Entre enga?os y deseos de cumplea?os.

Capítulo 1.

Alemania.

El hombre entró con lentitud al peque?o restaurante, como lo haría cualquier comensal promedio que buscara un lugar para comer. Alguien más atento habría podido darse cuenta de que ésa era la primera vez que él ponía un pie ahí, porque claramente no encajaba con ese tipo de lugares y también por su mirada perdida, pero nadie le prestó atención. El aburrido camarero, acostumbrado a ver todo tipo de gente, ni siquiera alzó las cejas al ver que su recién llegado cliente era un hombre que a todas luces era asiático: en esas épocas, en Alemania irónicamente abundaban de todo tipo de razas, menos la aria. Además, resultaba obvio que el camarero tampoco lo reconoció, no se dio cuenta con una simple mirada de que quien tenía frente a él era el guardameta del Bayern Múnich directamente llegado desde Japón (o mejor dicho, desde Hamburgo, su anterior equipo), Genzo Wakabayashi. El mesero le ofreció la carta de comida y el portero se entretuvo unos minutos viendo su contenido, que no ofrecía algo fuera de lo habitual para la clientela de clase media: club sándwiches, sopas calientes, salchichas wurst.

– Tráigame un Apfelschorle y una hamburguesa con queso –pidió Genzo, tras echarle una mirada rápida al simple menú.

– ?Con papas? –preguntó el mesero, distraídamente.

– ?Se puede pedir sin papas? –preguntó Genzo, por mera ociosidad.

– No. –El camarero esbozó una sonrisa avergonzada y se retiró.

El lugar no era lujoso ni tampoco mediocre sino algo más genérico. Algunas mesas estaban ocupadas por personas que parecían trabajar en un hospital o clínica, a juzgar por sus ropas, pero otras tantas estaban llenas con gente ataviada con ropa más normal. ?se era un restaurante que a todas luces se mantenía gracias a la clientela habitual y jamás se esperaría ver en él a alguien famoso, razón por la cual, aunque alguno de los presentes hubiera reconocido al portero, nadie creería que fuese él en realidad.

La mujer a la que él había ido a ver estaba sentada un par de mesas más allá, en una posición privilegiada junto al ventanal y parcialmente oculta de las miradas indiscretas de los transeúntes por el permiso de sanidad del restaurante. Wakabayashi le echó un par de vistazos rápidos para saber si ella se había percatado de su presencia (la mujer no despegó la vista del libro que leía), tras lo cual se dedicó a observarla a detalle al notar que pasaba desapercibido para ella. Desde su posición, ubicado en una de las mesas localizadas junto a la pared del fondo, él podía mirar hacia su dirección sin que pareciera que la estaba acosando, aunque en realidad sí lo estuviera haciendo.

"No la estoy acosando", gru?ó Wakabayashi, para sí mismo. "Sólo estoy examinándola, que no es lo mismo".

Ella llegó primero que él, unos veinte minutos antes; Genzo se había asegurado de que fuese así, pues no quería delatar el verdadero motivo de su presencia en ese sitio en el que nunca antes había puesto un pie. No estaba muy seguro de qué esperaba obtener con ese curioso experimento, pero de momento estaba siguiendo una corazonada y ésta le decía que tenía que poner atención a la mujer que estaba absorta leyendo un libro, con un vaso de lo que parecía ser Apfelschorle a medio consumir. Este detalle, a pesar de ser tan intrascendente, causó cierta sorpresa en el portero: coincidir en algo peque?o con un desconocido siempre causa asombro. El libro que ella leía era de un autor llamado Edgar Allan Poe, a quien Wakabayashi ya había escuchado nombrar en más de una ocasión pero jamás había leído algo de él (en general, si no se trataba de revistas de fútbol, él no solía leer, para qué negarlo).

– En un momento le traigo su hamburguesa, se?or –anunció el mesero mientras dejaba el vaso con Apfelschorle.

Genzo agradeció con la cabeza y con sutileza volvió a mirar a la joven. Trató de encontrarle algún parecido con Anna, algo que le permitiera saber qué relación podrían llegar a tener esas dos mujeres, pero no lograba encontrar algo que las hiciera coincidir. De hecho, de no ser porque ambas eran mujeres, Wakabayashi podría asegurar que no tenían nada en común: Anna era de piel muy blanca, la desconocida era morena; Anna tenía el cabello corto y negro azabache, la desconocida lo tenía muy largo y de color casta?o. Ni siquiera coincidían en color de ojos pues, aunque los de ambas eran cafés, los de Anna tiraban más a negro mientras que la desconocida los tenía de un tono achocolatado. No había punto de concordancia entre una y otra y, sin embargo, las dos habían compartido algo muy íntimo, aunque era seguro que ninguna de las dos lo sabía. O por lo menos la desconocida no estaba enterada, pero no podía asegurar lo mismo con respecto a Anna.

"Deja de darle vueltas a ese asunto", le dijo su voz interior. "Paga lo que consumiste y vete, no tienes nada qué estar haciendo aquí". Pero Wakabayashi no se fue y esperó a que llegara la hamburguesa para comérsela con lentitud, como si fuese una persona más del montón, al tiempo que lanzaba miradas ocasionales a la desconocida del libro de Edgar Allan Poe y el vaso de Apfelshorle a medio consumir.

Y por más que lo intentó, no logró descifrar el por qué Anna fue la elegida en vez de esa mujer.

Al acabar de comer, Genzo se levantó, pagó y se fue, convencido de que nunca más volvería a ese lugar; como experimento estuvo bien, pero tenía que reconocer que había fracasado estrepitosamente. Regresó al día siguiente por la hamburguesa, pues su sabor lo cautivó desde el primer bocado, algo que el portero asoció más a la novedad de un sabor tan sencillo que por el hecho de que el platillo fuese la gran cosa. En esa ocasión, la chica del largo cabello casta?o (sí que lo tenía largo, Genzo pudo comprobarlo la tarde anterior) no apareció, pero no era como si él esperase que lo hiciera. Había desistido de su idea de compararla con Anna, pues había llegado a la conclusión de que eran tan diferentes como el día y la noche. Y, de cualquier manera, cotejarlas no le habría dado las respuestas que buscaba. Así pues, Wakabayashi comió tranquilo y disfrutó de su hamburguesa, gozando de la novedad de que nadie lo hubiese reconocido todavía.

Los dos días siguientes Genzo estuvo ocupado con el partido de rigor, jugado fuera de casa, así que no tuvo tiempo de pensar en el peque?o restaurante del Apfelschorle y las hamburguesas sabrosas, ni tampoco en la joven del largo cabello casta?o y el libro de Edgar Allan Poe, pero en cuanto regresó a Múnich tuvo antojo de volver a ese sitio a comer por una última vez, según él. No había pensado en esa joven ni una sola vez durante el tiempo que estuvo fuera de Múnich, pero en cuanto la mujer puso un pie en el sitio, Genzo se dio cuenta de que había estado esperando a que ese día sí apareciera para verla una vez más. ?La razón? Se daba cuenta de que seguía molestándole el asunto que lo había llevado hasta ahí la primera vez y que se relacionaba mucho a esa mujer. ?Para qué darle vueltas al asunto? A Wakabayashi no le gustaba ciclarse con una idea, pero ésta en particular no dejaba de atormentarlo.

