I

A finales del siglo XVII, comenzaron a nacer los primeros mutantes en Europa y las colonias americanas. En las primeras décadas de la siguiente centuria, la sociedad decidió tomar cartas en el asunto contra ellos, viéndolos como una amenaza para su supervivencia. Eran personas extraordinarias, muchas con poderes que podían volverlos semidioses. Los diferentes Estados formaron escuadrones secretos llamados "patrullas anti mutantes" para identificarlos y detenerlos. Se tomaron medidas drásticas: persecución, confinamiento y horribles experimentos en aquellos desgraciados que cayeron en manos de científicos desalmados, obnubilados por la razón y la búsqueda del conocimiento, no por nada lo llamaron El Siglo de las Luces.

En la segunda mitad del siglo XVIII, los mutantes escondían sus poderes con miedo como un estigma y una condena social. No era fácil ser uno de ellos en esa época y había que vivir ocultando la esencia de quiénes eran.

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Westchester, Casa Seorial. Escocia, 1777.

Laura Howlett adoraba Westchester. Con sus once aos, era pizpireta, amante de las cabalgatas y juegos al aire libre, y por eso no encontraba mejor lugar para realizar sus actividades que la extensa mansión seorial de la familia Xavier. Era la única hija de James Howlett, un hombre de cuarenta y pico de aos apodado Logan, adinerado burgués de origen canadiense que había llegado a Escocia siete aos atrás, tras quedar viudo. Con esfuerzo y trabajo, su padre había alcanzado el reconocimiento en Edimburgo en el mercado del tabaco por sus contactos con América, y pensaba, más adelante, abrirse al resto de Gran Bretaa. Para su comercio, conoció a muchos aristócratas escoceses y así trabó una fuerte amistad con Charles Xavier, el actual Duque de Westchester. Se habían acompaado mutuamente en los momentos difíciles: Charles lo ayudó a superar la depresión por la muerte de su esposa y Howlett había estado a su lado, tres aos atrás, cuando perdió a su padre, Lord Brian Xavier, y quedó a cargo de las posesiones familiares y de su madre, Lady Sharon. Se tenían tanta confianza que cada vez que el escocés debía viajar a Londres por asuntos nobiliarios, lo invitaba a mudarse a Westchester con su hija para que Sharon no estuviera sola. Sí, Charles le tenía tanta confianza que lo dejaba al cuidado de su propia madre.

Laura aprovechaba estas mudanzas para disfrutar de la centenaria casa familiar. Ahora eran las cinco de la tarde y mientras que su padre y Lady Xavier bebían el tradicional té a solas en el opulento comedor, ella salió a cabalgar por el bosque de la propiedad antes de que oscureciera. Se había vestido con su traje oscuro de equitación y llevaba sus botas favoritas, las más cómodas que le permitirían correr por la campia. Apenas dejó atrás los establos, clavó las espuelas para que el animal acelerara el trote.

Ya a campo abierto, con una sonrisa que no le cabía en el rostro, había aumentado la velocidad del corcel, tanto que si su progenitor estuviera presente, le ordenaría que la redujera. El caballo brincaba los troncos caídos, apresuraba por los terrenos llanos y disminuía ante las curvas del sendero. Laura era una jinete experta como lo había sido su madre. Finalmente, después de media hora de trote, se detuvo al llegar a un arroyo. Descendió del corcel y se acercó a la orilla para realizar su siguiente actividad: arrojar piedritas en el agua. Estaba entretenida en eso cuando su audición privilegiada la alertó de un ruido detrás de los arbustos. Podía tratarse de un animal salvaje pequeo. Instintivamente, la nia olfateó. Tenía los sentidos muy desarrollados como parte de la mutación que había heredado de su padre porque ella, Logan y Charles tenían en común el ser mutantes, una condición con la que habían nacido y que por lógico temor, la mantenían oculta. Laura y su padre poseían la percepción aguda de los lobos y garras en los nudillos, que sabían esconder. Charles, por su parte, era telépata. La nia no entendía del todo en qué consistía tal mutación pero su progenitor le había pedido que guardara el secreto.

Con sigilo, se acercó a los arbustos. Tenía los puos preparados para cerrarlos y hacer saltar las garras si había peligro. Se agachó y una mano le atrapó las muecas por detrás y otra le cubrió la boca. Laura quiso gritar y mordérsela pero el sujeto era un profesional y la inmovilizó al instante. Desesperada, pudo oler que su opresor tenía miedo, más que el que ella sentía, y también una preocupación por alguien, que lo desbordaba. Lo sabía por el aroma del sudor y la tensión del desconocido en el agarre.

