Había prometido que lo próximo que escribiría sería la segunda mitad del epílogo de Réquiem por un Loud, pero después de prácticamente dos meses preparando exámenes para la universidad, la verdad es que necesitaba escribir algo más ligero, y en cuanto me senté a escribir esto, no pude detenerme hasta terminarlo.

Esta historia es la segunda dentro de mi Heroverse, después de "Ace Savvy: Una Nueva Esperanza". No es necesario haber leído esa historia para comprender esta, pero si les gusta la idea de estos personajes con superpoderes, recomiendo que le den una oportunidad a esa otra historia.

La idea es que esta serie sea como el Marvel Cinematic Universe, con historias independientes pero interconectadas que eventualmente lleven a un crossover entre todas. Ojalá les interese, y si lo leen, pues que les guste, ja.

Sin nada más que agregar, les dejo la primera entrega de esta nueva historia. Saludos!


Capítulo 1:
Start of something new

Odio a los metahumanos.

Los héroes son preferibles a los villanos claramente, pero en lo que a mí concierne, no son merecedores de ninguna clase de aprecio o reverencial tratamiento.

Siempre me pareció gracioso que la gente hablase de una "maldición" en Royal Woods que evita que tengamos héroes. Para mí es una bendición: muy rara vez aparecen villanos, y no tenemos héroes que se paseen por la ciudad, destrozando todo en sus luchas por hacer espectáculos de colores y explosiones para demostrar sus poderes.

Veo las noticias del resto de las ciudades; donde quiera que haya enfrentamientos entre héroes y villanos, gente común y corriente resulta herida. Hay ciudades incluso donde son los metahumanos quienes gobiernan. A veces, son villanos que se hicieron con el control por la fuerza. En otras ocasiones, héroes que supuestamente fueron votados, pero no me creo la idea de que la gente haga algo así. ?Qué clase de persona votaría a un miembro de una élite social que no los representa en absoluto?

En Royal Woods vivimos más que bien. Ocasionalmente aparece algún villano que roba el banco o ataca alguna tienda, pero suelen irse en seguida por miedo a la "maldición", y nuestras vidas continúan lo más bien. Me gusta así.

A ver, siendo un poco más racional, no es que tenga algo contra los metahumanos en sí. Nadie elige serlo. No puedo odiar a alguien por circunstancias que están fuera de su control. Estoy seguro que hay muchísimos metahumanos que viven sus vidas como humanos regulares, y con ellos no tengo ningún problema.

Lo que detesto son aquellos que usan sus poderes activamente. Para hacer el mal, o para los que se dicen a sí mismos que hacen el bien. Nadie debería usarlos. En mi interior sé que el mundo sería mucho mejor si todos los metahumanos ocultaran sus poderes.

Como yo.

Mi nombre es Luna Morrison. Soy una metahumana y esta es mi historia.


Podría decirse que el gran eje conductor de mi vida es la música. Desde peque?a ha sido mi gran pasión, el hobby que me dio fuerzas para seguir adelante cuando más lo necesitaba, lo que evitó que me perdiera en la incierta oscuridad de la depresión. Es también parte de mi maldición, una cruz que he de cargar, pero que he aprendido a aceptar como una parte de mí de la que no puedo despegarme.

Verán, la música está conectada a mis poderes, y no es algo que pueda renunciar o desactivar, precisamente.

Créanme; lo he intentado.

Desde aquella maldita noche en la que los poderes se manifestaron por primera vez, supe que me acompa?arían por siempre. Tras incontables meses que no son más que una nebulosa en mi memoria, comprendí que sólo tenía dos opciones: continuar odiándome por el resto de mis días, o aceptar aquella parte de mi vida y seguir adelante de la mejor manera posible. Era un constante recordatorio de la pesada mochila metahumana que cargaba, pero por lo menos me permitía disfrutar de peque?os placeres.

