Después de Hao, todo fue mal. Es decir, después de las sonrisas, las despedidas, la falsa calma… Una vez que llegamos a casa y cerramos las puertas, Yoh se derrumbó. Yo lo vi con mis propios ojos, y no estaba preparada para eso. Es extra?o, me gusta pensar que siempre estoy lista para todo, pero no lo estoy. No lo estuve cuando creí que Hao había devorado el alma de Yoh, y no lo estaba para lo que vendría después.

Toda mi vida hui del dolor, preferí aislarme antes que enfrentar al mundo que indudablemente me rechazaba, hasta él. Hasta Yoh. Fuerte, tranquilo, decidido. Se quedó conmigo incluso en el peor momento, siempre conmigo.

Era mi turno.

Cuando llegamos a casa hacía frio, se sentía vacía con los pasillos oscuros y el polvo amontonándose en los rincones. Sin decir palabra, fue directo a su habitación, ni siquiera me miró. Ya no sonreía. Había desaparecido la expresión de calma y en su lugar estaba esta… máscara. Algo gris y deprimente, algo que conocía muy bien, pero jamás había visto en él. Era desolación. Estaba roto, lo sabía porque lo reconocía, porque yo estuve rota por mucho tiempo, y entonces sentí que de un segundo al otro me volvería loca. Pensé: No puedo con esto. No puedo con lo que sea que esté desgarrando a Yoh.

Pero tenía que poder. Se lo debía. Además, no hay nada que no haga por él.

Lo seguí porque no sabía que otra cosa hacer, tampoco dije nada, no soy muy buena con las palabras, y cuando entré a su habitación lo encontré sentado bajo la ventana, todas las luces apagadas y la luna sobre él como una caricia. Miré su rostro desencajado, me asustó el color pálido en sus mejillas, y casi se me doblan las piernas al ver sus ojos brillando de lágrimas.

?Qué era? ?Era ver sus sue?os destruidos? ?El torneo suspendido? Aún ahora que lo pienso me siento avergonzada, no por no saber qué le ocurría, sino porque lo sabía. Claro que lo sabía solo no quería verlo, no quería entrar a la habitación y confirmarlo. Pero entré, primero un paso, luego el otro, hasta que me arrodillé frente a él y estiré una mano a su rostro tenso, obligándolo a verme. No pudo contener las primeras de miles de lágrimas que derramaría a partir de ese momento, y cada una de ellas me abriría heridas que jamás podría sanar.

-Lo maté, Anna… -susurró, y el recuerdo de su voz quebrándose es físicamente doloroso-. Maté a mi hermano. Maté a mi hermano, era mío… era mi… -y entonces terminó de romperse, como un trozo de cristal en el suelo, tan frágil, tan difícil de volver a armar.

No lo pensé por supuesto, inmediatamente lo envolví en mis brazos y se aferró a mí con una desesperación que no conocía. Y lloró… ?cómo lloró! Con tanta angustia, tanta fuerza, su corazón rompiéndole el pecho sobre el mío tan violentamente, que me fue imposible no sentirlo. Y ?Dios! ?Sentí que moriría, que definitivamente no podría con eso! Yo también lloré, en silencio y por él, y también me aferré a su cuerpo que se estremecía hasta casi fundirme en sus brazos, porque pensé en verdad que moriría, que mi corazón literalmente se rompería.