Cuando las emociones dominan la razón


Oscar sonrió con ternura ante la escena que se desarrollaba al otro lado del cristal, el paseo de André e Isabelle por el patio se había detenido y, en esos momentos, él la abrazaba mientras reía y festejaba. De inmediato su ce?o se frunció al rememorar la reacción de Augustin al enterarse de la misma noticia, pues en su caso, fue una reacción contraria e inesperada. El rostro del joven había palidecido, sus ojos, además, abiertos en una mueca de terror que a duras penas disimuló.

Recordó lo hablado con Gabrielle en relación a la renuencia de su hijo de regresar a casa de Alain. Tendría que hablar con él de alguna forma y saber qué era lo que realmente le ocurría. Sumida en sus pensamientos, dio un brinco cuando la puerta del salón se abrió de golpe, de forma tan brusca, que hasta el gato que reposaba cerca de ella se asustó y salió corriendo.

-?Dios mío!- André recorrió la distancia que los separaba con rápidas y largas zancadas -?Seremos abuelos!- la abrazó haciéndola girar en el aire, acción que, por cierto, no se había atrevido a hacer con su hija para no ocasionarle algún malestar –Amor mío… no puedo creerlo… esto es una maravilla- la dejó en el suelo y besó en los labios en un gesto arrebatado, apretándole las mejillas con las manos –Ahora mismo iré a comprar la mejor madera, mi nieto tendrá una cuna hecha por mí- se separó de ella y comenzó a caminar hacia la puerta -?La tercera generación Grandier, tendrá lo mejor que mis manos puedan darle!

-André…

-?Sí?

-Lleva a Augustin contigo.

-?Es que molesta tanto!- bromeó, no obstante su risa desapareció al ver el preocupado rostro de su esposa –Está bien… ?Acaso nunca podremos estar tranquilos?- preguntó resignado.

-Tú querías hijos… agradece que son sólo dos.

-?Y ahora tendré un nieto!- volvió a alegrarse, dio media vuelta y sonrió al escuchar como su mujer gritaba "?También puede ser una ni?a!"

Tal como Oscar lo intuyó, y André comprobó tras una breve conversación, Augustin estaba no solo intranquilo, sino que aterrado, pues no podía quitarse de la cabeza la imagen de Anne muriendo desangrada, y eso, sumado al fallecimiento de la madre biológica de Zephine, era algo que apenas lo dejaba pensar, estaba sumergido en un mudo enfado y angustia que le desbordaba los poros.

Dándose cuenta de que su hijo se estaba convirtiendo en alguien tan intenso como su madre, André respiró profundo antes de tomar la decisión que muchas veces había retrasado y, agarrando de un brazo al menor de su familia, lo metió a una taberna. Era hora de una borrachera entre padre e hijo. Cuando la primera botella estaba vacía sobre la mesa, llamó a uno de los mozos y, dándole una generosa propina, lo mandó a buscar a Alain. Al poco rato el hombretón estaba en la taberna, alabando ver a padre e hijo bajando una segunda botella, y cuando supo la razón tras la "celebración", dando una sonora carcajada pidió a viva voz el mejor vino de la casa, pues que su amigo fuera a convertirse en abuelo le parecía de lo más divertido. "?Yo, criando a mi ni?ita y tú, agarrando un bastón de abuelo!" Se había burlado.

Mientras los amigos de toda la vida se enfrascaban en una de sus típicas conversaciones plagadas de bromas y burlas. Augustín, por su parte, estaba convencido de tomar la oportunidad de emborracharse como si no hubiera un ma?ana, pues bajo el estricto cuidado de su madre, y considerando el haber echado por la borda toda oportunidad de estudiar en París y ser un poco más independiente, se sentía más restringido que nunca.

Sosteniendo una copa frente a sus ojos, y so?ando con que el oscuro líquido se movía como un embravecido mar, pensó en su futuro, ya que después de la aventura emprendida con Fran?ois, lo único cierto es que la leva se lo llevaría y, por lo tanto, debía asumir esa responsabilidad a su mayoría de edad o vivir con la vergüenza de tener que esconderse, pues al no ser un destacado estudiante, nada le evitaría el ejército.

Observando el licor, su mente comenzó a divagar con los últimos acontecimientos…

El día que se le ocurrió plantear el tema de retornar a París, Oscar fue muy clara en decirle que esa posibilidad estaba descartada, pues, en primer lugar, no había demostrado ser juicioso como para volver a confiar en él de buenas a primeras y, además, en el liceo ya no lo aceptarían debido a que estaba fichado como un desertor, por lo que la mejor solución, era terminar sus estudios en la localidad o en casa. En cuanto a estudiar en el extranjero, como los jóvenes de buena familia acostumbraban a hacer, era algo inviable en plena guerra. Durante la tirante conversación, en la que él rebatía cada punto, con mucho respeto, por supuesto, pero también con bastante carácter, André permaneció en silencio y asintiendo a cada comentario materno, situación que le ratificó lo de siempre; sus padres ya habían hablado largamente al respecto y no se contradecirían. Como última opción, había propuesto contactar a Fran?ois de alguna manera, marcharse con él a fin de aprender de la vida y estudiar lejos de la guerra. La furibunda mirada que recibió de Oscar no necesitó palabras.

Rumiando la frustración que sentía, ya que, una vez probada la independencia de vivir bajo sus propias reglas, volver a su infantil cuarto le parecía algo aberrante, había azotado la puerta de la cocina y trabajado todo el día en las caballerizas, sólo deteniéndose al atardecer, cuando los hombros y brazos le quemaban. Sentado en una de las vallas del corral más alejado de la casona lo encontró Birgitta, como ofrenda de paz, la chiquilla le extendió un sabroso sándwich con todos los ingredientes que a él le encantaban. Mientras comía, y aún sumido en el silencio, la muchacha sacó del bolsillo de su delantal una petaca y le dio un trago. El aroma a brandi le llegó a la nariz. Antes de preguntar, ella se la estaba ofreciendo. Bebieron en silencio hasta vaciarla.

-?Cómo lograré no ser un fracasado?- preguntó después de un rato y con el licor calentándole las tripas -Jamás saldré de aquí… jamás dejarán de tratarme como a un chiquillo.

Un fuerte palmetazo en la nuca lo hizo caerse de donde estaba.

-?Mujer, ?qué bicho te picó?!