―Tranquila ― oyó una voz grave y calmada ―. No te haré dao. Solo necesito de tu ayuda.

Otra nia hubiese entrado en pánico, pero Laura no. Tenía una personalidad que asombraba. Sintiendo el temor del sujeto, su preocupación y el pedido de ayuda, se sosegó aunque seguía respirando profundo. Percibió que la opresión en sus muecas disminuía y también la de la boca. Finalmente, la liberó. Ella volteó y se encontró con un hombre de la edad de su padre, alto, espigado, de cabello cobrizo y ojos verdes. Estaba vestido con una camisa blanca, sucia, pantalones desgastados y las botas rotas. Se notaba que había llevado el mismo ropaje por varios días. Tal vez estaba viviendo a la intemperie, quizás estaba huyendo, pero su mirada no la atemorizó, al contrario, el semblante preocupado del desconocido la conmovió.

― Conoces a James Howlett? ― interrogó el extrao. Tenía un acento que Laura reconoció como el de su profesor alemán cuando vivía en América.

La pequea asintió mecánicamente. Enseguida se arrepintió pero ya había hecho el gesto. Pensó en esconder el hecho de que se trataba de su padre, aunque el hombre no parecía buscar esa clase de datos porque aadió.

―Está en esa casa, cierto? ― extendió el brazo en dirección al sendero de la mansión. Laura asintió de cuenta nueva ―. Llévanos con él.

― Llévanos? ― preguntó confundida.

El sujeto se hizo a un lado y le indicó que la siguiera. Caminaron un corto trecho entre los arbustos. La nia pudo oler la presencia de alguien más. Sobresaliendo de entre algunas ramas, vio un par de piernas extendidas en el barro con pantalones sucios y botas desgastadas. Podía oír la respiración honda de alguien dormido.

El extrao se inclinó para cargarlo en brazos. Se trataba de un joven de cabello platinado lacio y enmaraado con hojas y pasto en él, que parecía unos diez aos mayor que ella, estaba vestido con ropajes gastados, y se hallaba inconsciente, tanto que cuando el sujeto lo acomodaba, no se movió. Pero lo que sorprendió a la nia fue su vientre abultado debajo de la camisa roída. Estaba embarazado y eso significaba que debía tratarse de un mutante, ya que solo ellos podían gestar aun siendo hombres.

―Nia ― la llamó el hombre para que volviera en sí. Laura parpadeó y alejó la mirada del vientre ―. Llévame con Howlett.

La pequea oyó suaves quejidos por parte del joven. Dio media vuelta para guiarlos hacia su caballo y cayó en la cuenta de que los desconocidos no tenían medio de transporte.

―Puedo cabalgar, buscar a Howlett y regresar con él ─ propuso ―. Solo deben esperar aquí.

―No ─ contestó el sujeto con firmeza ―. Llévanos con él aunque sea a pie.

Laura seguía oliendo su preocupación. La nia sentía miedo pero también el deber de ayudarlo. Llegaron hasta su corcel y lo montó. El sujeto la observaba impaciente. Ella comenzó a cabalgar a paso de hombre para que él pudiera seguirlo con el joven en brazos.

En el horizonte comenzaba a atardecer. Había sido un día soleado, algo insólito en Westchester, y por eso Laura había salido a trotar con tal entusiasmo. Ahora sus planes habían cambiado y se preguntaba quién era ese desconocido y qué podía querer con su padre.

…..

Acabado el té, Sharon invitó a Logan a jugar una partida de cartas en su salón privado. Charles era su único hijo y el dueo de las propiedades y el título nobiliario después del fallecimiento de su esposo. Sus deberes incluían viajar a la capital británica para asistir a la Cámara de los Lores y pedir audiencias con los ministros del Rey. También controlar financieramente las propiedades de la familia, que además de Westchester, contaba con grandes extensiones de tierras en Escocia, y una casa en Irlanda, heredada de un tío de Sharon.

