Disclaimer: D. Gray-Maná no me pertenece.


Vicio del consentimiento*

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Lavi suspiró con verdadero hastío, no molestándose si quiera en discriminarlo. No era para nada de su agrado el tener que estar precisamente allí, de entre todos los feos lugares del mundo. Tampoco era que pudiese negarse, después de todo, si quería terminar con eso luego, tendría que hablar con él que estuviera a cargo.

Y si ese era Malcom C. Lvellie, por mucho que eso le pareciera tener que meter los brazos en la mierda, entonces no le quedaba otra que recogerse las mangas.

Porque no había nadie más con el poder e influencias en el negocio de la venta de esclavos que Lvellie.

Volvió a bufar, ahora con resignación, pero no menos molesto, más o menos rendido ante la idea de tener que hacer algo que en realidad no quería hacer. Tampoco es que fuese la primera vez que le sucedía algo como eso, y era en momentos como ése que odiaba, en verdad, su trabajo. Sintió que el alma le pesaba un poco más cuando se vio a sí mismo frente a una especie de tarima sobre la cual habían tres filas de personas; hombres y mujeres de todas las edades, parados uno junto al otro, como si se tratara de una exhibición. Y eso era. Personas susceptibles a las fluctuaciones del mercado.

Todos estaban atados de manos y pies.

—Pero miren a quién tenemos aquí— comentó una voz grave, pero que a Lavi le causó malestar desde el instante en que la oyó—: nada más y nada menos que Júnior, ?qué te trae por aquí, muchacho? ?Negocios o placer?

—Solo estoy de paso, Lvellie, no quieras mezclarme contigo— escupió de vuelta, de mala manera, para nada feliz de tener que vérselas con él.

—Ah, claro, de paso— repitió el hombre, sonriendo de una forma que a Lavi le produjo una pésima sensación—. Y supongo que, entonces, nada tienen que ver con esto los negocios de tu abuelo, ?cierto?

Lavi arrugó el gesto.

—Lamento informarte que los negocios de mi abuelo son historia— sentenció, hosco y burlón—; ahora yo estoy a cargo.

—?Ah, sí?— lo retó el mayor—, ya veremos cómo va eso.

Y tras eso, se retiró, dejando al otro con la sensación de haber quedado en ridículo. Ciertamente, esperaba tener que hablar con él de todos modos, para los efectos de una posible y eventual transacción, pero solo para eso, así como también esperaba que aquello ocurriera más temprano que tarde, y sin perjuicio de eso, aquello se le había antojado, sin lugar a dudas, innecesario y prematuro.

Sin dejar de apretar la mandíbula, se giró a donde estaba la tarima aún llena de gente. Se paseó por enfrente con calma, esperando, desde el fondo de su corazón, negro y agrietado a pesar de su juventud, no encontrar ahí lo que estaba buscando, aunque estuviere convencido de que, si no era ahí, las posibilidades de hacerlo en cualquier otro lado, eran mínimas. Miró sin prestar mucha atención a los que estaban en la primera fila, pero fijándose un poco más en los que estaban atrás, que no se le fueran a pasar los detalles importantes, aún sabiendo que aquello era francamente imposible, si se le permitía decirlo.

Tuvo que detenerse de golpe cuando su único ojo descubierto visualizó un bulto peque?o y oculto tras una mara?a de pelo negro que se notaba que había crecido sin cuidado o control alguno. Fue como una aparición, en un segundo no estaba, y al siguiente, frente a él, mirando el piso, como si quisiera esconder su presencia del resto del mundo, como si quisiera desaparecer.

—Eh, Dos puntos— habló al aire, con todo hostil, y la réplica no se hizo esperar—. Qué hay con ella.

Tenía las manos metidas con flojera en los bolsillos, pero bastó un solo gesto con la cabeza para que Link, subordinado de confianza de Lvellie, supiera de quién hablaba el heredero del negocio de la información, que era tan antiguo como el tiempo mismo.