-Odio los lloriqueos- fue la simple respuesta de la rubia jovencita -No solucionan nada, ni ayudan… y son bastante vergonzosos.

Augustin se mordió los labios mientras se sobaba la parte trasera de la cabeza, la muchacha tenía la mano pesada.

-Tan bruta…- masculló.

-Y tú, tan llorón- suspiró con fuerza -Ocúpate, demuestra que aprendiste de tus errores, que eres digno de confianza, que no eres un mocoso.

-Te pasas… a veces dudo que seas en realidad mi amiga.

-Te di tu primer beso. Soy la mejor amiga que podrías tener- lo molestó con una pícara sonrisa en los labios -Y si te portas bien y yo estoy de humor, quizás… sólo quizás, algún día dejes de ser virgen gracias a mi también, mira que te estás poniendo guapo, casi tanto como los hombres de mi tierra.

Terminando de hablar, se bajó de la valla donde también se había sentado y estiró la falda de su vestido, gui?ó un ojo al colorado joven que la miraba con la boca abierta y sin atinar a nada. Al pasar por su lado, le susurró:

-La próxima vez que te diga algo así, espero que me empujes contra un fardo de heno y no te quedes pasmado. Pero sólo cuando yo te lo diga, no te equivoques en eso.

Augustín se atragantó con su propia saliva y comenzó a toser mientras el aroma de Birgitta se alejaba. La muchacha, un par de a?os mayor que él, olía a hierbas, comida y algo picante. Si alguien le preguntaba alguna vez, lo único que atinaría a decir es que ella olía a libertad.

-Vas a seguir rezándole al vino o a beberlo… André, quizás este chiquillo tiene vocación monacal y no nos habíamos dado cuenta.

La voz de Alain lo hizo regresar al presente. "Chiquillo", estaba tan aburrido de que todos lo vieran así, que, como respuesta, sonrió de lado y vació de un trago la copa. Ya no tenía ganas de seguir ahí, y no de mal agradecido, pues sabía que Alain era un bromista y no podía evitar las pesadeces, el problema era que él ya no estaba de ánimo para bromas.

-Padre, nos vemos en casa- dijo poniéndose de pie -Pasaré a retirar algunas cosas que Martine dejó encargadas en el mercado.

-Pero si apenas caminas sin bambolearte…- interrumpió Alain.

-Déjalo…- murmuró André -Sí, hijo. Te veo en casa, ?llevas dinero?

Augustin asintió.

André dejó marchar al muchacho sin preocuparse demasiado, pues aún era de día y sabía que era conocido en la zona, por lo que, si se metía en algún problema, no tardarían en enterarse. Quizás una refriega a pu?os limpios era lo que necesitaba para calmar todo el ímpetu que apenas lo dejaba respirar, pues como versa el dicho, la sangre no es agua y lo que se hereda, no se hurta. Y si bien el muchacho tenía su altura, ojos y complexión, el cabello y la gallardía no era lo único Jarjayes que portaba.

Cuando los cada vez más anchos hombros de Augustin cruzaron el umbral de la taberna, miró a su mejor amigo que bajaba una nueva copa de vino.

-Si queremos que sea un hombre de bien y se comporte como tal, no lo tratemos más de chiquillo, ya no lo es. Con Oscar estamos esperando que demuestre que se puede confiar en él nuevamente, es difícil después de lo que pasó, pero no nos equivocaremos otra vez. A los dieciocho a?os se irá a la guerra si ésta continúa y debe estar preparado… quedan pocos a?os para guiarlo.

Alain abrió la boca y la cerró después de un par de segundos, cayendo en cuenta que un padre sabe perfectamente lo que le pasa a su hijo. ?l lo estaba aprendiendo día a día con Claudine, por lo que sólo atinó a asentir con un seco movimiento, y pedir una nueva botella de vino, por supuesto.

-?Qué se siente saber que tu peque?a ya es adulta… tanto, que te hará abuelo?

La seria mirada de André lo hizo callar nuevamente, sin embargo, y a los segundos, el criador de caballos soltó una risotada que le devolvió el alma al cuerpo.

-En lo que a mí respecta, ese bebé lo trajo la cigüe?a… ya sabrás lo que se siente cuando Claudine crezca.

-Novicia… Mi hija será una novicia- contestó Alain con el rostro lívido.

-o-

Contrariamente a lo que André pensó, Augustin no buscó pelea de ningún tipo y sólo se dedicó a caminar por el mercado. Paseó con las manos en los bolsillos, el chalequín desabrochado y la camisa destrabada hasta casi la mitad del pecho. Disfrutando del calor hasta que sintió que se le pasaba un poco la borrachera. Saludó a quienes lo reconocían, y gui?ó un ojo a las muchachitas que se sonrojaban a su paso. Nuevamente la voz de Birgitta sonó en su cabeza "te estás poniendo guapo, casi tanto como los hombres de mi tierra". Sonrió de medio lado al pensar en su amiga, era un soplo de aire puro y la independencia encarnada. Y es que a pesar de lo que cualquier persona podría pensar, él no la juzgaba por vivir como se le ocurriera ni por decir todo lo que se le venía a la cabeza, sino que, muy por el contrario, eso sólo hacía que la admirara.

Entrecerrando los ojos por el reflejo que le pegó en la cara, la temporal ceguera lo hizo pensar en Angelique, pues ella era así, como el sol. Tan resplandeciente que quitaba el aire. Los días en Normandía, y mientras se recuperaba para poder viajar después de casi morir, habían estado colmados de ella. De su aroma a mar y viento, de sus ojos de gata y de su cabello lleno de ondas del color de la miel. Llenos de su piel del color de la harina tostada a fuego lento y suave, y de su figura, que si bien intuía aun no tenía las formas definitivas, era alta y elegante, como la de las gacelas. De sus conversaciones dulces, aunque siempre con datos inteligentes y agudos, de su gracia para tocar el arpa y de sus manos que pintaban paisajes con una facilidad pasmosa, de su perfecta dicción, medida locuacidad y elegancia innata, de su perfecta educación. Tan distinta a Birgitta, que era el arrebato hecho mujer, con una voluptuosidad tan pura y apabullante, llenando sus sencillos vestidos en los lugares precisos y que, cada vez que tomaba sol, las mejillas se le coloreaban haciendo relucir sus ojos del color del cielo, celeste que resaltaba sobre la piel tan blanca que en estado natural parecía leche, de sus manos bruscas en trato y, sin embargo, delicadas y amorosas cuando se lo proponía. Y su cabello… Dios, como le gustaba su melena siempre peinada con variadas trenzas y dorada como el trigo recién segado.

