GATA LADRONA


Menuda guarrada le había gastado a Luffy.

No había creído que me pudiera odiar a mí misma más de lo que ya lo hacía. Pero ver que Luffy huía de La perla de platino con una mirada de horror en la cara me sacó de mi error. Yo había provocado esa expresión, la expresión de un ni?o asustado. Yo lo había obligado a enfrentarse a su peor pesadilla. Después de todo lo que había sufrido ese chico... Era una zorra cruel y egoísta, una perra sin corazón. Si alguien merecía sufrir, era yo.

Era solo que... Que él no iba a dejar de regresar, no pensaba parar de acosarme...

?Deja de intentar justificarte. ?Basta!?.

Lo cierto era que su presencia me había hecho sentir una implacable esperanza por cosas a las que había renunciado hacía mucho, y el recuerdo de mis propios sue?os olvidados me había herido como nada en mucho tiempo. Los manoseos, la lascivia, el sentirme utilizada, los despidos..., nada de eso me había dolido tanto como que Monkey D. Luffy me pidiera que tomara un café con él.

??Por qué??.

Era como si me hubiera puesto una deliciosa comida delante de la nariz pero fuera de mi alcance y yo tuviera mucha hambre. ?Dios, como si estuviera hambrienta! ?l me había llevado a esto, y me resultaba una lenta tortura. Pero ahora, de repente, anhelaba cosas que no podía tener. Y estaba cansada, ?Dios!, muy cansada de la vida vacía que llevaba.

Sentí la tristeza que aún vivía en mi interior por haber perdido hacía tantos a?os a la se?ora Bell-mère. Me pregunté lo diferente que habría sido mi vida si ella no hubiera muerto; pero lo había hecho. Porque eso era lo que hacía la gente: moría. Te dejaba sin un último adiós. Al final todos se iban. Si esperabas que siguieran contigo, si esperabas amor, sería culpa tuya, y te merecías las consecuencias.

Al día siguiente, otro día más, cuando llegué a La perla de platino, nos fuimos al camerino para cambiarnos y maquillarnos. Me sentía como un robot, como si solo me moviera por instinto, lo que no era precisamente nuevo. Pero también me notaba a la vez estremecida y muy cansada.

—Hola, Gata Ladrona —me saludó Carina mientras entraba en el camerino unos minutos después de que Baby 5 se hubiera marchado. Odiaba las noches como esta, cuando las tres teníamos que utilizar aquel espacio a la vez. Me sentía como si no pudiera estar sola en ningún lugar ni siquiera un par de minutos. Algunas noches, esos minutos suponían la diferencia entre tener la sonrisa grabada en mi cara o ser la zorra insensible que Arlong decía que era.

—Hola, Carina. —Volví a concentrarme en aplicarme los polvos sobre la base de maquillaje que acababa de extenderme por la cara.

—?Qué le pasaba aquel tío? ?Lo sabes? ?Es otro tipo guapo al que no le gustan las chicas? Qué pena..., ?verdad?

—?Quién ha dicho que no le gustan las chicas?

—Actuó como si estuviera muerto de miedo incluso antes de que lo tocara. Empezó a respirar muy fuerte. Al principio no sabía si estaba asustado o excitado. — Una enorme vergüenza me atravesó lentamente. Fingí estar concentrada en ponerme las pesta?as postizas, así que me acerqué al espejo con la mirada clavada en mi reflejo, pero empezaron a temblarme las manos, y tuve que bajarlas. Era inútil. La tira de pesta?as permanecía encima del tocador, con el aspecto de una triste ara?a muerta.

—Creo que no le gustaste —repuse con indiferencia.

Carina me miró mientras se ponía un bikini. Se dio la vuelta y se inspeccionó el culo en el espejo. Miré hacia otro lado al ver que empezaba a ajustarse el tanga. Luego se dio una palmada en su perfecta nalga y se rio.

—No. Eso es imposible. —Se volvió a reír—. Pero estoy dispuesta a darle otra oportunidad de disfrutar de mis dones si tiene el valor de volver. Un tipo tan adorable bien lo merece. Es tan varonil y tan cuqui... Aunque con grandes... manos y pies. Mmm... —Me gui?ó un ojo, haciendo que quisiera echarla del camerino de una patada.

