El amor de una madre

John parecía tener los mismos recelos que su madre respecto al Sr. Drake. Margaret también valoró la inversión como una oportunidad de descargar en parte a John. El Sr. Drake, además de su inquietud y aporte económico, disponía de valiosos contactos en el extranjero y podría participar en la empresa de un modo menos intrusivo. A John siempre le suponía un sobre esfuerzo abandonar la dirección de la fábrica, para promocionar en Londres el producto y encontrar nuevas tecnologías. El Sr. Drake podría encargarse de aquella labor de forma mucho más frecuente.

Valorando los pros y los contras, la pareja también le consultó a la madre sobre su opinión. Finalmente accedieron a acordar una participación de un veinticinco por ciento en los beneficios. El Sr. Drake realizaría una substancial aportación económica y realizaría las tareas de promoción en Londres, así como negociación entre clientes y proveedores extranjeros, ayudando a expandir el negocio. El aumento de la facturación, a final de a?o, debería ser proporcional. Si al acabar el periodo, no se había logrado ese objetivo, el trato se consideraría liquidado, bajo contrato. La Marlborough Mills no debería devolver la inversión inicial, tan solo la proporción de los beneficios, efectivamente logrados por la labor que desempe?ara el Sr. Drake. Si los objetivos se alcanzaban o se superaban, firmarían un nuevo contrato, de asociación definitiva, con una participación final del treinta por ciento.

Durante el tiempo de espera hasta el nacimiento de su nieto, Hannah se mantuvo observante en las reuniones que John mantenía con su nuevo semi-asociado, en casa de los Wilson. El hombre realizó varios viajes a Londres, aportando nuevos pedidos y sugerencias, a inquietudes que había expresado John con anterioridad. Era innegable que no se trataba de un excéntrico charlatán adinerado, como inicialmente temía. En un par de meses, la Marlborough Mills se halló a plena producción. El milagro de Milton, empezaron a llamarlo. Aquellos que no habían movido un dedo por ayudar a su hijo, ahora se desvivían por volver a ganar su confianza y requerían sus consejos. John no volvió a la antigua rutina de reuniones con los altos empresarios de la manufactura textil del lugar. ?l había sido siempre el que más había arriesgado y el que, realmente, les había solucionado los anteriores problemas con las huelgas, encargándose de la contratación de los irlandeses. Pero aunque no era un hombre rencoroso, no olvidaba y Hannah se alegró de ello. Ella también se había sentido traicionada y abandonada por la élite de Milton.

Sin embargo, la situación distaba mucho de ser ideal. El Sr. Drake, además de demostrar ser un hombre competente, demostró ser un hombre detallista... quizás demasiado. En cada uno de sus viajes, además de los resultados de sus propias negociaciones, traía consigo detalles para las tres damas. Ni John ni Margaret se sentían cómodos aceptando los regalos e intentaron hacerle entender que no debía continuar trayéndolos en cada ocasión. Su hijo no llevaba demasiado bien el hecho de que su esposa recibiera regalos de otro hombre que no fuera él. Fanny, sin embargo, estaba encantada, ya que de este modo, pese a su avanzado estado, podía disfrutar de las últimas novedades. El Sr. Drake siempre acertaba en su elección. Hannah, tampoco sabía cómo aceptar los regalos y en más de una ocasión se lo reclamó. La respuesta del Sr. Drake siempre era la misma, dejar a cualquiera de las damas sin uno de los detalles hubiera supuesto un agravio comparativo y a todas, sin excepción, las consideraba merecedoras de ellos.

De este modo, las semanas iban pasando y en más de una ocasión, Hannah, había encontrado a su nuera mirando, como perdida en sus pensamientos, la oronda figura de su hija. Su intuición le decía que la joven también deseaba ser madre. A pesar de los detalles del Sr. Drake, toda la atención de Margaret continuaba centrada en John y aquello tranquilizó a Hannah. La joven no parecía ser presa fácil de adulaciones, así que empezó a relajar su celo con el Sr. Drake, pues aunque él tuviera otra motivación, su John no parecía correr peligro alguno de ser traicionado tan fácilmente.