"?Por qué Anna y no ella?".

Quizás el asunto no habría pasado a mayores si hubiese hecho lo que su cerebro racional le dijo que hiciera: que se marchara de ahí cuanto antes y que no se le ocurriera volver jamás, pero sus piernas se negaron a moverse y Genzo no tuvo más remedio que obedecer. Se dijo que por una última vez podría dedicarse a contemplar a la joven y analizarla a detalle, sus gestos, sus acciones, hasta lo que comía para tratar de hacerse una idea de su personalidad. Quizás la clave estaba en eso: la personalidad. Anna siempre había sido una chica complaciente, quizás demasiado, que no solía llevarle la contraria a nadie, tan era así que hasta Genzo en ocasiones decidía por los dos una cuestión que tendrían que haber decidido ambos, pero era que Anna podía caer en el rango de sumisa y jamás se hubiera atrevido a decirle que no a su prometido, aunque estuviese en contra de lo que él eligió.

"Pero la personalidad no se puede adivinar con sólo ver a alguien", pensó el portero. "A veces, puedes conocer a una persona durante a?os, prácticamente desde que ambos eran unos críos y aun así en algún momento descubrirás que hay cosas de su carácter que todavía no conoces".

Genzo dejó que el tiempo transcurriera mientras analizaba cada detalle de la joven del largo cabello casta?o y llegó a la conclusión de que como psicólogo se moriría de hambre, no tenía ni idea de cómo determinar el carácter de una persona basándose sólo en su apariencia. Decidió darse por vencido cuando ella pagó su cuenta (otro Apfelschorle, esta vez acompa?ado por un sándwich de roast beef y aceitunas negras) y se marchó sin mirar a nadie en particular. ?l estaba a punto de hacer lo mismo, aunque dejando pasar unos cuantos minutos para que nadie pensara que la estaba acosando, cuando se dio cuenta de que algo se había quedado en la mesa que había ocupado la chica, una cosa rectangular y plástica, ligeramente más grande que una tarjeta de crédito. Wakabayashi se levantó con rapidez para acercarse a la mesa y tomar el objeto, tras lo cual se lo embolsó tranquilamente como si le perteneciera y le hizo se?as al camarero para pagar su cuenta.

Al salir del restaurante se sintió como un criminal, como si hubiese robado algo valiosísimo que no tuviera derecho a sustraer, a pesar de que en sí no era tan importante. El japonés sacó el objeto del bolsillo de su pantalón y se dio cuenta de que era un gafete de identidad, de ésos que dan las empresas para a sus empleados, aunque éste en particular no era de una empresa sino del Hospital General de Múnich. En la credencial aparecía una foto de la joven con su nombre escrito en letras más o menos grandes: Dr. Lily A. Del Valle. Por mero instinto, Genzo alzó la mirada y se dio cuenta de que la (ahora lo sabía) doctora no estaba todavía muy lejos, bastaría con correr un poco para alcanzarla.

"Mejor entrega ese gafete al personal del restaurante", le dijo su conciencia. "Y tú regresa al sitio a donde perteneces".

Aunque parecía un plan bastante razonable, sus piernas comenzaron a moverse por voluntad propia y, antes de que Wakabayashi se diera cuenta de lo que sucedía, se encontró a pocos pasos de la doctora. ?l todavía estaba a tiempo de darse la media vuelta y dejar esa identificación en el restaurante, en donde seguramente su due?a trataría de buscarla más tarde, pero decidió seguir adelante.

– Doctora Del Valle. –Y en cuanto pronunció su nombre, Genzo supo que había pasado el punto sin retorno.

– ?Sí? –Ella se giró con la sorpresa obvia de quien ha sido llamado por su nombre por un desconocido, pero cambió su expresión en cuanto se dio cuenta de quién la buscaba–. ?En qué le puedo ayudar?

– Sólo quiero entregarle esto. –Genzo estiró la mano para mostrarle el objeto–. Lo dejó en la mesa del restaurante.

– ?Oh! Danke sch?n! –agradeció ella, mientras tomaba la tarjeta plástica–. Ni cuenta me había dado de que la olvidé ahí. ?Lo hubiera notado en cuanto llegara al hospital y me prohibieran la entrada!

– No creo que eso hubiera llegado a suceder, ?o sí? –preguntó el portero, con una ligera sonrisa–. Seguro que a usted ya la conocen ahí y la dejarán pasar, con o sin credencial.

– Se nota que usted no trabaja ahí –rio ella–. ?Esos guardias son más fieros que policías en último día de quincena!

Genzo rio también gracias al comentario, tras lo cual la doctora le volvió a agradecer su amabilidad y se despidió. ?l no hizo el intento de detenerla ni de preguntarle lo que tanto anhelaba saber, así que se separaron como dos desconocidos que coincidieron durante algunos minutos por una casualidad. Mientras se alejaba en dirección contraria a aquella que había tomado la doctora, Wakabayashi se dijo que había obrado bien y que ahora podía dejar ese asunto por la paz.

"Y de paso, dejaré de preguntarme qué tuvo Anna que esa doctora no".

Tuvieron que pasar un par de días para que él la volviera a ver, pero en cuanto ella llegó al restaurante, Wakabayashi se dirigió a su mesa como si lo hubiesen acordado la vez anterior. La doctora pareció sorprenderse al verlo pero no tanto, no como habría estado de no haberse esperado ese movimiento por parte suya, más bien parecía asombrada del hecho de que Genzo sí hubiese hecho lo que ella esperaba que hiciera. ?Cómo es que la mujer deseaba que él fuera hacia su mesa? Seguramente ni la misma doctora lo sabía.

Guten tag, Dr. Del Valle –saludó Genzo, con una cortesía poco usual en él–. ?Le molesta si me siento?

– Adelante. –La joven se?aló el asiento libre frente a ella–. Aunque no sé por qué querría sentarse precisamente aquí.

– Para charlar un rato –contestó él, con naturalidad–. A menos que esté esperando a alguien, en cuyo caso no quiero importunar.

– Hoy estoy sola –respondió la médica. Como siempre–. Aunque debo decir que esta situación me sorprende.

– ?Por qué? –inquirió Wakabayashi.

– Bueno, no es común que me aborden futbolistas famosos en un restaurante –dijo ella–. Lo habitual es que se me acerquen cantantes, actores, modelos, escritores, beisbolistas y un largo etcétera, pero no futbolistas.

?l esbozó una sonrisa curiosa. Le agradó que ella actuara con tanto aplomo, como si de verdad estuviese acostumbrada a ese tipo de situaciones.

– Veo que me ha reconocido –comentó Genzo, jugueteando con el salero de la mesa–. Creí que no lo había hecho.

– Es difícil no hacerlo –replicó Lily–. Por mucho que intentó disfrazar su apariencia, sólo lo consiguió a medias.

– ?De verdad? –?l se sorprendió, pues creía que su fachada de turista era creíble–. ?Qué me delató?

