El Prisionero del Subespacio:
Los Rincones Oscuros de Quebec

Para Arya,
porque encendiste la luz de mi corazón,
y abriste esa Puerta Blanca
para que yo pudiera encontrar
tu dulce sonrisa del otro lado.

1. Cazadores de la merienda perdida

Aquella era una noche más en la ciudad de Toronto.

Las estrellas brillaban en las alturas de un cielo helado, desde?ando orgullosas a sus artificiales replicas, las luces de la calle, mientras el viento gélido de Canadá barría las calles por las que los pocos transeúntes que un quedaban se lamentaban tiritando la escasez de taxis y se arrepentían de haber decidido que necesitaban extender su noche de fiesta dos copas más.

Un bramido distante emergió entre los relucientes edificios de altos ventanales de East York bajando desde el Viejo Toronto. Una rauda bestia de metal y fibra de vidrio rebasó al viento, asustándolo con un rugido atronador, encendiendo el frio pavimento con las luces de sus ojos pálidos.

La ruidosa creatura dobló en varias esquinas inclinándose precariamente hacia los lados conforme daba vuelta y aceleró el paso, como hambrienta, al vislumbrar de lejos el brillo de las lámparas que decoraban un sencillo pero atractivo puesto de calle. Un delicioso y cálido vapor manaba del peque?o stand donde el burbujeante sisear del aceite hirviendo era la melodía que servía de preludio a la aparición triunfal y tan esperada de la exquisita comida frita.

Un par de veloces ruedas recorrieron el asfalto con la gracia de un tiburón que navega el oleaje tranquilo, deteniéndose con precisión milimétrica junto al peque?o quiosco. Cuando el conductor bajó de la motocicleta después de asegurarla, plantando los pies firmemente en el suelo se quitó el casco de la cabeza, echando un vistazo alrededor con gesto imperturbable, analítico, como un astronauta que contempla por primera vez un prometedor mundo alienígena.

Los finos zapatos blancos recorrieron con ligereza el espacio que separaba a su distinguido portador de la barra y cuando la figura espigada y orgullosa del recién llegado emergió de entre las sombras a las luces intensas y cálidas del puesto, entre los sabrosos aromas y el calor casi hogare?o de la freidora, se acomodó elegantemente los anteojos, removiendo además un largo mechón de cabello negro de sobre su rostro treinta?ero, perfectamente afeitado.

―Santo Dios, Gideon, ?podrías darte prisa? Me estoy congelado aquí. ―la cabeza pelirroja de Kim sobresalía de un grueso abrigo de abundante forro blanco. Se bajó del vehículo apenas después del chico y ya tiritaba de frio nuevamente.

―Ya voy, Kim, querida. ―respondió G-man, revisando distraídamente cuál de sus tarjetas de crédito usaría para pagar esta vez. ―?No quieres acercarte? No hace tanto frio cerca de la comida.

―?Solo pide de una vez!

―De acuerdo. ―encogiéndose de hombros, decidió que lo dejaría a la suerte metiendo todos los plásticos junto con su enguantada mano en la bolsa de su gabardina y revolviéndolas como quien está por escoger el boleto ganador de algún sorteo.

―?Y a usted que le voy a servir, se?or?

―Una orden de poutine para llevar, por favor. ―Gideon tenía por fin una ganadora. Era la Tarjeta Super-Plus Diamante del Gremio de Villanos.

―Desde luego. ?De qué tama?o?

―Pues… está sería la tercera ración que nos comemos esta noche, así que por esta vez será solo la grande, si es tan amable.

Las patatas, el queso y el gravy volaron rápidamente en el interior de una charola de unicel con tapa y unos cuantos dólares electrónicos hicieron bip bip en la terminal de pago. Segundos después, Gideon volvió a su motocicleta donde una temblorosa Kim lo esperaba ya con el casco puesto.