-?En qué diablos me estoy metiendo…?- murmuró para sí mismo al darse cuenta de cómo sus pensamientos se dividían en dos. ?Acaso no se suponía que tenía todo claro? ?O es que también en eso su vida estaba cambiando?

Sintiendo la cabeza revuelta, estuvo de pie largos minutos frente a la panadería del pueblo antes de decidirse a ingresar. Cuando puso un pie en el entablillado de la entrada, el llanto de un bebé lo hizo voltear en busca del sonido, en una canasta estaba la nieta menor del panadero. Rápidamente se dirigió al mesón y retiró los encargos de Martine. Pidió algunos dulces extra y salió sin atreverse a mirar nuevamente en dirección de la infanta, que, por cierto, había dejado de llorar debido a que su madre la estaba amamantando.

Repartió algunos panecillos de azúcar entre los chiquillos que jugaban entre la tierra de las callejuelas cercanas al centro, y pasó por la consulta de Jean a dejarle algunos otros para cuando fuera al fangal en una visita corta y sin hablar demasiado, no tenía ganas. Luego de retirar algunas piezas de carne seca y quesos, también encargos de la cocinera de la hacienda, cargó todo en las alforjas ubicadas en la grupa de Alexander y enfiló hacia su hogar, estaba anocheciendo.

Sin saber muy bien por qué, tomó la ruta más larga y que lo hacía pasar frente al cementerio, tampoco supo la razón que lo hizo detenerse. Luego de darle una moneda al cuidador, este lo dejó entrar. No pisaba ese sitio desde el funeral de Anne. Con el corazón latiéndole fuerte buscó su lápida, ya que recordaba perfectamente el lugar. Sentado en una meseta de la tumba contigua, observó el ramo de flores que reposaba sobre el pulido mármol que llevaba el nombre de la mujer que lo había querido como una madre. Dado que no fue capaz de hablar, ni siquiera de rezar, pues el dolor era tan grande que lo inmovilizaba, se limitó a permanecer en silencio y con la vista pegada en el grabado que indicaba la fecha de muerte, el mismo día que Claudine nació.

Después de un rato se dirigió a la salida, en el camino reparó en otra tumba igual de elegante y bien cuidada que la de Anne, aunque esta tenía flores de brocado. Reconoció las manos de Rosalie en ellas. Al leer el nombre de Jolie, sacudió la cabeza y apuró los pasos, sintiendo que apenas podía respirar.

Cuando se acostó, las tripas le rugían del hambre, pues por llegar demasiado tarde no y no alcanzar a cenar con su familia, se conformó con mordisquear un trozo de tarta sacado de la alacena. Colocándose el pantaloncillo que usaba para dormir en verano y quitándose la camisa, sonrió al recordar a Birgitta saltando de alegría con la caja de dulces que le entregó antes de que ella se retirara a dormir.

De pronto la puerta de su cuarto se abrió. El aroma a chocolate caliente lo hizo sentarse en la cama y el gato que dormía a sus pies salió de la habitación molesto ante la intrusión. Isabelle le pasó una jarra acompa?ada de un platillo con bu?uelos.

-?Cómo supiste?- preguntó sonriendo y dándole un mordisco a la comida.

-Siempre tienes hambre…- la joven le acarició los desordenados mechones de cabello, mientras lo veía comer con ganas -También puedes prepararte comida… si uno tiene hambre, come. No es necesario ser servido- lo reprendió con ternura.

-Creo que en eso me parezco más a mamá que a papá.

-Sí, tienes razón- Isabelle sonrió -Gus… ?Qué es lo que te tiene tan intranquilo?

El joven encogió los hombros y miró hacia la ventana, la luz de la luna se colaba entre las cortinas.

-Puedes decirme lo que quieras, soy tu hermana… quizás te juzgue, ya sabes que soy buena en eso… también soy Jarjayes- sonrió -Pero jamás dejaré de amarte por lo que digas o pienses.

Los ojos de Augustin se cristalizaron, sin embargo, rápidamente suprimió esa emoción sonriendo como si nada pasara. Terminó de comer y dejó los trastos sobre la mesita de noche.

-Hazte a un lado, estás muy grande y tu cama es muy chica- Isabelle lo empujó hacia el rincón y lo abrazó desde la espalda sin darle tiempo de protestar -Cuando eras peque?o y no podías dormir, mamá te leía o yo me metía a tu cama… eso cuando Anne nos dejaba, porque siempre te dormías con ella acariciándote el cabello durante horas- calló al sentir un leve estremecimiento en los hombros de su hermano -Yo también la extra?o mucho.

-Hoy la fui a visitar y no le pude decir nada…

-No es fácil hacerlo- susurró Isabelle -Yo aún no puedo.

-Belle… Anne se murió…

-Lo sé- lo abrazó con más fuerza.

-Se murió dando a luz…

-Pero no todo el mundo muere al hacerlo… Hay muchos partos que salen bien- intentó tranquilizarlo.

-La madre de Zephine también murió… y Jolie murió embarazada.

Isabelle calló unos segundos al entender lo que le pasaba a su hermano.

-Gus, basta- se sentó en la cama y lo tironeó de un brazo hasta que él se irguió en el lecho -Mírame- sonrió al notar que ya no había rastro de sus infantiles rasgos -No fuimos criados de esta manera, no somos débiles ni temerosos… Entraste como un delincuente a una casa importante y ajena sin que nada te importara, recibiste un balazo y ayudaste a planear una venganza. No vengas ahora a comportarte de esta manera. Si eres algo, es irresponsable e impetuoso, no un aprensivo ni un miedoso. Casi morí de la rabia cuando supe lo que habías hecho, pero Charles me ayudó a entender que ya no eres un ni?o, es más, hace mucho te transformaste en un hombre y debes actuar como tal.

-Mi cu?ado es inteligente- sonrió de medio lado.

-Lo es- Isabelle lo empujó de un hombro arrancándole una sonrisa -Y es igual de valiente que tú, por eso te entiende.

-Belle… nunca lloré a Anne, ?por qué no puedo hacerlo?- sus ojos verdes como esmeraldas brillaron.