– Su cara –aclaró la joven, muy seria–. Alemania no está precisamente poblada de japoneses.

Genzo volvió a reírse sin poder evitarlo. Tenía que admitir que le agradaba la actitud de la doctora y su facilidad para tomarse las cosas con humor. En eso Anna era muy distinta: era una mujer agradable, pero jamás se le hubiera pasado por la mente el hacerle bromas a un desconocido.

El mesero se acercó a tomarles la orden y se asombró al verlos juntos, como si hubiera encontrado a un oso polar platicando con un puerco espín, pero no hizo comentarios al respecto. ?l pidió su ya tan gustada hamburguesa con queso, ella un sándwich de roast beef con aceitunas negras. A la hora de elegir las bebidas, Genzo pidió Apfelschorle para ambos y Lily no protestó.

– Cualquiera pensaría que un futbolista cuidaría mejor su alimentación –comentó Lily cuando el mesero se retiró.

– Una hamburguesa con queso de vez en cuando no le hace da?o a nadie –replicó Wakabayashi.

– Supongo que no. –Ella prefirió no decir que lo había visto ordenar el mismo platillo todas las veces que él había estado ahí–. ?Puedo hacerle una pregunta, se?or Wakabayashi?

– Mientras no sea el por qué estoy en un restaurante peque?o y prácticamente desconocido para cualquier futbolista –declaró Genzo. "Porque no estoy listo aún para responder a esa pregunta".

– No es eso, sus motivos tendrá para hacerlo –negó Lily–. Sólo me gustaría saber por qué quiere hablar con una desconocida.

– Porque me he cansado de hacerlo con la prensa –fue la respuesta automática del portero.

La joven le sonrió con escepticismo y condescendencia, como quien sabe que le han dado una justificación muy estúpida. "Pero, aunque ella se moleste, todavía no estoy listo para decirle la verdad", se dijo Wakabayashi. "Ni siquiera estoy seguro de que se la vaya a revelar alguna vez, por mucho que merezca saberla".

– De entre todas las personas que asisten a este lugar, me pareciste la más interesante –se?aló Genzo, lo cual era cierto aunque no por la razón que ella podría llegar a creer–. Y es agradable hablar con alguien que no está interesada en sacarme una entrevista exclusiva.

– Oh, entonces tendré que renunciar a mis sue?os de hacerme famosa con un reportaje bomba del Super Great Goal Keeper –suspiró Lily, fingiendo desaliento.

– Me parece que sí, doctora. –?l estuvo a punto de reír otra vez–. De verdad lo lamento.

– No, no lo haces –negó la doctora, enérgica–. Y tampoco estás siendo sincero, puedo sentirlo, pero está bien, no puedo obligar a un desconocido a que me cuente sus más oscuros secretos.

Genzo le sonrió de manera involuntaria. Sin duda, esa doctora le agradaba. ?l temió, sin embargo, que después de esa confesión ella se quedara callada, pero no sucedió así: la plática se desvió a temas intrascendentes como el tipo de comida que él solía comer o la clase de bebidas que ella no consumía cuando estaba por entrar a trabajar, todo acompa?ado por comentarios agudos por parte de ambos, en un intercambio destinado a tantear el terreno. Wakabayashi se dio cuenta de que Lily creía que ambos estaban conociendo al otro mientras trataban de adivinar sus intenciones ocultas, pero la doctora no sabía que él le llevaba ventaja al poseer un secreto suyo que ella no sabía que el portero conocía.

"El misterio de por qué él eligió a Anna en vez de a ti".

– Cualquiera pensaría que un futbolista hablaría sólo de fútbol pero contigo no ha sido así –comentó Lily en algún momento, cuando casi se hubo acabado su sándwich de roast beef con aceitunas negras–. Han pasado treinta minutos y no hemos tocado ese tema ni una sola vez.

– Confieso que es la mayor cantidad de tiempo que he pasado sin hablar sobre soccer en toda mi vida –replicó Wakabayashi–. Un par de minutos más y habría estallado, no me habrías callado ni poniéndome una mordaza.

– Algo así me suponía. –Ella se rio con muchas ganas.- Sin embargo, no tienes por qué contenerte a la hora de hablar de fútbol, me gusta ese deporte y de hecho soy muy fan del Bayern Múnich.

– ?De verdad? –?l alzó las cejas con sorpresa–. Vaya, no lo esperaba.

– No es tan raro, ?o sí? –Lily se encogió de hombros–. Digo, después de todo estamos en Múnich, cuna del mejor equipo de fútbol de Europa y del mundo entero.

– Aun así es un tanto peculiar –insistió Genzo, tras lo cual tomó un sorbo de Apfelschorle para disimular su turbación.

"Nada en esta vida es una casualidad. Lo sabes, ?no?".

– Si tuviera más tiempo disponible, te pediría que me hablaras sobre tus experiencias futbolísticas pero debo irme ya –continuó Lily, al tiempo que sacaba su cartera. Si notó la turbación de su acompa?ante, no lo demostró.

– Yo pago –soltó Wakabayashi, casi sin pensarlo.

– Oh, gracias por la oferte, pero no creo que el placer de hablar de tonterías con una desconocida valga lo que cuesta un sándwich de roast beef –replicó Lily, con una sonrisa.

"Anna no se hubiera negado", pensó Genzo, sin sonreír. "Hay que reconocer que ella muchas veces me trató como si yo fuera un cajero automático o una tarjeta de crédito ilimitada".

Tras pagar su parte, la doctora agradeció la compa?ía y se dispuso a retirarse. Genzo, sin embargo, la retuvo unos instantes más con una fórmula simple.

– No nos hemos presentado todavía –dijo él–. Es extra?o que dos personas desconocidas compartan los alimentos pero no sus nombres.

– Eso es lo que sucede todos los días en un lugar como éste –se rio Lily–. A diario muchos desconocidos entran aquí a comer juntos pero no dan a conocer sus nombres. La diferencia con nosotros es que hoy compartimos la misma mesa, pero hace unos de días no lo hicimos y no te preocupó el saber cómo me llamo.

"Eso es lo que tú crees", pensó Wakabayashi e hizo una mueca irónica. Algo debió notarse en su expresión pues Lily suavizó su actitud.

– Además, no es como si realmente no supiéramos cómo nos llamamos –continuó ella–. Yo sé que tú eres Genzo Wakabayashi y tú debes de estar enterado de que me llamo Lily Del Valle, seguramente lo viste en mi credencial.

– ?Cómo sabes que la vi? –replicó Wakabayashi–. Pude haberla tomado sin leer lo que decía ahí.

– ?No lo hiciste? –inquirió ella, enarcando una ceja–. Porque, de no ser así, tendré que alabar tus poderes telepáticos pues me llamaste por mi apellido.

– Maldita sea, ?olvidé ese detalle! –Pillado en plena mentira, Genzo no tuvo más remedio que reírse–. Empiezo a darme cuenta de que no se le escapan los detalles, doctora Del Valle.