Link, justo después de recordarle amablemente y con voz ruda que no le llamara de esa manera, se paró a su lado y miró en dirección a donde él más joven estaba viendo. Pareció pensarlo un segundo antes de volverse hacia él, un poco contrariado.

—?No eres muy joven para cosas como éstas?

Casi tuvo deseos de sonreír por eso. Casi. Link, a pesar de ser la mano derecha de un anciano repulsivo como Lvellie, era un hombre de buen corazón que, en el fondo, tenía debilidad por las causas justas y los jóvenes con un futuro por delante.

Ya había tenido la oportunidad de tratar con él con anterioridad, mientras acompa?aba a su abuelo y aprendía el oficio que inminentemente heredaría algún día, y sabía que si le estaba diciendo eso ahora, era porque sinceramente creía que era su deber, como adulto experimentado -aunque tan sólo fuera apenas un lustro mayor que él-, aconsejar a los ni?os como él para que no cometieran errores como ése.

Porque Lavi podía ser un chico problemático, hosco y travieso, pero de eso a comprar un esclavo, había un mar de diferencia.

—?se no es asunto tuyo, ?o sí?— acabó por decir, sin quitar la vista del punto que había encontrado en la exhibición, ni por un solo instante.

Link lo miró por un segundo, como si estuviese buscando algún hueco en su armadura. Luego suspiró y volvió a mirar al frente, convirtiendo esa conversación en dos charlas unilaterales que ocurrían simultáneamente y muy cerca la una de la otra.

—Es una verdadera joya— comentó—. Tiene potencial, según Lvellie. La adquirió más allá del mar— se cruzó de brazo—. ?l piensa que si no se vende ahora, esperará a que crezca y le sacará más provecho, tú sabes...

—La quiero.

Howard se volteó a verlo, aún con los brazos cruzados. Vio cómo la expresión del menor se mantuvo impasible y sería, con la vista fija en su objetivo. Si no conociera a Lavi como creía que lo hacía, pensaría que el chico únicamente estaba atraído por la belleza manifiesta y potencial de la ni?a, pero él sabía que aquella chica debía tener algo que le llamaba poderosamente la atención, y ese algo debía ser valiosísimo, de seguro.

Lavi tenía olfato privilegiado, como su abuelo, para reconocer la buena mercancía, y esperaba genuinamente que lo tuviera aún mejor para las buenas compa?ías, a diferencia del anciano, porque, ciertamente, debió haber sido un imán para los malos sujetos, sino, no habría razón para que su nieto los conociera a él y a Lvellie o para tener el final que tuvo. No pudo evitar sentir pena por el chico.

Júnior no demostraba jamás el más mínimo interés por nada, al menos, no mientras su abuelo estuvo a cargo del negocio. ?Tanto había madurado desde su muerte? ?Tanto le había afectado? Sabía que el anciano era el único familiar que tenía, y que si bien no estaba de acuerdo con él en muchos aspectos que tenían que ver con el oficio, lo apreciaba y respetaba enormemente hasta el día en que murió.

—?Estás seguro?— volvió al ataque el rubio, cerciorándose de no estar cometiendo un error.

También sabía que el nieto de Bookman no era un fanático de las ventas de esclavos, y que sí estaba ahí, comprando un esclavo, debía tener una muy buena razón, y quería asegurarse de que valiera la pena. Aunque nunca se sabía con el pródigo Júnior.

—Cuánto pides por ella— eso no era una pregunta, sino una demanda.

—?Cuanto estás dispuesto a dar por ella?

Hubo un silencio. Lavi miró casi con profundidad a la chica.

—Lo que sea necesario.

Su abuelo siempre le había dicho que jamás ofreciera todos sus recursos por obtener una información, no importaba cuán vital fuese ésta, y mucho menos al primer intento. Lavi pensó que su abuelo ahora estaría revolcándose en su tumba por eso. Sonrió ante el pensamiento.