Subieron nuevamente al Garnet Gale (nombre que Kim consideraba demasiado pomposo mientras que Gideon pensaba que era apenas lo suficientemente pomposo, sin mencionar que a ella le parecía que ponerle nombres a las cosas era lo más ?o?o del mundo) y recorrieron las calles de Toronto a gran velocidad nuevamente hasta llegar al edificio donde el cálido departamento de G-man ya los esperaba.

El elevador subió de prisa y cuando las puertas se abrieron, una suave luz ambiente llenó el espacio al tiempo que una fogata en calidad HD 4K aparecía en la chimenea.

Ya sin sus pesados abrigos encima y resguardados por la cómoda calefacción del departamento ambos chicos se acercaron a la barra de la cocina y, habiendo sido despachados sendos tenedores metálicos, atacaron a las inocentes papas fritas que descansaban aun calientes en el interior de la charola.

―Sigo sin entender porque no salimos en auto. O en helicóptero. Algo a lo que le puedas poner aire acondicionado. ―decía Kim reponiéndose apenas de la experiencia del recalcitrante frio de Toronto. ―De hecho no entiendo porque no pides que te traigan el poutine aquí.

―Es simple. Recuerda que quiero observar de cerca el proceso de preparado ―los ojos de G-man estaban clavados en las formas onduladas de la patata que había pescado con su tenedor. ―Sigo pensando que la clave está en el queso, pero no quisiera que algún detalle crítico se me escapara.

?Además, te encanta la moto.

―Me encanta cuando no voy en ella en pleno invierno a media noche y siento que mis dedos se me van a quedar pegados en tu ropa por el frio cuando trate de bajarme.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Gideon. Pero no era la sonrisa que se veía en las portadas de las revistas de música o de tecnología donde periodistas lambiscones escribían largos artículos sobre lo genial que él era y el mucho dinero que tenía. Tampoco era esa mueca macabra de supervillano que utilizaba cada vez que grupos de héroes trataban de invadir uno de sus complejos para tratar de frustrar alguno de sus malvados planes.

No era una risa adornada, estudiada o fingida. Este era un gesto sencillo, afable, sincero. Era esa sonrisa que Gideon había dejado de tener de ni?o cuando comprendió que difícilmente llegaría una navidad en la que tendría todo lo que deseaba, era esa sonrisa que en su plena adultez no regresó cuando comprendió que no sería feliz aunque pudiera tener todo lo que siempre deseó.

Esa sonrisa aparecía en su cara cada vez que compartía con Kimberly Pine una alegría cotidiana de la vida, como el devorar juntos un generoso plato de papas fritas con queso y salsa de carne. Y las papas no tenían nada que ver en esto. Era la pelirroja la que obraba esa magia en él. Ni todo el queso o gravy del mundo podían darle esa felicidad indescriptible sino solamente cuando miraba en silencio comer a Kim preguntándose como había podido sobrevivir más de treinta a?os de su vida sin ella.

―?Debo entender con eso que no querrás que te lleve de vuelta a tu departamento?

―No pienso volver a salir con este frio. ―respondió la chica con una mirada de ojos amplios y con una seriedad de muerte tatuada en el rostro, justo después de pasarse un bocado de poutine especialmente grande.

Gideon se encogió de hombros sonriente. Ese era otro triunfo simple pero que hacía que el haber vuelto de entre los muertos valiera la pena totalmente.

Las horas pasaron. No quedó una sola patata en la bandeja ni ninguna luz encendida en el departamento. Pasada la medianoche, los ojos de G-man se abrieron y, aunque no traía sus anteojos puestos, en la penumbra alcanzó a enfocar, vislumbrando el rostro pecoso de Kim, enmarcado por cabello pelirrojo intenso, descansando sobre la almohada junto a la de él.

Y le pareció hermosa. Todo en ella. La manera en que respiraba tranquilamente entre sue?os, la forma en que parte de su melena caía sobre su rostro. Sus parpados un poco apretados y su se?o levemente fruncido. El tono de su piel ba?ado por la luz de la calle que se filtraba apenas entre las cortinas que decoraban la ventana.

El frio había remitido un poco y, un tanto inquieto, Gideon se levantó de la cama.