Lily le sonrió por respuesta y le hizo un saludo de despedida con la mano. Wakabayashi la miró irse y reconoció que, aunque físicamente no fuesen tan distintas, Anna y la doctora Del Valle eran muy diferentes en cuanto a personalidad.

"Aún así, eso no me explica el por qué ese hombre la eligió a ella en vez de a ti, doctora…".

Desde que era muy ni?o, Wakabayashi siempre le hizo caso a su instinto, sus corazonadas eran un punto muy importante a considerar en sus planes de vida, pero en esta ocasión algo lo impulsaba a ignorarlas y hacer precisamente lo que su instinto le decía que no debía hacer. El cerebro le advertía que no debía de volver a pararse en ese restaurante y que debía seguir adelante con su vida, pero el corazón le indicaba que tenía que mandar a su cerebro al diablo y que debía acudir otra vez. Como no pudo decidir qué hacer, el japonés tomó la determinación de ir una última vez y, si la doctora Del Valle no acudía ese día, dejaría las cosas en paz.

Así pues, cuando la vio entrar al día siguiente, Genzo supo que había cosas que simplemente están destinadas a suceder y que por mucho que uno quiera labrarse su destino con sus propias manos, a veces la vida termina arrastrándote hacia situaciones que no pediste sólo porque sí, por el simple gusto de ense?ar que el libre albedrío no existe y que no somos due?os de nuestro futuro. Sin embargo, si bien de inicio se sentía molesto por la situación que lo llevó a cruzarse con la doctora Del Valle, en ese momento comenzaba a cuestionarse si de verdad valía la pena seguir enojado. Ella era tan inocente como él, al final de cuentas y, por más que se esforzó en hacerlo, no consiguió que le resultara desagradable el conocerla.

Aunque también es verdad que si él se presentaba en un sitio que ella frecuentaba, era obvio que tarde o temprano iba a volver a encontrársela. La vida también suele tener una explicación más sencilla y menos filosófica.

Al verlo, Lily se detuvo a medio paso, sin saber bien qué hacer. No le parecía correcto ir a sentarse a la mesa del portero porque no se conocían lo suficiente, además de que estaba segura de que él le estaba ocultando algo y no sabía qué. Es decir, ellos no se conocían de nada, pero aún así Wakabayashi la buscó como si la conociera desde siempre, como si supiera algo sobre ella que le daba derecho a tratarla con mucha familiaridad y eso a Lily la inquietaba. Así pues, la doctora decidió que lo saludaría con una sonrisa y ocuparía otra mesa sin remordimientos. Ella experimentó un cierto alivio (mezclado con decepción, aunque no lo admitiría) cuando se sentó en otro sitio y Genzo continuó en su lugar, sin dar muestras de haberse ofendido. Sin embargo, cuando ya había ordenado la comida, Wakabayashi se levantó de su asiento con parsimonia, como si planeara dirigirse al ba?o, pero en realidad se desvió hacia la mesa en la que estaba Lily y se sentó en un silla disponible, esta vez sin preguntar si podía hacerlo.

– Disculpa que te moleste otra vez, pero tengo curiosidad por el libro que estás leyendo –soltó Genzo y se?aló el libro de Edgar Allan Poe, Narraciones Extraordinarias, que ella tenía en la mesa–. Es decir, conozco al autor pero nunca he leído algo sobre él. ?Lo recomiendas?

Lily levantó una ceja, confundida. ?De verdad a él le interesaba leer algo? No le parecía que Genzo Wakabayashi fuese del tipo de persona a la que le gustara leer, pero lo cierto era que no lo conocía lo suficiente como para asegurar que no lo fuera.

– Es bueno, si te gusta la literatura "oscura" o gótica –comentó ella, sin saber exactamente qué decir–. Edgar Allan Poe es un escritor muy bueno, pero si su tipo de escritura no es tu estilo, no te gustará por muy excelsa que sea. Sin embargo, aunque no te conozco lo suficiente, apostaría a que te podría llegar a agradar.

– Bien, conseguiré una copia entonces –asintió Genzo, con expresión seria.

– Podría prestarte el mío si te interesa, de todos modos yo ya lo he leído –soltó Lily sin pensarlo, sintiendo también que no fue ella quien habló–. Empieza a leerlo y si te gusta, ya te compras el tuyo.

– Hmmm, es una proposición interesante. –?l la miró con una expresión curiosa–. Me sorprende que quieras prestarme tu libro.

– ?Por qué? –cuestionó ella–. Lo hago porque no soporto que la gente compre libros que no van a leer jamás así que no tiene caso que gastes en algo que no sabes si te gustará.

– No es por eso, me asombra que le estés prestando un libro a un desconocido –aclaró Wakabayashi–. ?No te preocupa que no te lo devuelva?

– Oh, pero no eres un desconocido –negó ella–. Eres Genzo Wakabayashi y eres famoso, me basta con ir al Allianz Arena a un partido del Bayern Múnich para llevar un cartel enorme que diga: "?Devuélveme mi libro, Genzo Wakabayashi, o paga por él!".

Wakabayashi se rio de buena gana durante un momento antes de responder, algo que se le estaba haciendo una costumbre cuando se encontraba con la doctora. En el fondo, le habría gustado que Lily no se lo pusiera tan fácil porque le iba a costar mucho trabajo decirle la verdad cuando llegara el momento de hacerlo.

– Seguro que más de un reportero se volverá loco tratando de averiguar qué quiere decir ese cartel –comentó él, al fin–. Sería interesante de ver.

– ?No me crees capaz de hacerlo? –cuestionó Lily, frunciendo el ce?o.

– Oh, por supuesto que te creo capaz de hacerlo, doctora. –Genzo esbozó una media sonrisa–. No sé mucho de ti pero algo me dice que sí lo harías.

Para fortuna de ambos, la conexión que se estableció entre ellos fue cortada por el mesero, quien deseaba saber si Genzo ordenaría algo más, a lo que él respondió que no y pidió que le diera su cuenta. Lily se sintió ligeramente decepcionada por esto pero no lo demostró abiertamente.

– Te devolveré el libro en cuanto sepa si me ha resultado bueno o no –comentó Wakabayashi, tomando el objeto que ella le acercó–. Sólo dame algunos días pues no tengo mucho tiempo libre.

– Por supuesto –asintió Lily–. Tómate el tiempo que quieras.

?l no quería alargar durante más tiempo esa intromisión a la vida privada de la doctora así que se despidió y se marchó antes de que tuviera tiempo de arrepentirse. Una vez que estuvo en su departamento, Genzo tomó el libro y analizó su portada durante mucho tiempo, preguntándose si Anna sería de las que les gustaba ese tipo de literatura. Si bien Wakabayashi sabía que ella leía, no estaba seguro de que Edgar Allan Poe fuese uno de sus autores favoritos, no encajaba con su estilo.

En cuanto leyó el primer par de hojas, el portero tuvo que admitir que Lily habría ganado su apuesta, de haberla hecho: el estilo oscuro del autor le pareció atrayente y cuando se dio cuenta llevaba ya cuarenta minutos sumido en la lectura, un nuevo récord para él. Y no se hubiera detenido si al dar vuelta a la hoja no se hubiese topado con un par de boletos para un partido del Bayern Múnich que había tenido lugar dos semanas atrás; curiosamente, uno de los boletos había sido usado mientras que el otro estaba íntegro, como si la doctora hubiera invitado a alguien que al final no pudo, o no quiso, ir con ella.