Como aquel viernes después de la escuela, cuando practicaba con la clase de música. Chicos de distintos a?os de la secundaria de Royal Woods nos reuníamos todos los martes y viernes para ensayar. En total éramos veintidós estudiantes y nuestro profesor, el se?or Budden. Nos habíamos organizado en una peque?a orquesta, con instrumentos de cuerda, algunos de viento, percusión… Nos ajustábamos a lo que teníamos.

En especial yo. Podía tocar cualquier instrumento, incluso aquellos que nunca había tocado antes siempre y cuando tuviera un poco de tiempo para familiarizarme con la técnica. Ya saben, unos diez o quince minutos. Yo era prácticamente el comodín de la clase, aunque siempre acababa relegada al piano.

—Necesito que te encargues de la melodía, Luna —me decía el se?or Budden—. Es la base de las piezas, y necesito alguien confiable que guíe al resto de la banda.

Yo no tenía problema; tocar el piano me fascinaba. Me hacía sentir libre. La sensibilidad con la que tocaba era un escape perfecto para mis emociones.

Y así ensayábamos, preparando peque?os conciertos para la escuela, o como hacíamos en aquel momento, la música que el club de teatro necesitaba para su musical de primavera.

Eran piezas cortas y sencillas, al menos para mí, pero requeríamos de constante práctica para perfeccionar cualquier error y asegurarnos de estar listos. Faltaban apenas un par de semanas para el gran día, y todavía había mucho que pulir.

Muuucho que pulir...

— ?Eso sonó fantástico! —Dijo Ethan, en el clarinete. Se lo veía muy feliz. ?l solía ser bastante inseguro, así que decidí no comentarle que se había adelantado un tiempo en el compás dieciséis.

—Lo tenemos totalmente dominado —agregó Cindy, quien no parecía darse cuenta de que la tercera cuerda de su violín estaba casi un semitono por encima de la afinación estándar.

Estábamos llenos de esas peque?as imperfecciones, pero nadie más parecía notarlas. Quizás el se?or Budden, pero él era de esos profesores que no exigían perfección sino más bien que sus alumnos dieran lo mejor de sí. Si notaba la mínima desafinación en un violín, no lo diría en voz alta a menos que fuera algo grave. Se conformaba con un buen producto.

Ese conformismo me resultaba patético, pero entendía que no todos experimentaban la música como yo lo hacía. No era su culpa.

— ?Eso estuvo fabuloso, chicos! —Dijo nuestro director de orquesta, aplaudiendo con emoción— Creo que con eso ya podemos pasar a la siguiente pieza. Vayamos con Breaking Free.

Me senté más erguida, de repente entusiasmada y tratando de contener mi emoción. Las palmas de mi mano parecían querer comenzar a sudar, y las froté nerviosamente contra las mangas de la camisa de franela púrpura que llevaba. Respiré hondo y me aseguré de no dejar que se notase lo ansiosa que estaba.

Breaking Free era la pieza más emocional de la obra, justo durante el clímax donde los protagonistas dejan atrás sus ataduras y se entregan por completo a la música y al otro. Era un dueto de piano y el chelo principal, lo cual significaba que era una pieza íntima entre Carol Pingrey y yo.

Carol era una alumna de último a?o, dos más que yo, y sin lugar a dudas la chica más popular de la secundaria. Prácticamente un cliché andante: rubia, hermosa, popular, adinerada. Caminaba por los pasillos de la escuela como si le pertenecieran, su barbilla siempre alta sin cruzar la mirada con los estudiantes de bajo prestigio. Llegaba a la escuela en el coche deportivo que sus padres le habían regalado para sus Dulces Dieciséis, almorzaba con las porristas, caminaba junto a los futbolistas más talentosos y rudos. Excepto Sully, por supuesto, quien era demasiado informal y rebelde como para formar parte de ese grupo selecto de la élite escolar.

La había odiado durante toda mi vida en la escuela, como solía odiar a los populares engreídos que creen estar por encima de los plebeyos. Y luego la había oído tocar, y de repente mi mirada sobre ella cambió por completo.

Allí se encontraba, sentada en su taburete, revisando las cuerdas de su chelo. Perfectamente afinadas, como confirmaban mis oídos y poderes. Se colocó en posición y me dirigió una mirada neutra, esperando mi introducción.