Finalmente, una lluviosa ma?ana, Fanny rompió aguas inesperadamente. Su peque?a había esperado sentir dolores o algún tipo de molestias y siempre expresaba su dramático miedo, hacia el momento que estaba por venir. Sin embargo, las contracciones empezaron después. Enviaron a un sirviente, para buscar al Dr., y otro, para avisar a su hijo y a su nuera. Afortunadamente, Margaret ya tenía previsto visitarles aquel día y se encontraba a medio camino. Entre las dos lograron calmar a la asustada primeriza, que estaba convencida de que algo iba mal porque el parto no había empezado tal como le habían relatado la mayoría de matronas. Hannah le insistía en que cada mujer era diferente y que, incluso, cada parto, de una misma mujer, también lo era. Que todo estaba bien, que se concentrara en respirar e intentara relajarse lo máximo posible. Margaret la ayudó a hacerla caminar mientras esperaban al Dr. Según su propia experiencia, aquello la había ayudado a controlar el dolor y a tener algo más en mente, para distraerse, mientras se reducía el tiempo entre contracciones.

John llegó en veinte minutos y el sirviente, que había ido a buscar al doctor, en una hora. El hombre estaba empapado por la lluvia y visiblemente angustiado. El Dr. estaba atendiendo otro parto en otra población. Desesperado, había decidido ir a buscar a la mujer que atendió al parto de su esposa y esta debía llegar en cualquier momento. Fanny casi volvió a entrar en pánico hasta que vio aparecer una enorme mujer, que debía estar en sus cuarenta y que se identificó como la matrona Adela. El parto duró unas siete horas. En las dos últimas, los gritos y maldiciones sobre el Sr. Wilson, podían escucharse por toda la casa, hasta que fueron substituidos por un estridente llanto de bebé.

El mismo Sr. Wilson casi había cavado una franja en el pasillo, por la angustia por el estado de su mujer y de su bebé. Pero al escuchar el nuevo sonido, esta fue substituida por la impaciencia de poder verlos a ambos. Hannah salió para anunciarle que habían tenido una hermosa ni?a y que ambas estaban bien. John había permanecido todo ese tiempo junto al hombre, dándole su apoyo e intentando transmitirle una tranquilidad que ni él mismo sentía. Hannah pudo verlo también en la cara de su hijo. El momento en que, al escuchar que su hermana y su nueva sobrina estaban bien, el rostro de su muchacho se relajó al completo, substituyendo la preocupación por la felicidad compartida con su cu?ado.

Ella les pidió a ambos que esperaran y que Margaret les avisaría para poder verlas. Al volver a entrar a la habitación, la matrona ya había limpiado a la peque?a y Margaret la sostenía, envuelta, entre sus brazos. Aún quedaba sacar la placenta y limpiar a la madre, para estar completamente tranquilas que todo había ido bien. Esta, aún no había salido y tuvieron que empujar la barriga de Fanny, colocándose encima, para que la acabara de expulsar, pues las contracciones habían parado. Una vez fuera, pudieron asearla con varias toallas que Margaret se había encargado de traer con anterioridad. El llanto de la peque?a logró su cometido y Fanny se sorprendió con el aumento inmediato de sus pechos-. ?Dios! ?Parece que me vayan a estallar!

Hannah no pudo evitar reír, ante la sorpresa de su hija y tomo, con cuidado, a la peque?a de los brazos de Margaret, para ayudar a su hija a darle de mamar, ense?ándole a colocársela de forma que no le da?ara el pezón y pudiera mamar bien. La voracidad de la peque?a hizo el resto. Fanny la miraba maravillada, repasando cada uno de sus rasgos y olvidándose de la absoluta presencia del resto de mujeres. Hannah supo que su hija había comprendido, en ese instante, que su corazón ya no le pertenecía. Hasta entonces, este había permanecido encerrado en su cuerpo. Desde aquel día, vagaría acompa?ando, por siempre, a su propia peque?a.

Continuará...