– Qué interesante –murmuró el japonés–. ?sta es la prueba de que el destino tiene sentido del humor.

Genzo recordaba perfectamente ese juego por el hecho de que Anna no acudió a verlo jugar pues pretextó que tendría que quedarse a trabajar hasta tarde. En ese entonces, Wakabayashi sospechaba que ella le había mentido, pero ahora que veía ese par de boletos ya estaba seguro de que su intuición había sido la correcta. Ahora, sólo le faltaba enterarse de la otra mitad de la historia, la cual seguramente la doctora Del Valle conocía.

Tres días más tarde, Lily se sorprendió de ver llegar a Genzo con una bolsa de papel en la mano; él se dirigió directamente hacia ella, la saludó y se sentó en su mesa sin preguntar, como si ya hubiesen establecido que así serían las cosas entre ellos. El joven sacó de la bolsa dos libros de Narraciones Extraordinarias, el que ella le había prestado y uno nuevo.

– Bien, si hubieras apostado, habrías ganado, doctora –le dijo Genzo, sin más preámbulos–. Me ha gustado el libro así que decidí comprar una copia, ya no tendrás que ir a buscarme al estadio para pedir que te lo devuelva.

– Qué lástima, ya tenía listo el cartelón –replicó ella, tomando su libro–, pero me agrada saber que te gustó.

– Por cierto que encontré un par de cosas interesantes dentro del libro –continuó Wakabayashi, como quien no quiere la cosa– Y no me refiero a la historia. Tal vez no debería de haberlo visto, pero supongo que olvidaste que lo dejaste ahí.

– ?Qué cosa? –preguntó Lily, inquieta.

– Un par de boletos para el partido que jugamos hace un par de semanas contra el Dortmund –aclaró Genzo, sacando las entradas de la bolsa para dejarlas encima de la mesa–. Me resulta llamativo que sólo uno haya sido utilizado y el otro no.

Durante unos instantes que parecieron eternos, la doctora se quedó callada, con la boca apretada. Genzo tuvo la impresión de que ella le escupiría algún insulto pero al final logró contenerse.

– Olvidé que los estaba usando como separador –respondió Lily, tras un largo rato–. Los compré para invitar a mi ex novio al partido pero me dijo que tenía cosas más importantes que hacer, así que decidí ir sola, tenía muchas ganas de ver ese juego y no me lo iba a perder por su culpa. La verdad es que los estaba usando de separador como recuerdo de mi estupidez, para que no se me olvidara el por qué él y yo ya no estamos juntos.

Esta vez fue Wakabayashi quien se quedó callado durante unos minutos, dudando en si debía decirle o no la verdad. Lily tenía clavada la mirada en los boletos así que no notó la expresión que él puso. De haberlo hecho, quizás se habría levantado y se habría ido para no volver jamás.

– Entiendo –dijo Genzo; al final, no se atrevió a confesarle lo que sabía–. Supongo que es debido a eso por lo cual él no es más tu novio.

– No exactamente. –Lily se rascó la oreja–. Pero no quiero hablar de eso.

– De acuerdo –aceptó él–. No preguntaré más, lamento si he sido demasiado indiscreto.

– Gracias –suspiró ella–. La verdad es que en parte ha sido culpa mía por no recordar que estaban ahí. Cambiando el tema: ?Qué es lo que más te ha gustado hasta ahora del libro?

– Que la lectura es bastante amena –confesó el portero–. Es fácil de seguir para alguien como yo, que de letras no sabe mucho.

– Seguro que sabes más de lo que aparentas –opinó la doctora–. No pareces ser un hombre tonto.

– No dije que lo fuera, pero hay varios tipos de inteligencia –sonrió Genzo–. Y la mía no es de las que tienen que ver con las letras. Ni con los números, para resumidas cuentas.

– ?Puedo suponer entonces que eras un mal estudiante? –cuestionó ella, con picardía.

– Tanto que te espantarías si vieras mis notas –asintió él, con total seriedad–. Por fortuna, mi padre era el hombre más rico de la ciudad y nadie en su sano juicio se hubiera atrevido a reprobarme.

Ella soltó esa carcajada estrepitosa que resultaba grata de escuchar y Wakabayashi se sintió como si estuviera patinando sobre hielo muy delgado: un paso en falso y caería en aguas peligrosas. Ese sentimiento también lo experimentó con fuerza cuando vio los boletos del juego Bayern Múnich vs Borussia Dortmund en el libro de Edgar Allan Poe e hizo las conexiones que le faltaban.

– Siento que me estás tomando el pelo horriblemente, que te burlas de mí con ganas pero no puedo enojarme, no tanto, porque no sé por qué lo haces ni qué esperas conseguir –dijo Lily, con esa franqueza que Genzo empezaba a conocerle.

"Bien me lo dijo Schneider alguna vez: a las mujeres no se les puede ocultar algo durante mucho tiempo", pensó Wakabayashi, enfurru?ado. "Me está costando mucho trabajo fingir ante esta doctora que no tengo una historia escondida que la involucra".

– ?Por qué habría de querer algo especial de ti, doctora? –preguntó Genzo, quien logró mantener una expresión impasible.

– Porque no hay motivo ni razón real para que te hayas acercado a mí –respondió Lily–. No te creo para nada ese pretexto que me diste acerca de que estás cansado de hablar con la prensa. ?Qué quieres exactamente? ?Atendí a algún familiar tuyo y vienes a cobrar venganza?

– ?Por qué querría cobrar venganza por haber atendido a algún familiar mío? –se sorprendió Genzo.

– Ningún médico es perfecto. –Lily se encogió de hombros–. ?Qué es entonces si no se trata de eso?

– Hay una razón, sí, pero no estoy listo para decirla. –Wakabayashi se dio cuenta de que lo mejor que podía hacer era ceder, si no quería que ella se levantara y lo dejara–. No tengo malas intenciones contigo, lo juro, sólo quiero conocerte mejor.

Esto era parcialmente cierto, aunque los motivos que Genzo tenía para hacerlo estaban comenzando a cambiar. Lily lo analizó a conciencia durante unos minutos para tratar de definir si él estaba siendo sincero; Genzo soportó estoicamente el escrutinio porque, por más que ella intentara, jamás conseguiría adivinar qué lo había motivado a acercársele.

– Supongo que mientras no salgamos de este restaurante no habrá problema –sentenció la doctora, tras suspirar.

– ?Qué quieres decir exactamente? –preguntó él, confundido.

– Que podemos hablar para conocernos mejor siempre y cuando lo hagamos cuando nos encontremos aquí –aclaró Lily.

– Bien, eso me parece razonable –aceptó Genzo, tras pensarlo un poco–. Después de todo no se vería bien que saliera contigo a otro lado, tomando en consideración que no estoy soltero.

"Y no quisiera hacerle a Anna lo que ella me ha hecho a mí…".