-No lo sé, Gus…- lo miró con tristeza.

-?Dormirás aquí?

-Sólo hasta que te duermas, pero abrázame tú, estás muy grande para hacerlo yo, se me cansan los brazos- se acomodó en la cama. Esperó a que su hermano hiciera lo mismo y la abrazara -Gus…- susurró después de unos minutos -Llorar no te hace un cobarde.

-Lo sé.

-?Tienes miedo de la guerra?

-No…- suspiró fuerte -Tengo miedo de que te mueras.

-No lo haré, te lo prometo.

Augustin asintió en la oscuridad y cerró los ojos. Dejándose arrullar por el aroma que lo había acompa?ado desde que tenía uso de razón. Antes de dormir profundamente, susurró una pregunta que, pese a conocer la respuesta, necesitaba hacer.

-?Lo extra?as?

-Cada minuto y cada día…

-Hace tiempo me dijiste que anhelabas ser feliz, ?lo has logrado?

-Sí, lo fui…- sintió que la humedad llegaba a sus ojos, respiró profundo, no decaería, se lo había propuesto y lucharía por mantenerse firme y serena.

-Volverás a serlo, lo sé- Augustín besó la cabeza de su hermana.

Isabelle asintió mientras se acariciaba el vientre con ternura. El gato que había regresado a la habitación, de un salto se subió a la cama y se acurrucó junto a ella.

-o-

Después de que Isabelle informó a los que pensó que les interesaría saber de su estado, el mismo se hizo presente casi de la noche a la ma?ana, es decir, en el tiempo de una semana, prácticamente no le cruzaban los vestidos y ni hablar de los pantalones. Martine y Birgitta se afanaron en modificar todo lo que se podía reutilizar, sin embargo, la joven necesitaba ropa nueva y varios otros enseres de forma imperiosa.

Una tarde de inicios de oto?o, André aprovechó que el día estaba despejado y no tan frío, para dejar sus obligaciones en la hacienda a cargo Augustín e invitó a Oscar al centro del poblado. Quería sorprender a su hija, que aún trabajaba en la consulta de Jean, y acompa?arla para que comprara todo lo que necesitara.

-Nada bueno podía salir de una educación tan liberal…

Isabelle ignoró las palabras, que cada vez escuchaba más a menudo, y continuó mirando las telas que la dependienta encargada de la sastrería más importante de la localidad le mostraba.

-Es que con una madre como esa… era imposible que la hija no saliera desvergonzada…

La joven agarró del brazo a Oscar, que furiosa estaba dando media vuelta y dispuesta hacer callar a las mujeronas que chismoseaban a sus espaldas.

-Maman… no vale la pena…- susurró con tranquilidad.

Oscar apretó los pu?os y asintió, con el ce?o fruncido se apegó más a su hija y fingió concentrarse en lo que ella le comentaba acerca de tules, algodones, linos, brocados y sedas para el ajuar del bebé que, si sus cálculos no fallaban, debería nacer a finales de noviembre o inicios de diciembre. Cosas que por supuesto a Oscar no le interesaban, ni en las que podía concentrarse, pues le ardían incluso las orejas de la rabia que estaba sintiendo. Era obvio que el matrimonio de Isabelle no era de dominio público, ni podía serlo, sin embargo, cosa muy diferente era que además la ofendieran y, al pensar en cuántas mujeres pasaban por lo que se le acusaba a su hija, más rabia sentía… de hecho, ella misma había sido madre soltera y no se avergonzaba de eso.

-Faltaba más que fuera del médico, tanto tiempo que pasan juntos y la pobre madame Leblanc… tantos a?os permaneciendo viuda para tener que criar además una ni?a que quizás de donde salió y aguantar más deslices…

-Nada de respetable salió el doctor.

Isabelle mantuvo la frente en alto mientras realizaba todos los encargos que necesitaba para sus nuevos atuendos, lo que creía necesario para el recién nacido y para la habitación que le prepararían. Ocultó lo mejor que pudo el temblor de sus manos al sentirse tan humillada, pues que pensaran que era madre soltera la tenía sin cuidado, era las infamias que se tejían en torno a su relación con Jean lo que la afectaba. Cuando escuchó que llamaban a su hijo bastardo, se mordió los labios para no contestar y apuró lo más que pudo el pago de todo lo solicitado.

-Y bastante dinero tiene, debe ser la querida de alguien muy importante… pobre doctor Leblanc, no debe tener nada que ver. Qué terrible además ver mancillada su buena reputación trabajando junto a una fulana.

La joven sonrió con ironía ante los contradictorios chismes, su madre tenía razón cuando le repetía que la alta sociedad era un nido de víboras. Volteó asustada cuando las mujeres chillaron aterradas. Una de ellas tenía una roja marca en la mejilla y un guante de Oscar estaba en el piso.

-Vergüenza debería darles… seres perversos- murmuró la rubia al tiempo que recogía su fino guante de cuero -Saben mi dirección, denúncienme o demanden un duelo, no aceptaré infamias en contra de mi hija ni de mis cercanos. Ninguna de ustedes tiene moral para hablar de mi familia.

-Santo Dios…- murmuró André, que acababa de entrar a la tienda después de dejar en el carruaje algunas otras compras -?Qué pasó aquí?

-Nada…- Isabelle tomó a Oscar de un brazo y la arrastró hacia el exterior mientras André las seguía, dejando atrás un coro de escandalizados comentarios y a un par de mujeres lloriqueando.

-Bestias malvadas, mujeres sin oficio ni luces, seres despreciables…- murmuraba Oscar mientras caminaba rumbo al carruaje, dando largas y enérgicas zancadas.

-?Hija?- André buscó el rostro de Isabelle, abrió los ojos extra?ado cuando la joven empezó a reír a carcajadas, de inmediato se contagió de su melodiosa risa.

-Maman ofreció un duelo a la mujer del alcalde- Isabelle se secó con un pu?o las lágrimas que brotaban de sus ojos -?Te las imaginas?- siguió carcajeándose -?En un duelo!

Oscar detuvo su furioso paso y volteó. Su rostro se suavizó al ver como su marido e hija, reían afirmándose el estómago e interrumpiendo el tránsito de las personas. Sonrió. Ellos eran tan libres que, aunque no se lo propusieran, la contagiaban con su buen humor, recordándole como reír sin que nada más le importara.