—Ya basta. —Sabía que mi voz sonaba demasiado hostil. O quizá solo transmitía con exactitud lo que yo sentía.

Ella me miró de forma airada.

—?Qué? —protestó—. ?No me lo has dado?

—No te lo he dado. No es mío, así que no puedo darlo.

—Mmm... —dijo pensativamente mientras miraba cómo volvía a intentar ponerme las pesta?as, esta vez con más éxito—. Pareces irritada, Gata Ladrona. ?Qué pasa?

—No pasa nada. Ese tipo era un incordio. Me alegra saber que no va a volver.

Soltó una breve risa.

—Vale. Lo que tú digas. Pero si no lo quieres, lo atrapará otra en un abrir y cerrar de ojos.

Sí. Eso era así. Y era lo que yo quería. Lo que él necesitaba, ya que él era demasiado estúpido para darse cuenta de ello. Me sentí un poco mejor al terminar de ponerme las pesta?as del otro ojo, y me enderecé para terminar de vestirme.

Carina se sentó en el sofá para ponerse los stilettos.

—?Sabes? Me resulta familiar —dijo—. Creo que es posible que haya ido al instituto con mi hermana mayor. De hecho, creo que salieron juntos.

?No. Estaba encerrado en un sótano 6 a?os cuando debería haber asistido al instituto?.

Aquel pensamiento me puso un nudo en la garganta, pero no quise que Carina se diera cuenta.

—?Ves por algún lado mis zapatos blancos? —Cambié de tema, mirando a mi alrededor. No quería hablar de Luffy. No quería pensar en él. No quería volver a pensar en ese chico en mi vida.

—Sí, al lado de la puerta.

—Gracias. —Cogí los zapatos y nos pusimos a hablar de la música que íbamos a bailar esa noche. Cinco minutos después, Carina fue hacia la puerta para realizar su primera actuación. Tenía quince minutos para tratar de mentalizarme. Traté de pensar en algo que no fuera Luffy, ni la vergüenza y culpa que seguía sintiendo, ni sus amplias sonrisas ni el aspecto final de conmocionada traición que vi en su rostro. Pero no funcionó. No funcionó en absoluto.

Me faltaba una hora para que terminara mi turno cuando me acerqué a una mesa donde había tres jóvenes de aspecto universitario, de esos a los que las mujeres suelen encontrar atractivos. Era evidente que cultivaban su cuerpo y que, por las apretadas camisetas con las mangas enrolladas para mostrar bíceps que llevaban, querían asegurarse de que todo el mundo se daba cuenta. Lancé las servilletas de papel sobre la mesa.

—?Qué queréis, chicos?

—A ti —repuso uno con el pelo casta?o y la mandíbula cuadrada que me comía con los ojos.

?Vete al infierno?.

—Yo también te quiero a ti —intervino otro con el pelo rubio y la barba recortada, mirándome los pechos—. Y yo quiero una gran porción. —Tenía los ojos vidriosos, por lo que, evidentemente, ya había bebido mucho.

Sonreí.

—Bueno, soy suficiente para todos, chicos. Volved dentro de tres noches y sacaré un rato para haceros un baile privado solo a vosotros dos. —Les gui?é un ojo.

El tercero en discordia, que tenía el pelo negro, estaba reclinado de forma indolente en la silla, y se rio, inclinándose hacia delante.

—Yo también voy a estar presente. —Me lanzó lo que estoy segura que él imaginaba que era una sonrisa encantadora.

—?Y si no queremos esperar? ?Y si queremos que sea esta noche? —lo interrumpió el primero, alargando la mano para pellizcarme el culo con fuerza. Apreté los dientes.

??Dios, qué cruz!?.

—Lo siento, cielo, el club cierra dentro de una hora, pero tenéis tiempo para que os traiga otra ronda de bebidas. ?Qué queréis tomar? —Los miré, tratando de controlar la irritación en mi voz.

—Supongo que tendremos que tomar lo que queremos —dijo el rubio, tirando de mí para que me sentara en su regazo y poniéndome las manos en los pechos—. ?Te gusta esto, nena? —susurró mientras hundía la cara en mi cuello—. Yo creo que sí... —Sentí su aliento húmedo contra la piel.

Solté un chillido de sorpresa e intenté levantarme.

??Dónde demonios se ha metido Franky??.