En estos momentos, Charles debía estar ya cerca de Edimburgo, que quedaba a varias leguas de Westchester, y para no viajar de noche, pernoctaría en la casa del general Richard MacTaggert. Este militar, amigo estrecho del difunto Brian., era el encargado de la patrulla anti mutantes escocesa, y tenía una hija, Moira, con quien las dos familias habían soado con enlazar a Charles. Sí, Lord Charles Xavier era un soltero codiciado por las mujeres nobles de Escocia, y ya cerca de los cuarenta aos, su madre le planteaba que era hora de que sentara cabeza.

l no la contradecía pero sonreía con picardía, como dándole a entender que por el momento no era su prioridad casarse, aunque con Moira, a quien conocía de toda la vida y con quien congeniaba, podría hacer una buena pareja.

Sharon pensaba en su hijo, en una boda, en nietos y en el futuro del linaje Xavier. Tan concentrada estaba que se equivocó al ensear una carta y Logan le ganó la partida.

―Lo siento ─ se disculpó Howlett caballerosamente ―. Podríamos anularla y comenzar de cero.

―De ninguna manera ─ rechazó la dama con resolución y le hizo una sea para que anotara el resultado en una hoja que tenían junto a la mesa.

Logan obedeció. Quitó la pluma del tintero y escribió con letra elegante el número de la partida y su nombre para dejar asentada la victoria.

Sharon comenzó a barajar nuevamente las cartas. Estaba sentada frente al ventanal y volteó hacia allí como distracción. Fue entonces que vio que Laura regresaba cabalgando despacio, en compaía de un hombre que llevaba a un joven en brazos. Asustada, se puso de pie.

Logan alzó la vista para mirarla confundido.

―Es Laura ─ comunicó la dama y rápido sacudió la campanilla, que tenía a un costado, para llamar a la servidumbre ―. Un extrao con alguien herido en brazos viene con ella.

Howlett brincó como resorte y giró hacia el ventanal. Su hija no parecía asustada y la vio desmontar despacio y segura. El desconocido se mantenía a una distancia prudente y observaba nervioso la casa.

―Quédese aquí, Lady Sharon ─ ordenó Logan con autoridad y se marchó rápido hacia la salida.

Dos pajes y el mayordomo habían acudido al sonido de la campana. La seora les indicó que siguieran a Howlett. Ella misma continuó mirando a través del ventanal hasta que su ansiedad le ganó y, resuelta, salió también hacia la calle.

…..

Howlett llegó corriendo hasta su hija, con el mayordomo y los dos pajes. Laura se veía tranquila aunque estaba seria. l no olió miedo en ella sino preocupación por los desconocidos.

―Howlett ─ saludó el extrao con alivio al verlo ―. Puedo reconocerlo sin que se presente por su aspecto lobezno.

Logan no sabía si se trataba de un cumplido o no, pero poco le importaba en tal situación.

― Quién es usted? Quién es este joven? ─ reclamó más que preguntar. Enseguida notó el vientre abultado y masculló "mutantes."

―Mi nombre es Erik ─ se presentó el sujeto sin revelar su apellido ―. Este es mi hijo Peter. Hace tres días que perdió la conciencia. La recupera de a ratos, y aprovecho para darle de beber y algunos alimentos, pero desde esta maana no ha vuelto a despertar. Puede ver su estado, su vientre, y entiende qué pasa, porque sé que usted es uno de los nuestros, Howlett ─ los dos se miraron intensamente ―. Por favor, ayúdeme.

Logan estudió al tal Erik y pensó que era demasiado osado para presentarse y dar a entender lo que eran; mutantes. También comprendió que tenía que estar al borde de la desesperación para haber actuado así. Si el jovencito era su hijo, lo podía entender, él hubiera hecho lo mismo por Laura. Miró a los hombres que lo habían acompaado.

―Preparen una habitación de huéspedes para el joven y el caballero, y busquen al doctor McCoy, solo a él.

El mayordomo y los pajes corrieron hacia la casa a cumplir con la orden. Erik suspiró con alivio.

Logan se volvió hacia su hija.

―Lleva el caballo al establo, lobita.

La nia se sonrojó, una cosa era que la llamara con ese apodo en la intimidad y otra delante de estos desconocidos. Seguía aturdida por el encuentro y obedeció.

―Sígueme, Erik ─ ordenó Logan.

Los dos hombres se dirigieron a la casa con Peter en brazos.

En la entrada, se había apersonado Sharon. Con aire de matrona de alcurnia, observó a los recién llegados. Enseguida reparó en el joven con el vientre abultado y comprendió la situación.