-o-

Obviamente el problema no pasó a mayores, y es que por muy molestas y ofendidas que estuvieran las involucradas, mayor era el temor que Oscar les provocaba, pues después de la visita de madame Robespierre, a?os atrás, la fama de quien una vez fue una aguerrida comandante trascendió en la aldea, ya sea como motivo de orgullo local o como sinónimo de enajenación, porque, ?qué mujer actuaría de esa forma por voluntad propia? Alguien demente, esa era la única explicación para las rancias mujeronas.

Una tarde de finales de septiembre, mientras Isabelle descansaba sentada en la terraza trasera de la casona, su mente la traicionó, alejándola de la tranquilidad que se había propuesto mantener. Esa ma?ana, al mirarse en el espejo al salir de la tina se quedó sin palabras, su cuerpo ya no era el mismo y de cierta forma eso la asustó, pues por primera vez se preguntó qué pasaría cuando Charles volviera ?seguiría ella gustándole? ?serían capaces de sobreponerse a tantos cambios? Es decir, sabía que él a?oraba ser padre y que seguramente, adoraría a su hijo, pero… ?Qué pasaría con ellos como pareja? La gente cambiaba en la guerra, las mujeres cambiaban con la maternidad… ya nada sería igual y, siendo brutalmente honesta consigo misma, ella no era amiga de los cambios.

Un suave golpeteó en su interior la distrajo de sus cavilaciones, acarició su ombligo de forma circular y sonrió al percibir una serie de movimientos espasmódicos de quien se gestaba en su vientre.

-Quizás tiene hipo.

Volteó hacia la silla que, hasta hace segundos atrás, estaba vacía. Birgitta se había sentado con un canasto de costuras en las manos.

-?Hipo?

-Sí, hipo- la joven sueca imitó los sonidos. Ambas empezaron a reír. Después de unos minutos, sacó una tela de la canasta y se la pasó -Toma, cose- le dijo entregando además una aguja ya enhebrada.

-Yo…

-Eres madre, cose- insistió de forma seria -Por lo menos, un camisón hecho por su madre debe tener el ni?o.

-Birgitta, no seas molesta… ya compré varias prendas- Isabelle suspiró acariciándose nuevamente el vientre, de a poco estaban remitiendo los repetitivos movimientos -?Y si es ni?a?

-El se?or Charles tendrá un heredero, estoy segura… digo, ese hombre debe haber engendrado al menos tres chiquillos con tanto brío… parecíais conejos.

Isabelle abrió la boca sin saber si avergonzarse o reír. Recordó de inmediato la primera vez que vio a quien era ahora su gran amiga, ya no había rastro de esa tímida chiquilla.

-?Estás segura de que es sólo uno?- continuó la joven.

-Eres incorregible…- dijo la hija de Oscar, sonrió mientras trataba de dar puntadas en la tela -Y no éramos como los conejos, sino que también nos comunicamos así, es parte de lo que somos…

-Déjame a mí, eres pésima en esto- Birgitta le quitó la costura -Suerte que estoy yo, o el se?orito andaría con el trasero al aire… bueno, el se?or André ayudaría… porque tú y tu madre…- bufó -Y qué decir de Augustín, ese sí que es cómodo, prefiere morir de hambre a hacerse un pan… se aprovecha de que es hermoso… sí, mi madre tenía razón, la belleza es la madre de los pecados… sobre todo de la pereza.

Isabelle sonrió ante la retahíla de quejas.

-Birgitta…

-?Qué?

-Mírame, quiero preguntarte algo.

-?Qué?- abrió los ojos exageradamente y sonrió con picardía.

-?Eres feliz aquí?... digo, no quisiera que te sientas obligada a algo… eres mi amiga, sé que estamos en guerra, pero, cuando acabe… quizás podrías regresar a tu tierra, con tu familia… Con Charles siempre hemos evaluado esa posibilidad y te ayudaríamos a empezar el negocio que quieras, eres muy inteligente y trabajadora, no tienes por qué ser doncella para siempre.

-Nunca volveré a ese lugar…- la voz de la joven se ensombreció -Mi madre casi mató al hombre con el que se juntó cuando lo descubrió tratando de meterse a mi lecho… nunca le dije que no era la primera vez porque no quería provocar más problemas, ella siempre decía que cuando yo creciera daría problemas… me miraba con temor- se concentró en las peque?as puntadas que estaba dando en la tela -La se?ora Freja me recogió en el mercado, cuando mi madre estaba tratando de conseguirme empleo en lo que fuera, decía que corría más peligro en casa que en cualquier otra parte. Sé que quizás quería cuidarme, pero también sé que estaba tratando de deshacerse de mí. Ya éramos muchos en casa y ese hombre ayudaba con dinero… y yo era la única mujer además de ella- exhaló con fuerza -Ya no tengo familia.

-Yo soy tu familia…- musitó Isabelle emocionada.

-Sí, lo sé. Eres mi hermana- alzó la vista de las costuras y sonrió -Por eso no me voy ni lo haré, gracias a ti aprendí muchas cosas y quise volver a relacionarme con la gente. Me animé a reír otra vez y descubrí quien soy realmente. No soy asustadiza ni torpe como me decían- sus ojos brillaron llenos de orgullo -Soy valiente y fuerte, soy due?a de mi cuerpo y puedo hacer lo que se me venga en gana… Quizás después compre una casita y viva ahí cuando no esté con ustedes, porque uno tiene necesidades y jamás metería a un hombre a la casa de mis patrones… o sea… no a uno que trabaje fuera- sonrió con picardía.

Isabelle abrió la boca, sin embargo, no alcanzó a hablar porque Birgitta levantó una mano haciéndola callar.

-Nunca tendré hijos, no lo deseo… tampoco quiero casarme, soy feliz como estoy. No dependo de nadie y hago lo que quiero.

-No te iba a decir eso… pero agradezco tu confianza- tomó una de las manos que aferraban la fina tela del peque?o camisón que, de a poco, tomaba forma -Quería preguntarte si me harías el honor de ser la madrina de mi hijo… porque creo, igual que tú, que será un ni?o.

-?ntiglen! (?Por fin!)- suspiró aliviada -Pensé que perdería la apuesta que hice con Martine y le tendría que dar la mitad de mi paga del mes que viene…

-?Eso es un sí?

-Claro- Birgitta sonrió ocultando a duras penas la emoción que sentía.