Me aterraba sostenerle la mirada. Temía que leyera mi mente o algo así. En cambio, miré al profesor.

—A mi se?al.

Hizo un gesto con las manos, levantándolas en el aire. Las subió un poco más acompa?adas de un gesto de su cabeza, y en cuanto las bajó, comencé a tocar.

Las suaves notas de la introducción comenzaron a resonar dentro de la sala de ensayo. Con cada tecla que apretaba, un peque?o martillo en el interior del piano golpeaba una cuerda, la cual vibraba, y el sonido generado se transmitía por el aire en todas direcciones. Cerré los ojos y dejé que la música me rodeara, sintiéndola en el aire a mi alrededor.

No sólo con mis oídos, sino con mis poderes.

—Hermoso —dijo alguien, impresionado.

Después de cuatro compases, Carol se sumó con el chelo. Cada nota estaba precisamente medida, con la vibración justa, afinada a la perfección. Armonizaba con mi base, perfectamente complementadas, y la satisfacción que generaba en mi interior era imposible de describir.

Hay magia en la música, y mis poderes me permiten verla. En cierta forma, es casi matemático; hay un ritmo, un tempo, una lógica detrás de ella, como un hermoso algoritmo. La gente común tiene un cierto entendimiento. Sabe detectar cuando hay una armonía, y nota algo raro cuando ocurre una imperfección. Yo voy más allá. Entiendo la fórmula. La veo. La siento. Cada peque?a e imperceptible variación en el timbre, en el tono, en la intensidad. Tocan las fibras íntimas de mi ser, se conectan con mi alma.

Carol Pingrey era una chelista increíblemente talentosa. Probablemente la intérprete más profesional y capaz que había conocido en persona. La música que creaba era impoluta, y más aún, estaba cargada de sentimiento. Entre las dos, el resultado era una música sublime, objetivamente hablando.

Quizás Carol no era consciente de ello, pero entre nosotras se formaba un vínculo muy especial cada vez que tocábamos juntas. Es difícil de explicar. ?Saben cómo al bailar con una persona entablas una conversación sin hablar? Si la tomas de la mano notas ciertas cosas. Peque?as se?ales que te indican cuándo moverte, cuándo dar un paso, cuando girar, cuando liderar y cuando dejarte llevar por la iniciativa de la otra persona. Una química especial, un vínculo emocional.

Mis poderes tenían dos usos, uno pasivo y uno activo. El pasivo era experimentar y sentir esos vínculos entre la música y las personas, especialmente entre intérpretes y la música que ellos mismos generan. De alguna forma, sabía las emociones con las que las personas tocaban.

En aquel momento, por ejemplo, Carol sentía determinación. Cada nota que tocaba estaba medida, intencionada, preparada para sonar a la perfección. Era una pieza fundamentalmente emocional, pero ella se distanciaba de ese sentimiento. Su obsesión era alcanzar la perfección, la precisión técnica. Era un poco intimidante, pero más que nada, era realmente asombroso. Me llenaba de un sentimiento de apreciación, respeto incluso.

Cada vez que tocaba esta pieza con ella no podía sino dejarme llevar por la majestuosidad del vínculo que generábamos. Era una conexión íntima que ella nunca sentiría, pero que me llenaba de emoción. Sólo tenía que tener cuidado de que el componente activo de mis poderes no se manifestara.

Lo último que quería era proyectar esos vergonzosos sentimientos a todos los presentes.

Continuamos tocando, y aunque tenía los ojos cerrados para dejarme llevar por la música, sentía la mirada de todos los presentes en Carol y en mí. Incluso sin superpoderes, la energía de nuestra música debía tener algún tipo de impacto en ellos.

No era una pieza larga, y en menos de cuatro minutos, presioné el acorde final mientras Carol dejaba que la última nota se desvaneciera suavemente.

Sólo entonces me atreví a mirarla. Sus ojos azules apuntaban en mi dirección, cruzándose con los míos, color café mundano. Mantuvimos el contacto visual por unos largos segundos e hice mi mejor esfuerzo por sonreírle.

