Erik caminaba por entre los salones, buscando a su amigo.

La suave luz de la luna entraba por la ventana, siendo la única iluminación de aquel pasillo.

Algo lógico, considerando que ya eran más de las tres de la ma?ana.

Era por eso que se había sorprendido tanto al despertarse y no ver a Charles en su cama. Y obviamente no podía simplemente quedarse allí acostado. Primero debía cerciorarse de que estuviera bien.

A lo largo de esos a?os, Charles había memorizado a la perfección todos los salones y pasillos de la mansión, así que podía moverse con facilidad por sí solo. Ya no necesitaba que Erik actuara con su lazarillo, como cuando era ni?o.

Además, desde peque?o había aprendido a ser sumamente callado en sus pasos, así que casi no se notaba cuando se iba a algún lado.

Erik había perdido en cierto punto el núcleo de protección que tenía sobre él, pero le alegraba que lograra ser tan independiente.

Aunque si tan sólo...

Suspiró. Parecía que sus pasos eran lo único que producía sonido alguno en todo el lugar, lo cual le hizo sentir un escalofrío.

No lo negaría, el lugar sin el habitualmente irritante bullicio de los ni?os jugando se sentía solo, hueco.

Empezaba ya a preocuparse por Charles cuando por fin vio una peque?a pista. Un peque?o listón cerca de una puerta. Ese listón que siempre llevaba su amigo en la mu?eca y que solía caersele sin que se diera cuenta.

Soltó un suspiro de alivio con el aire que no sabía que estaba conteniendo y se acercó a ella. No se escuchaba absolutamente nada, como esperaba. Empujó con suavidad la puerta, sin siquiera tener que checar si estaba cerrada. Ya conocía a Charles. Odiaba cerrar las puertas, pues decía sentirse asfixiado, sin aire. Era obvio. Una alma libre y pura como la de Charles no podía ser contenida.

Como un regalo del destino la puerta no hizo ruido alguno, y Erik se encontró ya dentro del lugar, sin que él lo notara.

Aquel lugar era el salón de clases de música. Unos instrumentos se encontraban arrimados en la esquina, mientras que en la pared había un librero lleno de partituras.

Y allí, en medio de ambas cosas, había un largo sillón junto a un gran ventanal, en dónde se notaba la silueta de un joven.

Joder, era cierto, Charles amaba leer en ese salón. ?Cómo no había pensado en ello en primer lugar?

Desde la posición en la que estaba, la luz de la luna parecía llegar exclusivamente a su rostro, como si sólo estuviera allí para resaltar la belleza de su rostro.

Charles, el chico que había conmovido su corazón 6 a?os atrás, había cambiado, pero no para mal.

No sabía exactamente en qué momento, pero lo había hecho.

Sus ojos, antes inocentes y llenos de dolor, eran ahora altivos, juguetones y atrevidos. Menos infantiles, y más atrayentes.

No sabía exactamente en qué momento había dejado de usar playeras largas y pantalones de colores raros, y había empezado a utilizar camisas azules o blancas, y pantalones de vestir.

No, no lo sabía, pero Charles había dejado de ser un ni?o, y había empezado a ser un joven. Qué nunca dejó de ser dulce, servicial, suave, empático, amigable y gentil.

Nunca dejó de ser perfecto.

Y había sido así, lentamente, que notó que ya no sentía lo mismo por él.

De pronto las bromas habituales entre ellos, y las risas le empezaban a hacer sentir extra?o, incluso incómodo. Cuando llegaban a toparse sus manos al platicar, o actuaba de lazarillo al ir a algún lugar nuevo no podía evitar notar algo en el estómago.

Carajo, se sentía como una ni?a de primaria.

Era consciente por ello de qué tal vez estaba enamorado, pero se negaba a aceptar algo así.

Y, como si no fuera suficiente, no era el único que había notado el cambio de Charles. Había visto a varias chicas cuchicheando de lo guapo e interesante que era; algo que, claramente, le había producido todas las veces una mueca de asco.

Sin embargo, quién se había llevado la victoria era Moira: una chica de 13 a?os y cabello casta?o que salía con Charles desde hacía ya 8 meses.

Tiempo en el que había quedado ciertamente abandonado por su amigo. Pero lo sabía, no podía siempre estar con él, no podía intentar apartarlo de los demás.

Charles merecía una propia vida, llena de felicidad y amor porque él mismo era eso. Una cúpula de todos los sentimientos más dulces y perfectos que un ser humano podía sentir.

Se acercó más, tal vez de forma peligrosa, pero quería observarlo de mejor manera. Quería ver aquellos dos puntos colo azul cielo, inmóviles entre su preciosa cara. Quería ver esos labios rojizos moviéndose lentamente al respirar, pues siempre lo hacía con la boca.