El tipo me retuvo con fuerza, haciéndome notar su erección contra el culo mientras se impulsaba hacia arriba. Se frotó contra mí, rozándose, apretándome, manoseándome, aprisionándome... Como cualquier otro hombre antes que él. Como todos..., salvo Monkey D. Luffy. ?Por qué me vino a la mente su sonrisa sincera y sencilla, su vacilante contacto, el respetuoso tono de su voz? No lo sabía. Estaba acostumbrada a esto. Conocía el juego. Sin embargo, el contraste entre este hombre y Luffy me hizo sentir una rabia muy intensa y casi irracional.

Eché un vistazo a mi alrededor; sus amigos estaban riéndose cuando los miré de reojo, mientras el que me había sentado en su regazo se tomaba todas las libertades que quería. Me invadió de repente una oleada de odio sin límites, sin fin, y levanté la mano para darle una bofetada tan fuerte que la cabeza se le fue disparada hacia atrás. ?l me soltó, y me puse de pie de un salto, sorprendida por mi propio comportamiento. Nunca había golpeado a nadie en mi vida. Sus amigos comenzaron a reírse a carcajadas, se?alándolo con el dedo.

—?Puta zorra! —me insultó con los dientes apretados, cubriéndose la mejilla con la mano.

—?Qué pasa aquí, se?ores?

?Franky?.

Me giré hacia él.

—?Dónde estabas? —pregunté con un tono de pánico evidente.

—Fui a mear. Lo siento, chica. —Se volvió hacia los hombres—. Largo —les dijo—, que no tenga que echaros.

El chico del pelo casta?o me se?aló con los ojos brillantes por la humillación recibida.

—?Esa puta me ha dado un bofetón!

—Hasta aquí hemos llegado —concluyó Franky, cogiéndolo por el cuello de la camiseta.

—Vale, vale... —intervino el rubio, que se puso en pie, tambaleándose un poco—. Ya nos íbamos, de todas formas. Tranquilo...

Me alejé de la escena y fui hacia la parte de atrás, donde lancé la bandeja contra un mostrador para doblarme por la cintura durante unos minutos tratando de recuperar el aliento y controlar aquella rabia inestable.

—?Estás bien? —me preguntó Baby 5, acercándose para darme unas palmadas en el hombro—. Son unos capullos integrales.

Me reí por lo bajo.

—Sí, estoy bien, y sí, lo son.

—Cuando vuelvas ya no estarán, nena. Solo es otra noche más. Y siempre es lo mismo.

—Vale. Gracias. —Respiré hondo. Me sentía tan agotada que estaba a punto de caerme al suelo allí mismo. La sensación que me pellizcaba el corazón estaba otra vez de vuelta, y solo quería irme a casa.

—Oh, de nada —dijo Baby 5, volviéndose hacia mí—. Por cierto, casi me olvido..., te dejaron esto el otro día en una de las mesas. Iba a tirarlo a la basura para no molestarte, pero me acuerdo del chico que lo escribió; era muy guapo y parecía buena gente. —Sonrió, me gui?ó un ojo y me entregó una servilleta doblada —Aunque me he apuntado su número. Habrá que compartirlo.

La cogí con una débil sonrisa y me alejé. Cuando la abrí, vi el nombre de Luffy y lo que supuse que era su número de teléfono, efectivamente. Fue como un doloroso disparo al corazón, una sensación de anhelo que incluía la misma cantidad de remordimientos. Se me formó una bola en el estómago que se me subió a la garganta mientras me la guardaba en el bolsillo del delantal del uniforme, donde llevaba el dinero para dar el cambio.

En el momento en el que volví a la sala, los chicos que me habían estado acosando habían desaparecido; sin duda habían regresado a casa, con sus novias. Baby 5 tenía razón: siempre era lo mismo.

Durante la última media hora serví un par de copas más a hombres que se portaron bien. Al terminar, hice cuentas de inmediato. Vacilé al ver la servilleta doblada; hice una bola con ella y la mantuve en el pu?o, con intención de tirarla a la basura cuando fui en busca de Baby 5, que acababa de bajar del escenario.

—?Estás lista? —Cogí la sudadera y me la puse encima del uniforme. Ni siquiera me molesté en cambiarme de ropa. Quería darme una larga ducha caliente e intentar deshacerme de la desesperación que tenía pegada a la piel igual que las marcas grasientas de los pellizcos y palmadas que me habían dado.