Ella asintió suavemente con la cabeza, con su pétreo rostro fijo en una expresión neutra, y volteó a ver al profesor. El se?or Budden nos miraba con lágrimas en los ojos.

Abrió la boca para felicitarnos, pero un enérgico aplauso desde el otro extremo de la sala lo interrumpió.

— ?Maldita sea, eso sí que estuvo genial! —Dijo con emoción mi mejor amiga. Llevaba una chaqueta negra sobre una remera blanca, jeans púrpuras rotos a la altura de las rodillas, y un gorro de lana azul. Aplaudía y movía la cabeza con energía, haciendo que tanto sus aretes como su melena rubia con un mechón pintado de cian se agitaran.

Sonreí.

— ?Sam Sharp, cuida tu vocabulario en horario de clase! —Le advirtió el se?or Budden, volteándose con cierto enfado.

—Pero su clase termina a las tres —retrucó Sam, arremangando su chaqueta y observando el reloj imaginario de su mu?eca—, y ya son las tres cero siete. Técnicamente, el horario de escuela acabó. O sea que puedo decir lo que se me dé la maldita gana.

Oí algunas risas y algunos bufidos de fastidio. Por el rabillo del ojo vi que Carol ponía los ojos en blanco y negaba la cabeza en un gesto de desaprobación.

—Sam, te dije que me esperases afuera —le dije en voz alta.

— ?Me veo como alguien que siga órdenes? —Preguntó, recostándose hacia atrás y poniendo las botas sobre el respaldo de una silla cercana.

Me golpeé la cara con la palma de la mano.

—Sólo… ve con los chicos. En seguida los alcanzo —le dije, un tanto avergonzada por tener que pasar por esto… otra vez.

Sam estudió mi rostro por un segundo antes de echar la cabeza hacia atrás y dejar escapar un dramático suspiro. Se puso de pie y me dio un saludo militar.

— ?Se?or, sí, se?or! —Dijo, antes de alejarse hacia la puerta con las extremidades rígidas, marchando como un soldado de juguete.

El se?or Budden se volteó a mirarme con una ceja alzada. Me limité a encogerme de hombros.

—Vaya, ?el tiempo sí que vuela cuando uno se divierte! Esto estuvo genial, chicos. ?Gran trabajo de todos! Los espero el martes para el primer ensayo con el grupo de teatro. Sigan practicando en sus casas.

Todos comenzaron a guardar sus instrumentos. El piano que yo usaba no era mío, era de la escuela, así que sólo tomé mi mochila y me preparé para salir del salón. Mientras caminaba hacia la puerta, pasé junto a Carol, quien colocaba con cuidado su chelo dentro del estuche.

Reduje la velocidad. Quería hablar con ella. Felicitarla por otra clase en la que había destacado. En un mundo ideal, después de aquel cumplido le diría lo mucho que disfrutaba tocar con ella. Le haría saber la explosión de mariposas en mi estómago, le hablaría de la armonía de nuestros instrumentos, del vínculo que sentía. Quizás, incluso, le diría lo linda que le quedaba aquella blusa...

Levantó la mirada hacia mí cuando pasé cerca.

De inmediato miré al frente y me alejé, caminando a toda velocidad. ?En qué estaba pensando? Carol Pingrey no tenía tiempo para detenerse a hablar con una chica dos a?os menor. No le importaba lo que tuviera para decirle, yo no era popular como ella, nunca me prestaría ningún tipo de atención.

Suspiré mientras abría la puerta del salón. El hecho de que yo sintiera una conexión con nuestra música no significaba que ella lo hiciera también. Esa… intimidad que compartíamos era sólo producto de mis poderes. Tenía que dejar de pensar en estupideces, controlar mis sentimientos y ser realista. Para ella, yo no era más que la pianista que tocaba la base para su chelo. So?ar en algo más que ello era un sinsentido.

— ?D-Déjenme en paz!