Fuera del amparo de las cobijas, una leve sacudida gélida estremeció su cuerpo cuando se acercó al espejo y se miró, con el cabello un poco revuelto y la vista miope.

Ahí estaba. Era él nuevamente. Vivo. Y aún eso se lo debía a Kim. Envy había hecho la magia, pero de poco habría servido si la pelirroja baterista no se hubiera tomado el tiempo de acercarse a él, y tenderle la mano (de manera metafórica y, talvez, siendo demasiado gentil con la analogía) era posible que el siguiera atrapado en las frías profundidades del Subespacio.

Quien sabe cuál hubiera sido su destino de haber permanecido demasiado tiempo ahí. Ese lugar no está pensado para albergar personas por demasiado tiempo. Es posible que de recorrerlo de manera indefinida eventualmente su mente hubiera perdido conexión con el mundo real y comenzara a degenerar hasta disolverse completamente.

Pero ahora estaba ahí y todavía le maravillaba lo intensas que podían ser algunas sensaciones el mundo real. No porque para él ahora fueran más intensas, sino porque nunca se detuvo a disfrutar de ellas hasta que se sintió perdida en aquella oscuridad infinita.

Y mientras más lo pensaba, más sentía que le debía todo a Kimberly, más sentía que no le había demostrado suficiente su aprecio. Claro, la llevó a lugares elegantes y le compró cosas caras (entre las que se encontraban un par de bellas baquetas de alma de titanio recubiertas de plata, por ejemplo; o aquella cría de velocirraptor que Gideon le había hecho clonar y más tarde decidieron dejar en el zoológico para mascotas pues habían comenzado a desaparecer los gatos de los vecinos) pero algo que a G-man siempre le gustó de Kim era que claramente no valoraba más los objetos por su valor monetario sino por el significado que guardaban en sí.

Por eso, aun teniendo ropa cara aún conservaba la barata que le resultaba cómoda y bonita. Por eso aunque Gideon tenía propiedades y mucho dinero, ella aún seguía viviendo en su peque?o departamento compartido y mantenía su mismo trabajo en la tienda de videos.

La vida de Kim no se detenía por Gideon y él habría de aprender y respetar eso.

Talvez, solo talvez, encontraría un regalo mejor, algo más personal, algo que ella pudiera atesorar. Una manera de demostrarle lo mucho que la amaba. Porque ciertamente la amaba, no había duda.

El joven inventor, productor y magnate se quedó de pie frente al espejo y no se movió hasta que la gélida madrugada canadiense lo obligó a buscar abrigo, pero no sería en la cama, las cobijas o los brazos de su novia.

Llegó la ma?ana. Lo bueno de los fines de semana es que Kim podía pasarse el tiempo que quisiera en la cama si quería, salir, pescar algo para aplacar el hambre y volver a la cama cuanto antes para evitar ahuyentar el sue?o.

Pero esa ma?ana, lo que la hizo salir de la seguridad de entre los cobertores, fue la ausencia de su novio. Al principio no la alertó demasiado, Gideon no solía quedarse demasiado tiempo en cama aun en sus días de descanso. Era un hombre de rutinas y le dedicaba mucho tiempo a mantener su bien cuidada apariencia aun cuando no fuera a una fiesta o reunión importante. Sumado a eso, Kimberly sabía que aunque pudiera o quisiera relajarse, G-man no lo haría. Las ideas en la cabeza del chico bullían compeliéndolo a iniciar proyectos constantemente, algunos tan inocentes e inofensivos como comprar islas o plataformas petroleras abandonadas en aguas internacionales para crear países independientes o tan excéntricos como hacerse con tantos rollos originales antiguos como le fuera posible, convencido de que podía crear una mejor traducción de la Biblia de las que ya había.

Y otras veces solo se levantaba, se duchaba, se sujetaba el cabello y se ponía a preparar el desayuno para ambos.