Baby 5 estaba desvistiéndose.

—Un momento y voy —dijo, volviéndose hacia mí.

—Te espero en la puerta.

—Vale. De camino le diré dos cosas a Franky.

Asentí con la cabeza y cerré la puerta del camerino a mi espalda. Cogí el bolso de la taquilla y me fui a la puerta. Oí una conmoción en la pista, y eché un vistazo para ver cómo Franky intervenía en otra pelea, esta vez entre dos chicas.

??Santo Dios! ?Es que esta noche no iba a acabar nunca??.

La política del club era que los guardaespaldas acompa?aran a las chicas a sus coches, y, en circunstancias normales, habría esperado a que Franky terminara de poner orden. Pero esa noche... estaba demasiado cansada para quedarme allí más tiempo. Fui hacia la puerta de entrada y la empujé para recibir con agrado el aire de la noche veraniega. Mientras me acercaba al coche de Baby 5, olía a asfalto y a lluvia. No hubiera podido quedarme dentro de La perla de platino ni un segundo más.

—Hola, putilla.

Me volví hacia la voz con el corazón encogido. El hombre que me había sentado en su regazo salió de las sombras de los árboles que crecían a lo largo del lateral del aparcamiento. Sus amigos lo seguían; ambos parecían nerviosos, pero estaban excitados y todavía borrachos. Aspiré una bocanada de aire para coger fuerzas, pues el miedo me había debilitado de repente. Miré el coche de Baby 5 y luego la puerta del club. El coche de Baby 5 estaba más cerca, pero no tenía las llaves.

??Oh, mierda!?.

—No eres tan valiente ahora, ?verdad?

Me volví hacia él, apreté los pu?os a los costados, notando el peque?o trozo de servilleta que todavía llevaba en la mano. Mientras estaba allí, mirando al hombre que me había hablado, sentí como si la última parte de mi voluntad se disolviera en la nada, se evaporara en el aire de la noche del aparcamiento de La perla de platino. No me importaba lo que me hiciera ese hombre. Dios, no me importaba siquiera. Apreté la servilleta en el pu?o con más fuerza: el chico de sonrisa de ángel pasó por mi mente otra vez; no me provocó vergüenza, sino que me trajo paz. Me merecía lo que esos chicos estaban a punto de hacerme. Me lo merecía. Pero antes de soportar lo que fuera, iba a hacerles saber lo que pensaba de ellos en realidad. Sonreí, me sentía tranquila. Al ver mi expresión, pasó un destello de confusión por la cara del líder.

—?Sabes lo que pienso de ti?

—Me importa una mierda lo que piensas de mí.

—Ya sé que no te importa. Lo sé. Lo que te pregunto es si sabes lo que es. Si te lo imaginas.

Se echó a reír en un tono burlón.

—Lo único que me importa es que me pidas perdón y me chupes la polla.

Me limité a sonreír de nuevo. Me sentía irreal, como si solo fuera la caricatura bidimensional de una mujer. Recibí con agrado el entumecimiento que me inundó, como si fuera un sedante. No me importaba. No me importaba nada. Iban a hacerme lo que quisieran y no podía evitarlo de ninguna manera. Y si no era ahora, sería la próxima semana, o la siguiente. En cualquier esquina, en una camioneta en un camino de tierra, en una cama o detrás de un contenedor de basura. Nunca dejarían de utilizarme.

?Nunca?.

—Eres malo —dije en tono uniforme—. Los tres sois repugnantes. La única razón por la que dejo que me miréis es porque pagáis por el placer que os da. Sois feos, por dentro y por fuera. Sois unos animales repulsivos a los que no se puede considerar hombres, y vuestro olor hace que quiera vomitar. —Escupí al suelo y luego les dirigí la misma sonrisa indiferente de siempre.

—Puta —dijo el rubio lentamente, con una nota de incredulidad en la voz, como si no pudiera comprender que los insultara alguien como yo—. Puta.

—Ni siquiera sois listos —a?adí—. Sois el colmo. Feos y estúpidos.

El chico que tenía el pelo negro se rio por lo bajo.

—Venga, tíos. Esta zorra no vale la pena.