-?De verdad apostaste la mitad de tu sueldo a que serías la madrina?- preguntó riendo.

La joven asintió antes de agregar.

-Y la otra mitad, a que era un ni?o con sus partes bien grandes… Camille me dijo lo que vio en la habitación un día que no la escucharon llamar, y cuando le pedí que me contara más, según su descripción, el se?or Charles está bien provisto y tú- la apuntó con un dedo -Tienes mucha suerte… así que mi ahijado debería ser igual… digo, espero que no sólo herede lo hermoso, sino que también lo útil.

Isabelle abrió la boca para hablar, sin embargo, una vez más no logró articular palabra. Se dio cuenta que, desde hace un tiempo a esa parte, Birgitta conseguía dejar a todos callados y con una sonrisa en los labios, era realmente adorable y divertida, aunque también un tanto soez, sin embargo, y después de vivir tantos a?os cerca de Alain, esa característica de su personalidad a nadie le afectaba.

-Isabelle…- murmuró Birgitta después de un rato en el que ambas permanecieron en un cómodo silencio.

-?Sí?

-?No estás enojada con el se?or Charles por haberse ido?... es decir, sé que no podía negarse, pero ustedes estaban tan bien… y él yéndose a la guerra… estoy segura de que su terquedad no le permitió huir antes, bueno, eso y su orgullo… es que no sé cómo caben en la misma cama él y su personalidad - arrugó el entrecejo.

Isabelle comenzó a reír, pues la muchacha tenía razón, Charles era eso y más.

-No seré una mujer que se lamenta por el destino épico de mi amado debido a no entender sus motivaciones- dijo después de un rato y mientras se acariciaba el vientre, los movimientos del bebé eran cada vez más espaciados -?l eligió ser militar, siempre lo supe y, pese a que muchas veces he tenido pensamientos egoístas ansiando que esté aquí, a mi lado, también sé que hay cosas que tiene que solucionar antes…

-Entiendo… yo no sé si podría ser tan generosa…

-No te enga?es, tampoco lo soy- Isabelle comenzó a reír nuevamente -Pero nada puedo hacer y es mejor aceptarlo. Lo tomaré como un tiempo de crecimiento para ambos y aunque me duela, no dejaré que eso me derrumbe.

Pese a la sinceridad del momento, se guardó para sí misma la decisión que había tomado apenas enfrentó su estado, por miedo a que nadie pudiera entenderla y se lo atribuyeran a los humores del embarazo. Había tomado la firme decisión de mantenerse serena y lejos de la tristeza, convencida de que de esa forma protegía también a su hijo, pues a pesar de que todo el mundo asegurara que el nonato no tenía idea de lo que pasaba en el exterior, ella opinaba todo lo contrario.

El cómodo silencio en el que habían caído las dos jóvenes fue interrumpido por Martine, anunciando que pronto estaría el almuerzo. Birgitta se puso de pie de un salto y salió disparada vociferando que le debía la mitad de su próximo sueldo.

Después de unos segundos, Isabelle comenzó a reír, lo hizo hasta que le dolieron las mejillas y el vientre se le tensó. Pues al pensar en las palabras de Birgitta, en cuanto a los comentarios de Camille la transportó en el tiempo, permitiéndole recordar la escena a la que se refería la chiquilla perfectamente. Con ese pensamiento en la cabeza, apoyó la espalda en la silla y miró las cuadrillas de caballos pastando a lo lejos, sorprendiéndose de que, pese a la a?oranza que Charles le provocaba cada día, la tristeza que llevaba meses sintiendo estaba cediendo poco a poco ante la felicidad que tener con ella una parte de su marido. Pensar en su rostro y expresión cuando conociera a su hijo, la alentaba a concentrarse en lo bueno por sobre lo malo… para el resto, ya habría tiempo de preocuparse y es que, sentada ahí y sintiendo la tranquilidad que la embargaba en esos momentos, nada parecía más certero que su hijo y esa era su prioridad, tanto, que incluso dejó de asistir a la consulta de Jean todos los días y ya solo lo hacía jornada por medio.


?sterg?tland, agosto de 1811

Con la mirada perdida en el libro que llevaba horas tratando de leer, Sofía no escuchó las palabras de Charlotta, su tercera hija.

-Madre…- insistió la mujer de veintiocho a?os -Necesito tu respuesta, estoy contestando las invitaciones de esta semana y seguir rechazando todo es bastante descortés.

-Mi respuesta es la de siempre, no me reuniré con gente que asesinó a mi hermano ni que persigue a mi sobrino.

-También te niegas a compartir con tus hijos… ?Es que no piensas en Carl?- le reprochó -Tiene veintiséis a?os y necesita una esposa con urgencia, la fortuna no es todo, necesitamos conexiones sociales, sabes cuánto ayuda eso en la política.

Sofía cerró el libro y se puso de pie en un elegante movimiento. Caminó hasta uno de los ventanales del elegante salón del palacete Ljunj, nombre de la casona principal de la finca que su padre había restaurado después de un incendio que casi arrasó con la propiedad y en el cual, ahora vivían sus hijos solteros, los dos menores de los cuatro que había engendrado con su fallecido marido. Sin embargo, no estaba ahí debido a querer compartir con sus hijos, pues, aunque fuera contra natura, no se sentía particularmente ligada a ellos, los encontraba mimados, superficiales, cínicos e interesados. Y, a esa altura, cansada de las formas y buenas costumbres, cada vez se esforzaba menos en ocultar que, la principal razón de su estadía en ese sitio fue primero organizar el sepelio de su adorado hermano para luego, pasar el luto que correspondía lejos de Estocolmo y de los recuerdos que aún le provocaban pesadillas.

-?Llegó la correspondencia de hoy?- preguntó cambiando de tema, con la vista perdida en la capilla que contenía los restos de sus familiares más cercanos y que se vislumbraba a lo lejos.

-Sí… y el bastardo que heredará todo lo de nuestra familia no te ha escrito- escupió Charlotta.

Sofía dio media vuelta y le propinó una seca bofetada a su hija. Con los pu?os apretados y los ojos llenos de lágrimas, vio como la hermosa y joven mujer le sostenía la mirada mientras se cubría la mejilla colorada por el bofetón, haciéndole manifiesto el odio que no se preocupaba en ocultar, pues nunca le había perdonado abandonarlos para criar al recogido del cabeza de familia.