Quería todo para él, y no podía tener nada...

—?Qué pasó Erik?— murmuró de pronto Charles, cerrando un momento su libro, y girando su rostro hacia un lado, divertido.

El nombrado dio un salto impresionado, sosteniendo su pecho con una mano por el susto. Joder, ?hace cuánto sabía que estaba allí?

— ?Cómo...?— su voz sonó atropellada por el susto que se había llevado.

— Eres más ruidoso de lo que crees, y ya reconozco tus pasos.

— Y tú eres insoportable cuando te lo propones— gru?ó de vueltas el mayor.

Charles soltó una carcajada limpia, incapaz de enfadarse. Sabía el humor que Erik tenía y hacía mucho que se había acostumbrado a él.

A esas alturas veía a Erik como su propia familia. Un verdadero hermano.

— Así me adoras, insoportable y todo.

El de ojos grises apretó los labios enfadado, pero no lo negó. Estaba locamente enamorado de él.

Charles se puso de pie acercándose a él con pasos ligeros. Siempre le recordaba a los de un peque?o felino, demasiados ágiles, sobretodo considerando que era alguien ciego.

— Viniste a buscarme porque no estaba en la cama, ?verdad? Estoy bien, mamá, no te preocupes— se burló inclinandose con suavidad hacia él.

Erik rodó los ojos aún cuando sabía que Charles no lo vería, y suspiró.

— Todavía que me preocupo por ti...

— Y te lo agradezco, de verdad. No estaría aquí y de esta forma si no fuera por ti.

Y lo decía bastante en serio. Erik le había brindado tanto tiempo y paciencia para ense?arle a ser independiente. Le dedicó meses enteros guiándolo por la casa para acostumbrarlo a cada pasillo y habitación. Había sido siempre él, y por ello le estaría eternamente agradecido.

— Creo que jamás te dije gracias de forma directa, Erik... Pero realmente te debo todo.

Dio dos pasos más y pasó las manos tras su cuello, abrazándole. El corazón de Erik pareció detenerse por un segundo ante la cercanía. Lo amaba más de lo que esperaba, para hacerle temblar con sólo un abrazo.

Inhaló su aroma sintiendo su cabeza perderse en el momento. La calidez de Charles siempre era tan dulce...

El menor por su parte se calló por unos segundos. Erik había sido por tanto tiempo su lugar seguro. Era el único que le calmaba cuando tenía pesadillas. El que siempre le protegía de cualquier peligro.

— ?Te acuerdas cuando le rompiste la nariz a ese ni?o?— preguntó Charles, con la voz suave y melodiosa. Apenas era un hilo, pero Erik sintió un escalofrío.

— No podía hacer otra cosa con semejante idiota que te estaba molestando.

La risa de ambos se confundió con el sonido de los árboles golpeándose por el aire. Charles se enfocó en ese ruido incapaz de alejarse del cuerpo del mayor.

Le asustaba perder ese contacto, y de pronto notó que le enojaba la idea de que alguien más estuviera entre sus brazos. Enfrascado en esa lucha interna apenas notó que el mayor estaba en su propia contienda.

Erik sintió el deseo de besarle. Sus labios estaban demasiado cerca. Ahí, a unos centímetros. Solo necesitaba agacharse un poco y... Apretó la mandíbula negando con la cabeza y alejándose de su agarre con suavidad.

Debía contenerse, no quería arruinar la hermosa relación que tenía en ese momento. ?Qué demonios haría si Charles le dejaba de hablar por algo así? Sería como si su vida se acabara...

No, definitivamente no lo haría.

Charles claro que no supo todo lo que en su mente pasaba. Sólo notó que de pronto el único que le daba total estabilidad se alejaba de él. Sintió miedo al instante, preocupado ante la idea de haber hecho algo mal para causar esa separación.

— Espera, no te vayas aún— replicó Charles de forma casi desesperada, aferrándose al abrazo que tenía. Le asustó la idea de no estar más a su lado, aunque no supo porque.

Erik lo recibió con cuidado, sonriendo con suavidad. Pasó sus manos tras su espalda, sosteniéndole contra él. Notó lo grosero que debía haber sido, así como el temblor en su voz.

— Perdón, pensé que te iba a cansar los brazos— mintió. Claro que no diría que se alejó porque quiso besarle.

Dió un suspiro acercándole más a él, si es que eso era posible. Ahí era donde lo quería. Junto a él, con su corazón latiendo cerca suyo y su preciosa respiración en su oído. Lo quería para siempre.

— No te vayas, ?sí?

— Jamás.

Y el menor supo que Erik no mentía.