Volteé en dirección al auditorio. Junto a las puertas, un par de jugadores del equipo de fútbol americano de la escuela estaban probándose unas máscaras de teatro. Eran las típicas caras de comedia y tragedia, de un cartón o plástico barato pintado de dorado. Estaban poniéndoselas con los elásticos por detrás de la cabeza, uno riendo a carcajadas falsas y el otro imitando un llanto. Un grupo de porristas y chicas populares los miraban desde el pasillo, riendo y filmando con un teléfono celular.

— ?P-Por favor, son frágiles! —Les rogaba una chica, probablemente parte del grupo de teatro.

— ?Frágiles como mis sentimientos! —Decía Tragedia. A juzgar por su voz, era Roger, el capitán del equipo.

— ?No es gracioso!

— ?Por supuesto que lo es! ?Yo sé todo sobre gracioso! —Intervino Comedia, haciendo un ridículo paso de baile que hizo que sus amigas rieran.

Apreté los pu?os. Pocas cosas me molestaban más que personas aprovechándose de otras. Los chicos populares eran los peores. Siempre burlándose de los más chicos de la secundaria, tratándolos como su fuente de entretenimiento. Más peque?os, más frágiles, menos propensos a defenderse o resistirse a las burlas.

Aquella chica, que apenas si le llegaba al pecho a los futbolistas, pareció comprender que detenerlos estaba fuera de su alcance. Con una mirada derrotada, retrocedió un paso contra la pared, bajando la cabeza y abrazando unos papeles —supuse que el guión de la obra— contra su pecho.

Me partió el corazón verla así. Di un paso hacia allí para decirles que la dejaran en paz, pero me detuve. ?De qué me serviría interferir, realmente? No me harían caso. Probablemente pasarían a molestarme a mí, y no había nada que pudiera hacer. ?Golpearlos? Eso no iba a terminar bien. Sully los conocía, sin embargo. Quizás debería ir a buscarlo y pedirle que los detuviera. No era parte de su grupo cercano, pero eran compa?eros de equipo, lo escucharían, ?no?

En los largos segundos que tomé para decidirme por un plan de acción, Carol salió de la sala de música y pasó de largo de mí. Se dirigió directamente hacia ellos, cargando con el estuche de su chelo. Se detuvo junto a los dos idiotas, y extendió el estuche hacia uno de ellos.

—Roger, deja de hacerte el imbécil y ayúdame a llevar esto a mi auto.

—Wowowow, Pingrey, ?me ves cara de montacargas? —Dijo, quitándose la máscara de Tragedia. Su compa?ero lo imitó.

—Yo soy la que pone la casa para la fiesta esta noche, así que si no quieres quedarte fuera, lo mínimo que puedes hacer es ayudar a una dama con su pesada carga —respondió con frialdad.

Roger sonrió.

—Como diga, su Majestad.

Tanto él como el otro futbolista lanzaron al aire las máscaras, y se alejaron junto con Carol y el resto de las chicas populares hacia el estacionamiento de la escuela. La chica del club de teatro trató de atraparlas, pero en el proceso dejó caer el guión de la obra, y pronto el pasillo estaba cubierto de hojas blancas.

Sólo entonces decidí ayudarla. Una vez que el peligro inmediato ya había pasado. Muy valiente, Luna. Muy valiente.

Se sobresaltó cuando me vio acercarme. Se la veía aterrada. No sabía su nombre, ni a qué clase iba, pero parecía ser de mi edad, quizás un a?o menor. Vestía unas botas marrones, una falda rosa, una especie de ma?anita amarilla con botones a la altura del pecho, y una boina color vinotinto. Era curioso, la ropa parecía muy excéntrica, pero aún así había algo en la chica que la hacía ver… apagada.

Quizás eran sus ojeras. O su piel pálida. Parecía tímida. Cuando comencé a recoger algunas de las hojas para ayudarla, se llevó una mano a su cabello, a la cola de caballo casta?o clara que le colgaba por sobre un hombro.

—No te preocupes, no te voy a hacer nada —le aseguré, lo cual pareció calmarla—. Son unos idiotas. No les hagas caso.