-No vuelvas a referirte a Charles de esa forma. Orgullosa debieras estar de tu primo, es un hombre íntegro y valiente, lleno de principios que ni tú ni tus hermanos tienen.

-Principios que seguramente le inculcaste al criarlo…

Pese al bajo golpe propinado por su hija, Sofía no se amilanó y alzó aún más el mentón.

-No olvides que esta casa es de mi familia, no de la de tu padre… y Charles la heredó- le advirtió -Todo es de él, están viviendo aquí por su generosidad.

-Vivimos aquí porque a él no le importa nada, no aprecia su apellido ni casta, es un aparecido que, por mucho que vista de seda, no puede ocultar sus orígenes, quizás de dónde salió su madre… seguramente de uno de los burdeles a los que tu adorado hermano era asiduo- dicho eso, Charlotta dio media vuelta y salió de la habitación.

Sofía cerró los ojos y se llevó una mano al pecho, le dolía profundamente que sus propios hijos se refirieran de esa forma a parte de su familia, sin embargo, sabía que eso era su responsabilidad, pues el abandono causaba estragos en las personas y ella, había hecho exactamente eso, abandonar a quienes había parido sin importarle nada más que su felicidad, pues siendo tan desdichada junto su marido, apenas tuvo el divorcio y él se quedó con la tutela de los hijos en común, ella simplemente había renunciado a todo pensando ilusamente que le hacía un favor a sus ni?os al no exponerlos a pleitos que no se daban en su clase social.

El ruido de los cascos sobre la gravilla la hizo mirar nuevamente hacia la ventana, a través del vidrio vio que un elegante carruaje ingresaba a la propiedad, Carl llegaba de uno de sus tantos almuerzos sociales. Sin embargo, cuando vio que este descendía acompa?ado del general von D?beln sintió que su corazón se rompía, su propio hijo estaba empecinado en que ella aceptara la propuesta de matrimonio del hombre que, si bien no había participado en el asesinato de Axel, se movía en los mismos círculos sociales que la gente que ella tanto aborrecía y despreciaba. Si no fuera porque Charles estaba de servicio en esa tierra, se habría ido, pues ya no veía futuro para ella en la patria que la vio nacer. Al pensar en su sobrino, su corazón se contrajo aún más, recordando como este, en ese mismo salón y el día en que fue a despedirse de ella, le suplicó que no cediera a nada que no quisiera o que la hiciera infeliz.

Acunándola contra su pecho, como un hijo que ha crecido demasiado abraza a quien le dio la vida, le susurró que no debía sacrificarse como su madre biológica lo había hecho, que jamás se perdonaría ser el responsable de un matrimonio sin amor y que confiara en él, pues estaba seguro de volver sano y salvo de lo que la milicia le deparara. Ella había llorado contra su guerrera, ofreciéndole una y otra vez, desposarse con el general a fin de protegerlo, ya que no soportaba verlo tan infeliz. Charles la había besado en la frente antes de hacerla jurar que no cometería una locura. Esa tarde pasearon juntos por el jardín antes de que él le pidiera un momento a solas en la capilla en donde descansaba su padre.

Sofía, con el corazón apretado, se despidió del joven que sentía más suyo que sus propios hijos. Fue ese el último día que lo vio, pues Charles, consciente de la animadversión que su presencia causaba en la casona que sus primos habitaban, había optado por marcharse de inmediato luego de visitarla y quedarse en una pensión para no ocasionarle incordio alguno.

Volviendo al presente y resignándose a sus funciones de due?a de casa, atendió y ofreció té al invitado de su hijo, esforzándose en parecer educadamente encantadora pese a que apenas soportaba la presencia del militar. Sin embargo, cuando el elegante general la invitó a dar un paseo por los jardines bajo la excusa de aprovechar el buen clima, cansada de fingir lo rechazó.

-Mi querida se?ora…- el hombre arrastró las sílabas como si fueran parte de una poesía -Por favor, acepte mi invitación, hay algo de suma importancia que quisiera compartir con usted como muestra de la buena fe que le profeso… algo privado y que nadie más puede saber.

La condesa asintió con el corazón latiéndole fuerte contra el pecho, pues un nefasto presentimiento se le instaló en las entra?as. Caminó junto a él con las manos entrelazadas sobre su regazo hasta que, junto a la fuente principal, el general se detuvo aprovechando que el ruido del agua ocultaba sus palabras de oídos ajenos a ellos dos.

-He investigado cómo el general Adlersparre fue capaz de averiguar el paradero de su sobrino, tarea nada fácil, ya que es de dominio público que vuestro hermano era un hombre brillante y muy astuto.

Los enormes ojos grises de Sofía se abrieron asustados.

-El conde Ahlberg fue quien le entregó tan importante información.

Sofía sintió que la tierra se abría bajo sus pies y ella caía al mismo infierno. Los oídos se le taparon y sus ojos se llenaron de lágrimas. Ella era la causante de toda la desdicha de Charles, separándolo de Isabelle para ponerlo en peligro. Su antiguo amante, a quien había buscado para que la acompa?ara de regreso a Suecia, el hombre a quien ella misma llevó a la casa de su sobrino los había delatado. Perdiendo el equilibrio, apenas alcanzó a afirmarse del general que diligentemente la socorrió. Cubriéndose los labios aguantó el grito de dolor que reverberaba en su pecho, había traicionado a quienes más amaba.


Estocolmo, octubre de 1811

Respirando profundo y llenándose del aroma de libros a?osos y gastados, sin embargo, siempre pulcramente ordenados, Fran?ois detuvo su caminar en la inmensa biblioteca principal de la ciudad. Alzando la cabeza observó los estantes que llegaban hasta el encumbrado techo y cerró los ojos por un segundo, pensando en Isabelle y en como ella disfrutaría estar ahí… o quizás no, después de todo, hace a?os no la veía y ambos habían cambiado tanto, que ya no podía asegurar conocer a la muchacha junto a la cual había crecido. Decidido a hacer a un lado cualquier atisbo de melancolía, pues poco a poco estaba acostumbrándose a su nueva vida, sonrió de lado sintiéndose a gusto en un lugar. Cuando escuchó que uno de los empleados a su cargo lo llamaba, colocó el libro que tenía en sus manos en el correspondiente lugar y apresuró el paso hacia donde era requerido.