Link, por otro lado, pareció convencido. Su respuesta fue tan tajante, tan contundente, que no dejaba lugar alguno a réplicas, y Howard supo que seguir discutiendo con él sería un desperdicio de tiempo y palabras. No es que alguna de sus palabras hubiese tenido, alguna vez, algún efecto en él, tampoco.

—Eso era lo que quería oír— sonrió de medio lado el rubio, aún mirando al frente—. De acuerdo.

—Es un placer hacer negocios contigo— sonrió el otro, satisfecho—. Ahórrame tener que tratar con el anciano, ?sí?

—Más respeto, Júnior— Link frunció el ce?o.

Sin embargo, sus miradas y palabras de advertencia poco y ningún efecto tenían en la actitud del pelirrojo, despreocupado e irreverente, desde que lo conoció hace un lustro entero, cuando aún era un mocoso con ojos grandes.

El rubio buscó entre sus túnicas y sacó un rollo, que seguramente sería el título de propiedad que acreditaba la adquisición legal y legítima de la esclava como si fuese un producto más dentro del mercado local. Un bien semoviente*.

Ese documento de papel viejo y arrugado valía oro.

Lavi se alegró de que accediera a su petición de no tener que pasar todo ese asuntillo por manos de Lvellie, aún cuando se estuviese arriesgando a tener problemas con él, y era un hecho por todos conocido que a nadie le gustaba la idea de tener problemas con Malcom C. Lvellie. Pero Link era de otra madera. Si alguien podía ingeniárselas para disuadir a Lvellie, ése era Dos puntos.

Howard era un buen tipo y Lavi lamentaba que tuviera que estar con un pedazo de mierda como lo era Lvellie, y de ser capaz, le hubiera gustado hacer algo por él. Pero como decía su abuelo, no había que rescatar a quienes estuviesen a gusto en su jaula de oro, y en el caso de Link, era casi literal.

No obstante, eso no evitó que cuando él le entregó el rollo, le tomaré del brazo, deteniéndolo por un segundo y acercándose a él en un acto que él rubio percibió como hostil.

—Link, eres un buen sujeto. Salte de esta mierda ahora que puedes.

El otro le sonrió.

—Qué irónico. Yo habría querido decirte eso mismo hace a?os, ?sabes? Y mírate ahora.

El pelirrojo lo miró por un largo segundo antes de sonreír, resignado.

—Será como tú quieras, Dos puntos— y acto seguido, le arrebató el pergamino de las manos, lo desenrolló para observarlo bien y leer el contenido, y llenarse de lo que significaba, por fin, tenerlo entre sus manos.

Inmediatamente después, lo volvió a enrollar y lo guardó entre su ropa, en lo que su interlocutor hacía un gesto a otros dos fulanos para que le trajeran al objeto de la transacción; la joya de Lvellie.

Solo cuando vio aparecer al sujeto con la chica a rastras, acompa?ado del típico tintineo de los esclavos, Lavi le lanzó a Link una bolsita que ni se molestó en abrir, pero que a juzgar por el sonido y el peso y los antecedentes del comprador, no ponía en duda que el contenido fuera el adecuado.

—Otra cosa— dijo el rubio cuando ya el subordinado se había ido y él se disponía a seguirlo—. No hagas tonterías, ?quieres? Puede que la vida te haya hecho crecer antes de tiempo, pero sigues siendo un mocoso; no arruines tu vida siguiendo los pasos de tu abuelo.

Y con eso, reanudó la marcha, perdiéndose entre el gentío.

El joven se quedó quieto por un instante, siguiéndolo con la mirada hasta que se alejara completamente. Cuando eso ocurrió, bufó con cansancio, relajó su postura y se llevó una mano a la cadera. Observó a la chica desde arriba. Ella, por otro lado, parecía haber encontrado algo lo suficientemente interesante en algún punto del piso, como para no querer despegar la vista de él, ni contra viento y marea.

Gru?ó, irritado.

Si lo que él quería era ponerla nerviosa, pues lo consiguió con mucho éxito, porque al instante, ella se tensó en su sitio, arrugando con sus pu?os la tela sucia y roída de su vestido de dudoso color.