—No es como que pueda hacer algo —murmuró, y en ese momento noté que llevaba frenos.

—Sí, bueno, parece así a veces… pero no hay que dejar que los bravucones se salgan con la suya —le dije, consciente de que yo había tenido la oportunidad de intervenir y la había dejado pasar como una cobarde.

—Siempre se salen con la suya. Tienen que salirse con la suya —respondió, recogiendo la máscara de Tragedia y observándola con detenimiento—. Son los más populares, los mejores. No pueden permitir que nos olvidemos de ello, porque si no les prestáramos tanta atención, no serían lo que son. Por eso nos molestan, para recordarnos que son mejores que nosotros. Es el papel que les toca.

Alcé las cejas mientras le pasaba las hojas que había recogido. Era una forma un tanto triste de pensar en los roles que teníamos en la secundaria. No estaba seguro de estar de acuerdo con ella.

—Bueno, quizás ellos lo vean así, pero no significa que tú tengas que soportar que te molesten.

Tomó las hojas de mi mano y me miró. Por un instante, en sus ojos noté una sombra de odio que me dio un escalofrío. Un instante después, sin embargo, lo único que veía era una chica asustada.

?Me había imaginado lo otro?

—No es algo que yo pueda elegir —respondió, tomando las máscaras y colocándolas sobre las hojas del guión—. Sólo me queda hacer lo posible por pasar desapercibida y que no me presten atención.

—Pero…

— ?Oye, Luna! —Me llamó Sam.

Me puse de pie y volteé a verla. Estaba acercándose junto a Mazzy y Sully.

— ?Ya voy! —Les dije— Escucha, lamento no…

La chica ya no estaba en el pasillo. Me dirigí a mis amigos, frunciendo el ce?o. ?Se iba sin siquiera decirme adiós o darme las gracias? Bueno, no es como que hubiera sido de mucha ayuda contra los chicos populares, pero al menos había colaborado con las hojas del guión. Además, quizás estuviera asumiendo mucho, pero parecía el tipo de persona que estaba necesitada de conversaciones.

Ni siquiera me había dicho su nombre.

—Vamos, ?por qué te tardaste tanto? —Preguntó Mazzy cuando llegó a mi lado, acercándose y colocando un brazo alrededor de mis hombros.

—Estábamos ensayando —le respondí, abrazándola brevemente como saludo—. El musical de primavera es en dos semanas. Hay que asegurarse que todo salga bien.

—No es como que te haga falta la práctica. Ya eres la mejor de todas —me dijo Sully, sonriéndome con esa mirada confiada que siempre llevaba consigo. Era un gran amigo, una de las personas más positivas que conocía, y definitivamente alguien con el autoestima muy alto.

Era genial ser amigo de alguien como él. Deseaba que su actitud fuera contagiosa, y yo pudiera ser tan feliz conmigo misma como él lo era.

—Oh, no seas tonto Sully —dijo Sam, caminando en círculos a mi alrededor—. Luna no va a la clase de música para ensayar. Va para poder compartir sus momentos musicales con Carol Pingrey~.

Me puse roja como un tomate, y me sacudí a Mazzy mientras comenzaba a caminar hacia la calle.

— ?A veces me pregunto por qué no te doy en adopción, Sam! Pero luego recuerdo que nadie más tiene la paciencia para soportarte, así que estoy atada a ti.

—Aw, o sea que sí te importo —dijo, poniéndose a mi lado y abrazándome de costado—. Ahora, ?qué tengo que hacer para que me hagas ojitos como a Carol?

—Eres insufrible.

—Esa es una forma muy rara de pronunciar "indispensable".

— ?Carol, en serio? —Preguntó Sully— ?Desde cuándo es tu tipo?

— ?No es mi tipo!

—Es decir, es hermosa, no me malentiendas…

— ?Perdón? —Lo interrumpió Mazzy— ?Hay algo que quieras compartirle a la clase, Sully?