– No sabía que tuvieras pareja –se?aló la doctora, por cuyo rostro cruzó una expresión indescifrable–. Los medios no han hablado sobre eso.

– Porque me he encargado de mantenerlo en secreto –se?aló Wakabayashi y se sintió inexplicablemente incómodo–. En un amplio sentido de la palabra, estoy comprometido. En un estricto apego, Anna sólo es mi pareja pero no hemos hablado de casarnos.

– ?Entonces cómo es que es tu prometida si no se lo has propuesto aún? –preguntó ella, más curiosa que asombrada.

– Es una historia que involucra costumbres de mi país que pueden resultar anticuadas para alguien de occidente. –Genzo se maldijo por haber tocado el tema.

– ?Algo así como un matrimonio concertado por sus padres? –aventuró Lily, a quien la sola idea le causó mucha gracia–. Es lo único que se me ocurre.

– Has atinado, doctora –asintió el portero–. Aunque en este caso sí hay un sentimiento real así que no consideramos que lo nuestro sea algo por conveniencia.

"Ni yo mismo he creído eso, no puedo esperar que ella lo haga", se dijo él. "Basta con ver su cara, está a dos segundos de echarse a reír a carcajadas y no la culpo".

– Entiendo –aceptó Lily, quien logró contenerse–. O al menos trato de hacerlo; yo en lo particular no puedo pensar en alguna razón que pudiera obligarme a aceptar un matrimonio que no quiero, pero sé que esta práctica todavía se acostumbra a hacer en muchas partes del mundo. Pero en fin, que ése no es el caso, la cuestión es que, siendo las cosas como son, refuerzo mi idea de que si quieres hablar conmigo, deberá ser en este restaurante. No sé por qué, pero presiento que éste no es del tipo de lugares que tu novia-prometida frecuentaría.

– Y no te equivocarías –asintió Genzo–. ?Podemos hablar de otra cosa? No quisiera seguir tocando el tema.

– Por supuesto –acordó ella–. Fuiste tú quien lo sacó a colación.

– Ningún portero es perfecto –parafraseó él, imitándola.

– No te robes mis frases –se rio la joven, lo que hizo que Genzo sonriera–. Si te soy sincera, creo que estamos cometiendo un error.

"Yo también", pensó Wakabayashi. "Pero aún así voy a seguir adelante".

A partir de entonces comenzaron esas reuniones, que no fueron diarias debido a las ocupaciones de ambos, pero sí constantes. Genzo sentía que al ir a ese restaurante dejaba detrás de su puerta la fama y el peso de su vida diaria para convertirse en una persona más pues, a pesar de las muchas burlas que Lily le hizo al conocerlo, ella no se mostraba impresionada por hablar con él. Ella, a su vez, parecía disfrutar de los encuentros con el placer que tiene alguien que sabe que prueba algo que le gusta y que va a durar poco. No se presionaba por impresionarlo ni tampoco le importaba el futuro de esas reuniones, quizás por eso no se contenía a la hora de hablar y él sentía que estaba conociendo a su auténtico ser en vez de la careta que seguramente mostraba en el hospital. Hablaban de todo un poco y sin comprometerse a nada, o simplemente dejaban pasar el silencio en agradable compa?ía mientras consumían lo que fuese que hubieran ordenado. Ninguno de los dos supo ver a tiempo que esto, más que un truco que ayudara a preservarlos de cualquier lío, era una trampa mortal, de ésas que suele tender el amor cuando se ha aburrido de lo complicado.

En una de esas pláticas sin sentido, Genzo averiguó que Lily, aunque actualmente ostentaba la nacionalidad alemana, había nacido en México y que había llegado al país siete a?os atrás, con la idea de hacer un posgrado que durase unos pocos a?os aunque al final aceptaría quedarse de manera permanente. La doctora provenía de una familia mexicana normal de clase media, por lo que le causaba gracia el que Genzo fuese descendiente de una familia japonesa millonaria y de renombre, lo que la motivaba a hacerle muchas bromas al respecto. ?l de buena gana le contaba las cosas de "chico rico consentido" (como Lily lo llamaba) que solía hacer cuando era ni?o, para lograr que ella riera, sobre todo en esos días en los que la doctora llegaba del hospital con la expresión de alguien que ha visto demasiado dolor para un solo día. Por alguna razón que Wakabayashi no comprendía, Lily parecía disfrutar mucho con sus anécdotas y constantemente le hacía ver a él, con sus comentarios acertados, que sus comportamientos malcriados rayaban en lo absurdo. En una ocasión, sin que viniera a cuento, Genzo le contó a Lily que, para festejar su cumplea?os, su padre había establecido una peculiar costumbre que respetaba religiosamente a?o con a?o.

– La regla es que, en mi cumplea?os, mi padre me regalará cualquier cosa que le pida, sin importar lo costosa o absurda que resulte –dijo el portero–. Así fue como me hice de mi propia cancha de fútbol en casa y de un entrenador de porteros para mí solo.

– Tu familia debe de ser muy, muy rica entonces si tu padre pudo pagar todo eso sin titubear –comentó Lily, tras lo cual soltó una risilla–. ?Qué edad tenías cuando pediste esas cosas?

– Estaba en cuarto a?o de primaria cuando solicité la cancha –contestó Genzo–. Y en quinto cuando pedí tener mi entrenador particular.

– ?Eras malcriado con todas las de la ley! –exclamó ella–. Me sorprende que actualmente seas una persona decente.

– La vida te cambia, lo quieras o no. –?l se encogió de hombros–. Pero si me conocieras mejor, sabrías que en el fondo sigo siendo un malcriado, nunca acepto un "no" por respuesta porque siempre consigo lo que quiero.

– Sí, eso va muy acorde con la imagen de "chico rico consentido" que has ido armando con tus historias –admitió Lily–. Todavía no llegabas a la pubertad y ya contabas con tu cancha y tu entrenador privados, ?qué locura!

– Y eso no ha sido lo peor –confesó Genzo–. He pedido de regalo cosas muy disparatadas.

– ?Cómo qué? –preguntó la doctora, curiosa.

– Una vez le dije a mi padre que quería un par de melones Yubari King –contestó Wakabayashi.

– ?Sólo dos simples melones? ?Y eso qué tiene de especial? –preguntó Lily, extra?ada.

– No eran sólo "dos simples melones" –Genzo le sonrió con picardía–, eran melones de una variedad especial, cada par puede llegar a costar de doscientos a dieciocho mil euros.

– ?QU?? –exclamó Lily, escandalizada–. ?Dieciocho mil euros por dos mugrosos melones? ?Qué carajos hacen? ?Vuelan? ?Convierten el agua en oro? ?Acaban con el hambre a nivel mundial? ?Tienen la bendición de Lev Yashin o qué?

– Me sorprende que sepas quién es Lev Yashin –admitió Genzo, evidentemente divertido–. Y no, eran dos melones sin poderes especiales, pero en Japón es bastante normal recibir frutas como regalo de cumplea?os porque tienen un papel importante en la cultura japonesa de los obsequios: quien regale una fruta cara está demostrando que tiene el dinero para pagarla, lo cual es un símbolo de su estatus.