Por un segundo, albergué la esperanza de que me dejarían en paz. Relajé los hombros una décima de segundo y luego el del pelo casta?o soltó un gru?ido de furia. Lo vi avanzar tan rápido hacia mí que ni siquiera tuve tiempo de reaccionar. Me agarró y me puso la mano sobre la boca al tiempo que me arrastraba hacia atrás.

—A la mierda con esta zorra. Va a tener lo que se merece —gru?ó.

?Lo que se merece... Lo que se merece...?.

El instinto me hizo intentar morderlo, pero la posición de su mano contra mi cara no me lo permitió. Traté de darle una patada, pero el rubio me cogió de los pies. Me llevaron a toda prisa detrás del contenedor de basura y me obligaron ponerme de rodillas, empujándome la cara contra la entrepierna del rubio. Segura de que podía dar allí un buen mordisco, abrí la boca y la cerré con toda la fuerza que pude. Tenía la boca llena de tela, pero debí de llegar también a la carne, porque el tipo soltó un chillido de dolor justo antes de empujarme hacia atrás y estrellarme el pu?o en la cara.

—?Jodida zorra! —gritó. Sentí un impacto en el costado, me lo había dado con un pie o quizá con la rodilla, y solté un gemido cuando el asfalto pareció venir hacia mí.

—Eh, chicos..., esperad, esto no... —Oí que decía el chico del pelo negro, pero sus amigos estaban demasiado bebidos y su orgullo estaba demasiado dolido para escuchar la voz de la razón. Me di la vuelta, y antes de que se me despejara la visión, me cogió por sorpresa otro golpe.

El mundo nadaba, los colores estallaban ante mis ojos. Todo parecía ocurrir muy rápido. Estaban por todas partes, sujetándome, atacándome.

Cuando recuperé la consciencia, oí sirenas a lo lejos, voces gritando llenas de pánico. Muchas. Un coro entero. Las estrellas brillaban por encima de mí, y solo notaba movimientos, luces y un suave silbido en los oídos.

De repente, noté que me trasladaban en una una nube blandita. Pensé que estaba de viaje, y aunque no sabía a dónde, tampoco me importaba. Había muchos lamentos a mi alrededor, y me dejé ir flotando una vez más.

Cuando volví a abrir los ojos, los cerré para protegerme de unas luces demasiado brillantes, como si me hubiera acercado más a las estrellas. Todo eran luces amarillas y rojas. Había gente de blanco a mi alrededor, brumosa y poco clara. Luego, alguien se acercó a mí y me sostuvo la mano a medida que avanzaba la nube en la que reposaba. Su respiración era rápida y fuerte contra mi mejilla. ?Estaba flotando de verdad? Miré lentamente hacia la persona que estaba a mi lado y vi esos ojos negros.

?Luffy?.

Contuve la respiración. Lo habría avisado Baby 5.

?Sus ojos son preciosos...?.

Solo que ahora también contenían algo que parecía dolor.

??Por qué??.

Todo iba bien, estaba en el cielo, donde las calles estaban pavimentadas con oro.

Me pasó la mano por el pelo.

—Gata Ladrona. ?Estoy aquí contigo! Mírame. Yo... —Se interrumpió, como si las palabras se le hubieran atascado en la garganta—. Vas a ponerte bien. ?Vas a ponerte bien...!

Las luces y el aire brillaron a la vez. Había un halo dorado alrededor de su cabeza. Era tan hermoso... El hombre más puro que hubiera conocido nunca. Intenté sonreír, pero la cara no me respondía.

—Sabía que eras un ángel —susurré—. Lo sabía... —Levanté la mano y la ahuequé sobre su mejilla, secándole las lágrimas con el pulgar. Sentí cómo mi vida se desvanecía en ese gesto —. Nami —murmuré con mi último aliento —Mi nombre es Nami.

Luffy se quedó paralizado. ?Sería porque se esperaba otro nombre en mí?

—Nami... —repitió.

Inclinó la cabeza a un lado, con los ojos llenos de dolor, y negó con la cabeza. La expresión de su cara era feliz y, quizá, un poco sorprendida.

Después de que mis ojos se cerraran lentamente, hubo silencio.

Un silencio perpetuo.

Le había ofrecido mi nombre.

La única cosa del mundo que había dejado de entregar.

FIN