—La única chica hermosa que me importa eres tú, nena —dijo él, dándole un rápido beso en los labios—. Pero vamos, no me pidas que sea ciego.

—Sí, Carol es muy atractiva —admitió ella, rodeando la cintura de su novio con un brazo—, pero es una harpía. Tiene el corazón de piedra.

—Siempre imaginé que tu tipo sería un poco más… rebelde, Luna.

—Rebelde y asombrosa —a?adió Sam, se?alándose con un pulgar y gui?ándome un ojo. Le bajé el gorro hasta cubrir su rostro.

—Carol no es mi tipo —dije a rega?adientes, mis mejillas ardiendo como una hoguera—. Es una frívola, engreída, insoportable. Toca bien el chelo pero nunca tendría una conversación con ella. Además, ?es dos a?os mayor!

—Eso no nos detuvo a Sully y a mí.

—Yo… lo sé.

—Está bien, Luna, no te preocupes. Tu secreto está a salvo con nosotros.

—No hay ningún secreto, Sam.

—Por supuesto que no. No hay nada.

Me gui?ó el ojo dos veces en un gesto exagerado. Resoplé.

Llegados a la esquina, nos detuvimos un segundo. Sully y Mazzy se irían a la casa de él a pasar el resto del día. Sam me acompa?aría hasta mi casa, que quedaba de camino a la suya.

— ?Van a ir al juego ma?ana? —Preguntó Sully.

—Sí, claro —respondió Sam—. La violencia de dos grupos de adolescentes llenos de testosterona atacándose por un balón es una fuente confiable de entretenimiento. Tienes mi apoyo.

—Sí, yo también iré —agregué.

—Por supuesto: Carol estará allí —insinuó Sam con una sonrisa.

—Ya cállate —dije, comenzando a enfadarme.

—Bueno, tengan o no motivos egoístas para ir a apoyarme, siempre me alegra verlas en las gradas. Les dedicaré un punto si marco.

—O un golpe.

—O un golpe, Sam. Te dedicaré un golpe.

Sully y Mazzy se despidieron de nosotras, alejándose en la dirección opuesta a la que Sam y yo comenzamos a caminar en silencio.

—No me gusta Carol —dije tras unos segundos—. ?De acuerdo? No es nada.

— ?Estás segura? —Me preguntó, ya no con tono de burla, sino con sinceridad. Ahora que estábamos solas, podía dejar de lado su faceta despreocupada y payasesca para ponerse en modo mejor amiga.

—Sí. Ni siquiera la conozco como persona. Sólo… Es difícil de explicar, es…

—Sientes la conexión cuando tocan juntas, ?no es así? —Preguntó en un susurro, mirando alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie.

Sam era, fuera de mi familia, la única persona que estaba al tanto de mis poderes. Se lo había contado mucho tiempo atrás, y sabía que podía confiar en ella.

—Sí. Siento… como si nuestras almas se tomaran de la mano. Pero sólo es música, no es la realidad. Es una cosa mía.

—Es decir… No sabes eso, Luna. Si sientes que hay algo, ?ve por ello!

—Sí, claro, como si tuviera alguna posibilidad —bufé, mirando a mis pies mientras caminaba.

—Hey, ?no bajes la cabeza! —Me recriminó Sam, adelantándose frente a mí, tomándome por los hombros, y obligándome a que la mire a los ojos— No te menosprecies. Eres muy carismática, hermosa, amigable, graciosa, ?y súper talentosa! Carol Pingrey debería sentirse afortunada de tener a alguien tan genial como tú detrás de ella.

Me sonrojé ligeramente, y tomé una de las manos de Sam.

—Gracias, Sam… Pero algunas fantasías son sólo eso.

Comprendió que no iba a hacerme cambiar de parecer, por lo que se encogió de hombros, y continuamos caminando hasta llegar a mi casa. Lo que no sabía es que ella estaba dándome el peor veneno que una persona podía darme en aquella situación: esperanza. Alimentaba esa peque?a parte irracional dentro de mi corazón que no se rendía, que creía que, quizás, había una oportunidad después de todo.