―Hay que llamar a Hank ─ le murmuró a Logan. Conocía al médico desde que era un nio por eso lo trataba con tal familiaridad.

―Ya lo hice ─ contestó Howlett escuetamente.

―Seora ─ saludó Erik formalmente, bajando la cabeza. No podía besarle la mano porque seguía sosteniendo a Peter.

Ella lo comprendió.

―Bienvenido, seor. . .

―Erik ─ volvió a esconder su apellido.

―Bienvenido a Westchester, Erik – terminó Sharon ―. Mi hijo, el Duque, no se encuentra pero en su lugar, lo invito a entrar y hospedarse ─ y se hizo a un lado con elegancia para guiarlo por el interior de la casa.

Era una propiedad elegante y sobria, que imponía respeto. Erik había conocido muchas casas de gente de alcurnia pero aquí, a pesar de la soledad de sus paredes, sintió un calor reconfortante y una admiración por el espacio. No entendió por qué.

Lady Xavier se detuvo a los pies de una imponente escalera bifurcada de roble tallado. El mutante la estudió y acomodó mejor a su hijo para subir. Un paje llegó con un candelabro para llevar al mutante hasta la habitación. Logan los acompaó. El aposento preparado era una de las tantas recámaras para huéspedes que tenían, con dos camas pequeas, una para Erik y otra para su hijo. Cuando el paje se retiró, acomodó a Peter en la primera y se sentó en la punta del lecho para observarlo. Le acarició el pelo enmaraado y el joven gimió.

―El médico está en camino ─ avisó Logan a modo de consuelo, e hizo la pregunta que le atravesaba la garganta ―. Cuánto sabe de mí?

Erik alzó la vista para mirarlo con intensidad.

―Su secreto está a salvo conmigo ─ dejó en claro ―. Mi hijo, usted, yo, los tres somos iguales, usted entiende, y debemos protegernos entre nosotros – acotó con aire de misterio.

― Cómo supo de mí? ─ insistió Logan. La respuesta no lo dejaba tranquilo.

―Tengo mis contactos ─ respondió Erik lacónico.

Howlett estaba perdiendo la paciencia hasta que sus ojos repararon en una sortija que Erik llevaba en el dedo índice de la mano derecha: era de oro macizo con una "M" tallada. Se trataba de un sello que reconoció enseguida. Se estremeció y pensó en el peligro que Sharon, Laura y la servidumbre pudieran correr por su torpeza. Sin darse cuenta, lo había dejado entrar en Westchester.

Erik notó que había visto su anillo y se masajeó el dedo. Ya era tarde para quitárselo; en su desesperación por su hijo, había olvidado esconderlo. Acostumbrado a pelear para sobrevivir, se puso de pie y sacó un pual oculto en el cinto.

Logan apretó los puos para extraer sus garras.

Peter gimió con más fuerza. Su padre se volvió hacia él y le tocó la frente. El joven comenzaba a tener temperatura.

― Cuánto tardará el médico en llegar? ─ preguntó, angustiado.

Logan escondió las garras y se masajeó los nudillos.

―Son tres horas hasta Edimburgo, ya viajaron a buscarlo y para traerlo serían unas tres horas más. Estaría aquí después de la medianoche.

Erik asintió, mientras volvía a sentarse junto a su hijo y guardaba el arma.

―Apenas se cure, abandonaré este lugar ─ prometió solemne.

―Que así sea ─ contestó Logan con frialdad y lo dejó solo.

Mientras se retiraba, dos nuevos pajes entraban con ropa limpia y elementos de aseo, enviados por Sharon para el recién llegado. Encendieron el hogar de la habitación. También lo invitaron a darse un bao y estar listo para la cena puntual en una hora. Lady Xavier le prometía que mandaría a un par de doncellas para que atendieran al joven mientras él comía. Pero Erik declinó el ofrecimiento, se asearía pero no bajaría a cenar porque ni en sueos abandonaría a su hijo enfermo.

Howlett cerró la puerta, caminó unos pasos y se recargó contra la pared. Había actuado de buena fe, ayudando a un desconocido, sin imaginar un ápice de su peligrosa identidad. Ahora solo esperaba que con lo apartado que estaba Westchester de Edimburgo, la noticia del arribo de Erik no llegara a oídos del coronel Stryker ni de su superior, el general MacTaggert, el futuro suegro de Charles Xavier.

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