La noche estaba cubierta por una espesa bruma, en aquellas calles vacías de la ciudad de Londres, allá por el ao 1843, después del apogeo de la revolución industrial. Era una de esas noches de otoo, en donde los londinenses, no veían más allá de la palma de su mano.

La desolación, acompaaba a la penumbra de la noche, al igual que aquellas pobres almas, dentro del hospital de incurables, en el camino de Knightsbridge, conocido como Tottenham.

Gritos, llantos, delirios y lamentos, era lo único que se escuchaba a sus alrededores. No solamente locos, vagaban por los pasillos de ese lugar, no, también había enfermos y personas no comprendidas dentro de la sociedad, como era el caso de Clive Egan, el interno de la habitación trece.

Por que estaba en ese lugar? Eso jamás lo ha sabido y parte de él se pregunta si lo sabrá. Sólo los dioses o los demonios, que rondaban su vida, lo llevaron allí, siendo a penas un jovencito.

Creció rodeado de miseria y locura, que lo arrastraron a ese estado de degradación humana, que muy pocas personas suelen llegar.

Un llanto desolado, se escucho por el pasillo de esa habitación, nadie más podía escucharlo, solamente él. Era el lamento de una errante criatura, perteneciente al mundo de los no vivos. Murió hace aos, en ese mismo hospital, suplicando que la dejarán libre, para ir a visitar a su amor, que se suicidó un días antes de contraer nupcias o eso, le hicieron creer.

-Suenan campanas en flor, por mi funeral-

Exclamó la pobre alma, arrastrando el yugo de su condena, por aquel hospital. Torturándolo, una y mil veces con su llanto.

-La loca...La loca...La loca- decía una y otra vez, el pobre de Clive, en la esquina más recóndita de su habitación, meciéndose de un lado a otro -Cuando toquen las doce...el vendrá...cuando toquen las doce...él vendra-

Repitio, escondiendo su rostro entre sus rodillas, como todas las noches, desde hacia aos.

Risas, risas de nios espectrales, inundaron su habitación, rodeándolo por completo de su ultimo sufrimiento, eran víctimas tortuosas de la vida londinense. Uno de ellos se acerco y se sentó frente él, obligándolo a mirar esas heridas y golpes, que su padre le propino, hasta llevarlo a la muerte. A su lado, una nia, había sido abusada y colgada por un grupo de hombres, por simple hecho de ser negra, sumergiendo al paciente en esos duros recuerdos, cuando lo toco. El ultimo de ellos, un pequeito de tres aos, lo miraba con un ojo vacío y su cara desfigurada, al ser víctima de la locura de su hermano, cuando incendio su cuerpo en llamas.

-Adiós, hermanito- sonrió siniestro, el nio, despidiéndose de él.

-Adiós, George- dijo él con sus ojos envueltos en locura -Lamento lo que te hice- Una campanada se escuchó -Con la ultima campanada...l vendra- repitió y los espectros de los nios, caminaron fuera del lugar -Y esta vez...No vendrá solo-

-No, amor- susurro la voz de una mujer en su oído -Tus demonios te seguirán hasta la tumba, como yo, que estoy aqui- él sonrió como psicópata.

-El infierno esta casi vacío, todos los demonios están en mi mente, Helen- dijo con desprecio, mirando de reojo, a la mujer de cuclillas junto a él -Moriste por ser lo que eras...- ella era casi traslucida, tan así, que su visión podía atravesarla, al igual que a su largo cabello de ébano -Como una vil prostituta- ella rió, irónica.

-No eres el ángel de la muerte, querido- se incorporó -Nadie volverá a sentir tus manos sobre su cuello, como la ultima vez que escapaste de este lugar-

Marcas de dedos rodeaban la garganta de esa joven mujer, que desapareció, al decir esas palabras.

Una tercera campanada se oyó, seguida de otras dos más.

-Ellos vendrán...- volteo hacia la oscuridad de su habitación -Con la ultima campanada...Ellos vendrán- sus dientes brillaban en la oscuridad -No es así...Mamá?-

-Fuiste un error...- sealo la mujer -Producto del demonio...-

Estaba golpeada y magullada, su muerte, había sido horrible.

-Mi padre no era el demonio- refutó cínico -Bueno...Quizás, si- su risa era macabra -Por eso lo mate cuando él te hizo eso- la apunto -Pero no sirvió de nada, igual moriste- la pualada en su pecho, era profunda -Al igual que él-

-Cuando lleguen las doce... l vendrá...Ellos vendran- mencionó su madre y desapareció en la nada.

l se quedo allí, hundido en su miseria, escuchando a los cuervos en esa noche nubosa, el sonido de las campanas y el lamento de las almas, que vagaban por el mundo, al no poder descansar en paz.

-Creo que ya hemos torturado demasiado a esta pobre alma, No, Fausto?-

Hablo una mujer en la oscuridad, de largos cabellos negros, ojos pétreos y una boca hecha para besar y mentir.

-Las almas no se torturan, Blanca- respondió un hombre, fumando junto a ella, poseía la belleza que solo el diablo o los dioses, podían tener -Descienden al infierno, por sus propios pecados y merecen ser castigados-

-Tu crees?- camino hacia él, que parecía ausente de su presencia -Se nos ha escapado muchas veces...Como la rata que es- lo miro con asco y desprecio -Podemos llevarlo?- preguntó con entusiasmo.

-Por supuesto, amor mío- se inclino delante de él, sonriendo y lanzándole humo a la cara.

-Sabia que a las doce vendrían- mencionó sin ánimos.

-Solo sera un beso, cario- aseguró la mujer.

Amaneció y los tenues rayos de sol de esa fría maana de otoo, ingresaron por las ventanas del hospital Tottenham, plasmando en una de sus paredes, la sombra del cuerpo colgado de Clive Egan, el paciente incomprendido de la habitación trece.