando vi a mi bebé, un varón lleno de sangre, en los brazos de Mei. Soltó el grito más fuerte que halla escuchado. Era la fuerte voz de un guerrero, justo como yo.

Apenas lo sostuve en mis brazos y supe que jamás podría odiarlo, fuera quién fuera su padre, yo le había dado vida. Sólo importábamos él y yo.

Zhao, el que está por encima y más allá de todo. Así lo llamaría, no podía quedarse aquí, no podría vivir conmigo…No lo vería crecer, ni dar sus primeros pasos, o correr por los campos como alguna vez lo hice. Jamás lo escucharía reír…jamás lo escucharía llamarme mamá.

Lo apreté contra mi pecho, besé su peque?a cabeza, mientras lloraba por el futuro que nunca tendría. Cuando alcé la vista vi a Quiang, supe lo que quería, supe quién sería su padre.

?Zhao- le dije mientras puse a mi bebé en sus brazos.

?Wǒ quán shēn xīn de ài nǐ, te quiero con todo mi corazón- me dijo, mientras junto su frente contra la mía y sus lágrimas cayeron sobre las mías.

?Bǎo zhóng, cuídate.

Fue lo último que le dije antes de que envolviera a Zhao en uno de mis mantos, subió a un caballo alejándose de mí por última vez. No podía decirle que lo amaba, ?cómo amar a alguien que no volvería a ver?, sólo lo haría más doloroso. Empezaba a levantarme cuando escuchamos pasos que se detenían frente a los establos. En segundos, la guardia personal de la emperatriz llenaba la habitación. Al final entró ella, flanqueada de un par más. Cuando vio mis piernas llenas de sangre, sus pupilas se dilataron y sus ojos brillaron como nunca lo habían hecho.

??Dónde está?

No respondí, bastó con una simple mirada suya para que uno de sus guardias se acercara y golpeara mi vientre con la empu?adura de su espada. Mientras escuchaba los gritos de Mei, ahora apresada, caí al piso, apretando mis manos contra la herida y peleando por encontrar un poco de aire.

??Dónde está?- volvió a exigirme, mientras su cara se retorcía de enojo.

Indiferente a lo que pudiera pasarme, giré y escupí su fino kimono.

?Llévenla con el emperador.


El cuerpo de Mei yacía frente a mí, aquellos peque?os y sinceros ojos llenos de lágrimas y su boca abierta por un grito interrumpido. Ya no podía hacer nada, sino pude salvar a Mei, sí salvaría a mi hijo. Lo que pasara conmigo, no importaba.

Tirada, con mi cuerpo lleno de cortes, frente al emperador, ya no sentía dolor alguno. Sólo lo que era capaz de recordar.

El viento acariciando mi rostro mientras cabalgaba por los valles de China, el brillo de mi ciudad con el sol reflejado sobre la nieve, la sonrisa y los consejos de mi padre; la paciencia y el amor de mi madre, la camaradería y constante apoyo de mi hermano. Los suaves dedos de Quiang entrelazándose con los míos y la forma en que me miraba cuando creía que dormía, la hermana guardiana que encontré en Mei. Todo se iría conmigo, haría el dolor a un lado.

Cerré los ojos.