Eran ese tipo de detalles los que motivaban a Kim a considerar seriamente mudarse a vivir con Gideon, pero ?porque iba a hacerle las cosas tan fáciles? El ego de Graves era ya de por si suficientemente inflado como para que ella encima viniera y le pidiera asilo.

Ademas… siempre estaba esa peque?a, remota, distante pero siempre latente y presente posibilidad de que las cosas eventualmente entre ellos no funcionaran…

No tenía razón para pensarlo, solo su propio historial de relaciones rotas y rompimientos atroces. Sin mencionar el historial de él.

Pero esta ma?ana, todo era diferente. No se escuchaba ni la estufa ni la ducha. No se había encendido ni la televisión ni el sistema de audio (y Gideon solía ba?arse y cocinar con música, preferentemente) y a la nariz de la baterista no llegó ni el olor de las lociones finas o de unas ricas patatas hash brown y tocino.

El departamento estaba sumido en un silencio total y no había rastro del evasivo Gideon Graves por ninguna parte. Solamente y una vez que Kim hubo salido de la cama, calzado sus pantuflas y deambulado so?olienta por el lugar con el cabello aun hecho un lio, fue que descubrió sobre la barra de la cocina un vaso y una bolsa de papel y encima de ellos, una nota:

Kimberly:

Sé que te disgustan las sorpresas, pero no podría dejar pasar la oportunidad de ver tu rostro cuando finalmente sepas lo que te tengo preparado sin que por anticipado lo veas venir. Me ausentaré un tiempo con el propósito de reunir lo que necesito para este proyecto nuevo y no te diré mucho más, porque, nuevamente, no deseo arruinar la sorpresa. Puedes quedarte en el departamento si gustas o llamar al chofer, te llevará a donde quieras y lo hará sin hacer preguntas pues lo amenacé que, de lo contrario lo reemplazaría con un robot. Me rompía el corazón dejarte sin desayunar, así que antes de marchar conseguí para ti un poco de café y un par de burritos. Espero los disfrutes, habría deseado comerlos contigo pero el tiempo apremia: mientras más pronto tenga lo que requiero, más pronto volveré a estar contigo.

No demoraré. Lo prometo. Que tengas un buen día y si no lo tienes, aplasta al primer infeliz que se cruce en tu camino. Eso siempre te anima.

Sinceramente tuyo.

G.

Kim hizo a un lado la nota, escrita en papel blanquísimo y redactada con apretada y angulosa caligrafía negra. Papel y tinta, en pleno siglo XXI. Gideon era un entrepreneur, progresista e iconoclasta, cuyas ideas menos radicales empujaban el mundo a trompicones hacia el futuro y en el caso de las más extremas, aterrorizarían a la población mundial con la promesa de un apocalipsis sin escapatoria… y aun teniendo los medios para dejar un mensaje de voz o una nota de video, incluso un texto digital, seguía usando papel y tinta.

La chica resopló con molestia. No sería la primera ausencia de G-man ni tampoco la última. Su vida era ajetreada y viajaba constantemente. ?l la había invitado a acompa?arlo más de una vez, pero Kim no podía darse el lujo de abandonar su trabajo… bueno, podía, pero no lo haría, pues era una de las muchas cosas a las que se aferraba de su vida anterior en el mejor interés de no depender totalmente de su nueva relación con Gideon a la que quería ver con ojos lo más positivos y optimistas posibles.

Pero optimista y positivo eran palabras que en el diccionario de Kim Pine compartían como definición principal la palabra estúpido.

Así que devoró pues los burritos y disfrutó del café, pensó volver a la cama pero prefería mejor salir en busca de alguna pieza de propiedad privada sobre la cual descargar su recién acumulada molestia o encontrarse con alguna persona conocida a quien podría transmitir algo de su recién adquirida frustración y miseria.

Después de todo, se decía a sí misma en un intento más de convencerse que porque lo creyera, la ausencia de Gideon sería breve y lo vería pronto, así que es posible que algo de aquel enojo y frustración aún se mantuviera fresco para poder aplicarlo generosamente sobre él cuando volviera.

Lamentablemente para ella, ese no fue el caso.