– Y pensar que yo podía conseguir un par de melones en México con dos dólares o menos –musitó ella, boquiabierta–. Pero aún así, ?por qué esos melones son tan caros?

Wakabayashi le explicó entonces que los melones Yubari King son cultivados de manera especial en el área de Yubari, en Japón, gracias a un suelo cubierto de ceniza volcánica y a un sistema especial de riego, que es un enigma para quienes no trabajan en ello. Dichos melones se crían en invernaderos en donde todo está controlado con precisión milimétrica y los frutos que llegan al mercado son los que pasaron el control de calidad, los mejores de toda la cosecha. Cada par de melones se somete a una subasta, cuya puja máxima podía llegar a la cifra elevada de dieciocho mil euros si se trataba de dos frutos de excelsa calidad.

– En Shizuoka, la prefectura en donde nací y crecí, se cultivan melones muy buenos y muy caros también, pero los Yubari King son mejores que éstos y estoy acostumbrado a tener siempre lo mejor, así que los pedí para mi cumplea?os número siete – finalizó Genzo–. Por supuesto, mi padre no dudó ni un segundo en cumplirme el capricho, como era la costumbre.

– ?Ahora sí que te has pasado! –Lily se rio de buena gana–. ?Eras el emperador de los malcriados!

– ?Quieres saber qué fue lo peor? –preguntó Wakabayashi, con actitud juguetona–. Me comí los dos melones yo solo, no los compartí con mis hermanos mayores, mucho menos con mis padres. No me arrepiento de nada.

Esto provocó una nueva ola de carcajadas en Lily, quien escondió la cara detrás de la servilleta. Le parecía surreal que alguien gastara tanto dinero en una fruta que sería devorada por un malcriado ni?o de siete a?os, pero le daba una idea clara de la clase de mundo de la que provenía Genzo Wakabayashi y, más importante aún, qué clase de mujer era su novia/prometida o lo que fuera. Sin embargo, a diferencia de él, ella no tenía una justificación válida para analizarlos a ambos así que lo dejó pasar. ?Qué le importaba cómo era la relación entre esos dos?

– ?Y tú, doctora? –quiso saber Genzo–. ?Pediste alguna vez un regalo extravagante de cumplea?os?

– Bueno, lo más extravagante que he querido como obsequio ha sido una mu?eca Darbie de colección –contestó Lily, después de meditarlo un poco–. Aunque su precio es nada comparado al de los Yubari King. Ahora que lo pienso, ?nunca pediste juguetes de cumplea?os, como cualquier ni?o normal?

– Lo hice, cuando tenía cinco o seis a?os. –?l se encogió de hombros–. ?Los ni?os suelen pedir juguetes de regalo?

– Al menos los normales lo hacen, sí –se burló Lily–. Ya debería de saber que, como no eres un hombre normal, es seguro que tampoco fuiste un ni?o normal. ?Cómo es que un chico de quinto a?o de primaria solicitó un entrenador profesional como regalo de cumplea?os?

– Es raro, lo sé. –Genzo sonrió con cierta vergüenza–. Pero en mi defensa diré que también pedí tener un perro.

– Bueno, ése es un regalo más normal para un ni?o –reconoció ella–. Aunque sigo sin entender por qué querías tener un entrenador personal a esa edad.

– Porque ya estaba obsesionado con el soccer desde entonces y me sentía muy maduro, así que consideraba que los juguetes eran una pérdida de tiempo –aclaró él, mientras se rascaba la nariz–. Lo irónico del asunto es que sí era inmaduro y malcriado, pero eso no lo vi sino hasta muchos a?os después.

– De eso no me queda la menor duda –replicó la doctora, burlona–. Por cierto, tal vez esté metiéndome en lo que no me importa pero será tu culpa por lo que me has contado: ?Actualmente tu padre sigue cumpliendo tus más desquiciadas peticiones en tu cumplea?os?

– No, ya no –contestó el japonés–. Desde hace muchos a?os que no le he pedido un obsequio porque no lo he necesitado; lo último que solicité no fue algo extravagante, sólo un departamento en Hamburgo.

– Habrá que ver cuál es tu concepto de "extravagante" –se rio Lily–. ??se no es un regalo sencillo!

– Supongo que no, pero juro que fue lo último caro que pedí; además, el que tengo en Múnich sí lo compré yo –aseguró Wakabayashi y se rio también, aunque después se tornó serio de manera repentina y a?adió–: Tal vez no debería decírtelo, pero tengo una última petición extravagante de cumplea?os por hacerle a mi padre, la cual probablemente haré efectiva este a?o.

– ?De verdad? –Lily alzó las cejas con sorpresa.

– Sí. Todavía lo estoy considerando por las implicaciones que tiene, pero en estricto sentido estaría obligado a cumplirla –se?aló el portero.

– ?Aún a tu edad? –cuestionó Lily–. ?No crees que dirá que eso era válido cuando eras más joven?

– Estoy consciente de esa posibilidad –asintió Genzo–, pero de cualquier manera lo intentaré.

– Supongo que no me dirás qué es lo que vas a pedir –aventuró la doctora, esperando una respuesta negativa.

Genzo la contempló durante algunos segundos mientras cavilaba. Revelarle cuál era esa petición de cumplea?os equivaldría a decirle la verdad de por qué había llegado a ese restaurante en primer lugar y él cada vez tenía menos deseos de contársela, no porque le avergonzara sino porque no sabía cómo reaccionaría Lily a esa información y Wakabayashi no estaba listo para hacerse a la idea de que no la volvería a ver.

– Tal vez en algún momento te la cuente –comentó él, al fin.

Esa peque?a plática le hizo ver a Wakabayashi que no podía seguir con esa farsa de manera indefinida; si bien al principio se acercó a la doctora para saber qué no tenía ella que Anna sí, desde hacía mucho tiempo que sus intenciones habían cambiado de manera radical y eso ya no lo podía negar. Así pues, estaba por llegar el momento en el que él tuviera que confesarle un par de cosas a Lily y era altamente probable que ella no se lo tomara de buena manera. Sin embargo, aunque Genzo decidió que tomaría cartas en el asunto pronto, lo cierto es que dejó pasar muchos días más para prolongar lo más posible esas reuniones, hasta que fue la propia Lily quien llevó la conversación a ese punto inevitable.

El día en el que eso ocurrió, ellos habían estado hablando de que ya llevaban varios meses reuniéndose de vez en cuando para comer, pero si bien Genzo estableció una fecha como la primera en la que puso un pie en el restaurante, Lily le hizo ver que estaba equivocado, pues había llegado por primera vez unos cuantos días atrás. ?l insistió en que la primera vez que llegó a comer fue el día en el que ella dejó olvidada su credencial del hospital, pero la doctora aseguraba que no había sido así. Cuando Wakabayashi le preguntó por qué estaba tan segura, ella lo asombró con su respuesta.

– Porque te vi aparecer antes, eso lo recuerdo bien –se?aló Lily–. No te acercaste a mí en esa ocasión, pero te sentaste en una de las mesas de fondo.