Pero con haberla visto desde lejos tuvo suficiente. Y tenerla frente a él confirmaba sus sospechas. Pelo negro, ojos grandes, de un color para nada típico de aquella zona con gente de rasgos hoscos, que contrastaban con el color de su piel. Un brillo valeroso y astuto, que se entremezclaba con la esperanza, ocultos detrás del miedo y la pena.

Sí, era ella. Lo que había estado buscando.

No era más que una ni?a. No parecía tener más de quince a?os, tal ves incluso menos, ya que estaba demasiado delgada y se veía demasiado peque?a; era difícil determinar su edad. Pero fuese cual fuese ésta, no era mucho menos que él mismo, eso seguro. Estaba sucia, llena de tierra y sangre seca, quizás de heridas propias, pero lo más probable era que fuese de alguien más; ella parecía inusualmente saludable para ser un esclavo, y salvo algunos cuantos rasgu?os y moretones, estaba bastante entera. Si lo pensaba bien, le parecía de lo más lógico, ya que si pensaban darle el uso que él estaba intuyendo, de nada serviría marcarle de esa forma la piel, eso bajaría la calidad y el valor del producto.

Apretó la mandíbula inconscientemente ante el solo pensamiento y se alegró de haber llegado a tiempo. Antes de que cualquier otro bastardo mal nacido se la hubiese llevado antes que él, o que él mismo Lvellie hubiese preferido quedársela y...

Tuvo que contener un gru?ido para no espantarla de nuevo, quien seguía con los ojos violetas clavados en el suelo, intentando, dentro de lo posible, ocultar su existencia del resto del mundo.

Suspiró largamente para dejar salir un poco la tensión que sentía en ese instante, y volvió a mirarla desde arriba, pensando qué es lo que debía hacer a continuación. No era bueno tratando con chicas. Se le daban mejor las mujeres. Por lejos.

Bueno, pensó, no es como si ella no fuera a crecer.

—Eh— llamó su atención con tono hosco.

Ella se tensó en su lugar.

—No te asustes, no te haré da?o— informó, pero le pareció insulso, como si le estuviese ordenando a un bebé que no llorara porque su comida ya estaría lista. ?l torció el gesto.

Tampoco se le daban bien los ni?os.

—Cuál es tu nombre— si a ella aquello le pareció más una orden que una pregunta, Lavi no lo sabría nunca, pero no era que le importase mucho en ese momento.

Hubo un instante de silencio.

—Lenalee.

A él le sorprendió la claridad de su voz y la prolijidad de su dicción. Esperó oírla tartamudear y tener que decirle que hablara más alto y más claro, pero no fue necesario. Lenalee hablaba claro, con buen volumen y un tono de ni?a grande.

Se sonrió.

—Bien, Lenalee.

Ella pareció sorprendida de oírlo repetir su nombre, como si quisiera saber cómo se sentía pronunciarlo por sí mismo. Ciertamente era distinto de lo que ella acostumbraba oír. Alzó la vista para enfrentarse al hombre que ahora sería su due?o, descubriendo su rostro sucio con tierra y lágrimas.

—Yo soy Lavi.

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* Los vicios del consentimiento son todos aquellos actos, hechos o manifestaciones que podrían interferir con la libre expresión de la voluntad al momento de realizar un acto con relevancia jurídica. Ejemplos de los mismos son: la violencia, el error sobre la cosa objeo del contrato, etc.

* Un bien semoviente es aquella categoría de bienes, que no son ni muebles (que se pueden trasladar) ni inmuebles (que no pueden trasladarse sin perjudicase). Una vaca o un caballo, por ejemplo, son bienes semovientes.

?Uff! Este fic lo había estado queriendo publicar desde hace más de un a?o, ciertamente, pero no estaba convencida debido a que no sabía cómo sería recibido. Pero cuando estuve echandole un ojo hace uno días, encontré que me gustaba demasiado como para que jamás viera la luz del día, así que helo aquí.

Espero que les guste.