Hablamos de otras cosas hasta que se despidió y me dejó en la puerta de mi casa. Tomé mi llave y me preparé para abrir, pero las trabas de la puerta rechinaron desde dentro, y mi papá abrió la puerta, recibiéndome con una cálida sonrisa.

Chunk no era mi padre biológico, pero no me importaba. Cuando era una bebé, mi madre biológica había decidido que yo no valía la pena el sacrificio, y una noche me dejó con el primer matrimonio que encontró. Desde entonces, Chunk me había criado, y yo le tenía el mayor de los respetos y aprecio. Era gracias a él que yo tenía un techo y comida, y el amor incondicional que me tenía como si fuera su hija biológica me había ayudado a recomponerme tras aquel período de depresión.

Por supuesto, en parte eso sólo alimentaba el sentimiento de culpa, pero de igual manera que mis poderes, esa era una mochila que ya había asumido que nunca lograría quitarme de encima.

— ?Chunk! Yo, uh, no esperaba que estuvieras en casa tan pronto —dije con nerviosismo, entrando a la sala.

No me esperaba que él tratara de abrazarme, por lo que no me detuve al caminar, lo que creó un muy incómodo momento en el que Chunk tuvo que detenerse a mitad de camino, y yo me detuve en mi lugar.

—Uh, sí, no había mucho trabajo hoy y nos dejaron salir antes —explicó, cerrando la puerta y rascándose la cabeza en un gesto de incomodidad—. ?Cómo estuvo la escuela?

—Bien, bien —respondí, desviando la mirada hacia el resto de la casa. Mis ojos cayeron en la cocina, donde encontré que los trastes del desayuno estaban limpios — ?Oh, lo siento! Se nos hizo tarde y no llegué a lavar los platos, pensaba hacerlo ahora antes de que tú llegaras.

—No hay problema, yo…

— ?Quieres que pase la aspiradora? Puedo limpiar la sala.

—Luna…

—Y puedo cocinar la cena esta noche. Tú puedes relajarte, mirar una serie, no tienes que preocuparte por…

—Luna —dijo, colocando una mano en mi hombro y sonriéndome para detenerme—. Lavé los platos porque no tenía nada más que hacer. No tienes que pagar tu estadía aquí. Eres mi hija.

Suspiré, frotando uno de mis brazos.

—Lo sé.

—Entonces no te preocupes. Yo me encargo de los platos. Tú sólo… relájate. Diviértete.

—Sí. Lo haré. Gracias, Chunk.

Dudé durante un instante antes de darle un abrazo que él inmediatamente me correspondió. Chunk era el padre perfecto, siempre llenándome de amor y contención. Escuchándome cuando lo necesitaba, dejándome tomar mis propias decisiones y apoyándome en todo momento.

Chunk no merecía todo el dolor que le había causado.

Me separé y traté de sonreírle.

—Iré a mi habitación. Quiero practicar un poco y… ya sabes.

—Sí, claro. Ve tranquila.

Asentí en silencio y me dirigí hacia el pasillo de mi habitación.

—Oh, por cierto —dijo Chunk tras unos segundos—, dile a tu hermana que ajuste el termostato.

Apreté mis pu?os. Sabía lo que eso significaba.

Abrí la puerta de mi habitación y desde el umbral arrojé la mochila sobre mi cama. Luego me dirigí hacia la puerta de mi hermana y me detuve justo por fuera. Eché una mirada al picaporte metálico, y noté un poco de condensación en él. Por debajo de la puerta, aire frío se escapaba, materializándose como peque?as volutas de humo azulado.

Suspiré, tratando de calmarme para no ser agresiva o mostrarme demasiado enfadada. Ella no necesitaba de mis rega?os o que la demonizara. Era injusto de mi parte. Era una gran ni?a y estaba experimentando con cambios a los que no estaba acostumbrada.

?Creen que la pubertad es complicada?

Mi pu?o se cerró sobre el picaporte congelado y abrí la puerta de la habitación de mi hermana. Era tiempo para una charla de metahumana a metahumana.