– ?Ah! –exclamó Wakabayashi, a quien la sorpresa de haber sido pillado in fraganti le impidió responder de inmediato–. No creí que te hubieras fijado en mi presencia, doctora, estoy francamente estupefacto.

– Bueno, era difícil no hacerlo: encajas en este lugar tanto como encaja un Rembrandt en un puesto de fruta –replicó la doctora–. Aunque tratas de vestirte de manera informal, tu ropa llama mucho lo atención porque a luces se ve que es cara. Y créeme, aquí rara vez entra alguien con ropa cara.

– Ahora me has asombrado con tu habilidad para reconocer el costo de las prendas que viste una persona –se mofó el japonés–. Tenía entendido que eres médico, no dise?adora.

– Precisamente porque soy médico es que sé reconocer cuando alguien tiene dinero y cuando no lo tiene –dijo Lily, jugueteando con el salero de la mesa–. En mi profesión es importante examinar a conciencia al paciente para encontrar detalles que puedan ayudar a hacer un diagnóstico y eso incluye el realizar un análisis del tipo de ropa que usa.

– Interesante cuestión –aceptó Wakabayashi–. ?Quieres decir que yo solo me he delatado?

– Así es –asintió la mexicana, tras lo cual sorbió su bebida–. A la próxima vez que quieras pasar desapercibido, usa ropa de segunda mano. Así pues, ?vas a reconocer que habías venido a este restaurante mucho antes del día en el que olvidé mi credencial?

?l se quedó callado, cavilando. Sus dedos comenzaron a tamborilear sobre la mesa, en actitud tensa. Su mente le dijo que ése era el mejor momento para decirle la verdad y Genzo tuvo que rendirse a la evidencia.

– Tienes razón en una cosa: sí vine a este sitio mucho antes del día en que te regresé tu identificación, pero te equivocas al creer que lo hice en esa ocasión en la que me viste por vez primera –comenzó a decir Genzo–. La primera vez que vine fue un día antes, cuando llegué aquí al seguir a mi prometida y la vi en compa?ía de un médico de piel oscura, quien antes de irse con ella a otro lugar entró a este sitio para hablar con una doctora, a quien le dijo algo que la hizo llorar.

A Lily se le congeló la sonrisa en el rostro; ella no esperaba una confesión semejante y de momento no supo qué hacer. Al final, sacó ánimos de flaqueza y esbozó una sonrisa ensayada, la que solía poner cuando debía dar una mala noticia a un paciente.

– ?Ah, sí? Qué curioso –dijo Lily, con voz temblorosa–. Espero que no te hayas hecho una falsa idea de esa escena, ese médico de piel oscura del que hablas también trabaja en el hospital en donde labora esa doctora y la hizo llorar porque le dio una mala noticia relacionada a un paciente que atendían los dos.

– Eso es mentira y lo sabes bien –la contradijo Wakabayashi–. ?l te hizo llorar porque, ahora lo sé, rompió contigo para irse con mi prometida.

Repentinamente desaparecieron los sonidos del restaurante, como si un denso silencio se hubiese asentado sobre ellos, como si alguien los hubiera encerrado en una burbuja en donde el tiempo permaneció estático durante unos segundos eternos. Demasiado tarde él se dio cuenta de que debió de haber sido más sutil al contarle la verdad a Lily, pero era cierto que Genzo no fue bendecido con el don de la sutileza y no podía fingir tener algo que no poseía. Además, ya no podía regresar lo que había dicho y tendría que lidiar con las consecuencias de ello, fueran las que fuesen. Sin previo aviso y sin decir una palabra, Lily se puso en pie y salió del restaurante sin despedirse. Genzo arrojó un par de billetes de muy alta denominación sobre la mesa para pagar la cuenta y se apresuró a ir tras ella.

– ?Espera, doctora! –gritó él–. Todavía no he terminado de contarlo todo.

– A mí me parece que con lo que has dicho ha sido más que suficiente –gritó ella, sin detenerse–. ?No puedo creer que hayas estado espiándome precisamente ese maldito día y que hayas tenido el cinismo de ocultármelo durante tanto tiempo! ?Ya sabía yo que había algo raro en esa insistencia tuya de querer conocerme!

– No te espié a propósito, no en esa ocasión al menos –replicó Genzo, dándole alcance–. ?Ni siquiera sabía qué estaba sucediendo entre ese médico y tú! Tardé mucho en comprender que Anna estaba enga?ándome con tu ex novio, el choque de comprobar que ella tenía un amante no me hizo entender de inmediato que también a ti te estaban enga?ando, lo comprendí muchas horas después de haber visto el momento en el que él te cambiaba por mi prometida.

– ?Estás jugándome una broma? –Lily se detuvo a medio paso para encararlo–. ?Porque esto parece una maldita broma!

– Por supuesto que no –contestó Wakabayashi, serio–. Sé que no me conoces pero sería incapaz de bromear con algo así.

Ella lo miró a la cara durante mucho tiempo, con la misma expresión que ya le había visto con anterioridad, ésa con la que parecía que iba a escupirle en cualquier momento. ?l estaba preparado para recibir un insulto, un golpe o ambas cosas, pero sorpresivamente Lily no hizo ninguna de las dos acciones, sólo se dio la media vuelta y comenzó a caminar otra vez.

– No me sigas –gritó.

No era una petición, no era una sugerencia: era una orden. Tras lo sucedido, Wakabayashi consideró que su mejor opción era obedecerla, no quería armar un escándalo y además él no la conocía lo suficiente como para perseguirla hasta que quisiera escucharlo. Después de todo no podía culparla, él había soltado una bomba sin permitirle prepararse para recibirla y Lily había salido más lastimada de lo que él creyó. En su momento, Genzo pensó que estaba en todo su derecho de hacer lo que hizo pero, ?realmente tenía derecho a actuar de esa manera y lastimar a alguien que era tan inocente como él?

"Fui muy desconsiderado al no pensar en cómo se sentiría la doctora con esta información", se recriminó. "No sólo no la previne sino que además le mentí abiertamente, no es de sorprender que esté furiosa. Sin olvidar, claro está, que fui testigo de un momento en el que ella estaba vulnerable y eso debe de haberla enojado todavía más. Sí, eso es, debe de estar muy molesta porque la vi en un momento de debilidad. En todo este tiempo sólo estuve pensando en cómo me sentía yo, pero no se me pasó por la cabeza que la doctora también debió de haberla pasado mal".

Pero ya era demasiado tarde para arrepentirse, ahora sólo le quedaba esperar que Lily no lo odiara al grado de no querer volver a verlo. Al pensar en esa posibilidad, Genzo hizo una mueca de desaliento, pues la idea le desagradaba más de lo que quería admitir.


Notas:

– Genzo Wakabayashi es un personaje creado por Yoichi Takahashi ?.

– Lily del Valle es un personaje creado por Lily de Wakabayashi.

– ?ste es el fic que escribo todos los a?os para el cumplea?os de Genzo Wakabayashi, celebrado el 7 de diciembre; como ya se me hizo costumbre, estará dividido en varios capítulos porque salió más largo de lo que esperaba.