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Giovanni recibió a su buen amigo Gian Orio en su despacho en Villa Auditore. El mercader veneciano había llegado a Florencia con una idea en la que Giovanni podría invertir sin ningún riesgo de perder el dinero.

Tras la conversación laboral, pasaron a una más cómoda y familiar.

-?Cómo están tus hijos, Giovanni?

-De maravilla. Federico está aprendiendo muy rápido y pronto estará preparado para hacer el juramento a la Hermandad. Ezio aun tiene mucho que madurar, pero tiene talento innato. Claudia se ha comprometido con Duccio de Luca, por fin. Y Petruccio parece estar mejorando en su salud.

-Me alegro de oír eso.

Giovanni desvió sus ojos hacia el dedo cercenado de Gian. Era una tradición ya pasada de moda, pero había oído que algunos Asesinos en Espa?a aun la mantenían.

-?Qué hay de ti? ?Algún hijo?

Gian rió.

-No, la vida familiar no es para mí. Pero sí he decidido apadrinar a tres jóvenes con talento de la Hermandad. A uno lo descubrí en una misión en Sevilla, un joven con talento en el campo de la medicina y una fuerte moral católica. Los otros dos son de Siria. Uno tiene grandes habilidades innatas que serían beneficiosas para la Hermandad y el otro es capaz de reunir información inaccesible para los demás. Los tres ya han jurado. Les he pedido que vengan a Florencia para presentártelos, aunque es posible que tarden, están muy ocupados con sus estudios.

-Eso es bueno, los hombres con estudios tienen más posibilidades en el mundo.

En ese momento entró María, la esposa de Giovanni.

-Oh, Gian. ?Cuándo has llegado?

Gian se levantó y besó el dorso de su mano con los mejores modales cortesanos que tenía.

-? un piacere rivederla, signora Auditore. Llegué hace una hora.

-Deberías haber pasado a saludar.

-Prefería quitar de la mesa los negocios lo antes posible. Negocios antes que el placer.

-?Te quedas a comer?

-Me sería imposible negarme. Pero esta tarde tengo otra reunión con Lorenzo.

-?Más negocios?

-Me conoces, Giovanni. Un veneciano nunca deja pasar una oportunidad.

Pasaron al saloncito familiar para dejar por fin a un lado los negocios. Hablaron sobre los muchos viajes de Gian hasta que Federico llegó con algunas cartas para su padre.

-Signore Orio.

-Buongiorno, Federico.

Poco después se dirigieron al comedor. Los demás hijos Auditore esperaban allí. Todos se alegraron de ver a Gian, le tenían un gran aprecio, casi como si fuera un tío lejano que les traía regalos de vez en cuando por la gran amistad con sus padres.

-?Dónde ha estado últimamente, signore Orio?

-?Dónde no he estado? Desde la última vez que pisé esta tierra he rodeado todo el Mediterráneo. De este a oeste y de norte a sur. Dudo que haya algún mercader que no haya conocido.

Procedió a contar algunas anecdótas adecuadas para jóvenes, como esa vez que hubo un malentendido entre él y un mercader nómada y acabó con dos barriles más de cáscaras de escarabajos para crear tinte azul que pensaba vender en los bazares de Jerusalén. O cuando le investigaron por vender menos peso de lo que ofrecía en Tánger, por supuesto una absoluta mentira creada por sus competidores. Los venecianos eran despiadados en los negocios, pero honestos sin duda.

Un par de horas después de terminar el almuerzo, Gian se despidió de toda la familia Auditore como solía hacer, con un hasta la próxima.