-Fabien Nobel, ?otra vez por aquí? – preguntó en francés al joven sueco de su misma edad al tiempo que lo saludaba con un apretón de manos, muy agradecido de poder hablar en su lengua materna.

-?Hubo suerte?- preguntó el joven visitante sin intención de ocultar su interés ni perder tiempo en saludos.

-Accedió a conocerte- Fran?ois se sentó tras su escritorio y sacó un sobre del cajón principal, se lo extendió -Una invitación para esta noche, habrá una tertulia.

-?Y no pensabas avisarme?- lo miró con reproche y sus intensos ojos negros brillando -Si no vengo, no me entero.

-Ambos sabemos que vendrías de igual manera- sonrió de lado -Pero, por favor, prométeme que no la llamarás "la perla de las mujeres"- se carcajeó -Actúa con normalidad si quieres volver a pisar su casa.

Fabien sonrió agradecido.

Esa noche, mientras madame de Sta?l recibía a lo más granado de la sociedad intelectual de Estocolmo, Fran?ois bebió una copa de vino sentado en un sofá ubicado en un rincón. Admirando la inteligencia y perspicacia de la mujer que, sin pedir nada a cambio y sólo confiando en el legado de su padre, se había transformado en su protectora, ayudándolo a encontrar un prestigioso trabajo apenas pisaron la ciudad. Pensó en Bernard, pues si bien no tenía mayores recuerdos de él, sabía que esa muestra de nepotismo no le hubiera agradado en lo absoluto, sin embargo, así era la vida y él era alguien muy diferente a quien quizás sería de no haber quedado medio huérfano, ya que se reconocía carente del arrojo de quien lo procreo, sin su temple, ideales ni orgullo, sino que más bien vengativo, amargado y un tanto cínico, la vida y sus decisiones lo habían forjado así. De inmediato su mente lo llevó a su madre, la dulce y amorosa mujer que lo había criado protegiéndolo de todo, extra?ándola terriblemente al ser consciente de no tener certeza de cuándo la volvería a ver. Hizo nota mental de escribirle pronto… aunque, al mismo tiempo, sonrió con ironía, ya que sabía muy bien que no lo haría, al menos no por ahora, aún no estaba listo.

Dejó vagar su vista por el salón atiborrado de gente, todos bien vestidos e intentando llamar la atención de una u otra forma, de pronto, su mirada se clavó en dos jóvenes que hablaban cubriéndose parcialmente el rostro con un abanico, una de cabello negro como la noche y otra, con bucles color del chocolate. Perdiendo el aliento por un momento, cerró los párpados mientras sentía una intensa punzada en el pecho. No podía pensar en Jolie, llevaba meses sin hacerlo y ese no era el momento.

-Están hablando tantas barbaridades, que tus conocimientos serían bienvenidos…

Abrió los ojos asustado. Fabien estaba a su lado mirándolo fijamente.

-No me gusta participar- murmuró levantándose de la silla y vaciando su copa de un trago -Aprovecha tu invitación, estaré afuera.

Sin esperar una respuesta, tomó la chaqueta que estaba colgada en el respaldo del sofá y salió al jardín pese a la baja temperatura de oto?o. Con las manos en los bolsillos observó la inmensidad de la noche mientras llenaba su pecho del gélido aire.

-Para nadie es secreto que Suecia, pese a ser un país peque?o y frágil, probablemente esté destinada a sufrir los golpes de las alas de la imponente águila que es Napoleón… Pero sé que nuestro futuro monarca no se amedrentará, si Bernardotte aceptó ser nuestra cabeza, sé que luchará para proteger nuestra patria… Eres francés, deberías entrevistarte con él, tus conocimientos son vastos y tienes bríos, lo veo en tus ojos.

Cuando Fabien terminó de hablar, Fran?ois volteó. Le impactó ver el arrojo del joven que conocía hace tan sólo semanas. El muchacho de piel blanca, ojos y cabello negro como la noche lo miraba lleno de pasión.

-Estás diciendo locuras, ser francés no me posiciona de ninguna manera, soy un inmigrante como tantos…- calló cuando unos tibios labios se posicionaron sobre los suyos, dio un paso hacia atrás -Qué… ?Qué haces?- sus ojos azules se abrieron impactados.

-Eres como yo…- continuó el joven Nobel -El tormento que hay en tu mirada me lo dice, por eso rehúyes de la gente…

Fran?ois sonrió con amargura, eso era lo único que le faltaba. Tentado estuvo a darle un pu?etazo a quien pensaba era su amigo, sin embargo, se abstuvo al observar cómo la intensa mirada estaba acuosa y llena de anhelo. Sintió lástima.

-Mi amargura es porque soy un asesino- murmuró -Soy alguien que torturó a quien mató a mi esposa e hijo… dejé que la venganza me carcomiera y me convertí alguien igual a quien despreciaba, arrastré y trunqué el futuro de un muchacho que sólo quería ayudarme, debí huir de mi tierra y dejar a mi madre atrás por miedo a que me persiguieran…- tragó fuerte -Estoy roto, sólo sobrevivo y soy un cobarde… ?lo entiendes?

Fabien Nobel asintió con los labios tan apretados que formaban una línea.

-Puedes denunciarme, no importa- Fran?ois le dio la espalda.

-Perdóname, mal entendí todo… - comenzó a reír -Si te denuncio, no sería mejor que quienes persiguen a los que son como yo- respiró de forma pesada -Un asesino y un sodomita… menuda dupla- comenzó a reír. Fran?ois hizo lo mismo.

A las semanas, Fran?ois se sorprendió a sí mismo admirando el palacio real desde una nueva perspectiva, pues su protectora, en su afán de continuar cultivando sus influencias, convenció a su buen amigo y futuro monarca, de que su hijo necesitaba un tutor venido de su tierra natal, alguien versado en literatura, filosofía y leyes, respetuoso y anti napoleónico, como ellos.

Mientras esperaba en el pasillo a ser atendido por Carlos XIV, fue inevitable que escuchara lo que en toda la corte se hablaba, y que, por cierto, había llegado a sus oídos gracias a madame de Sta?l. La futura reina era infeliz en esa tierra y no hacía más que quejarse por las costumbres tan alejadas de su disoluta vida en Francia. Dio un paso hacia atrás cuando las grandes puertas se abrieron, siendo atravesadas por una hermosa y delicada mujer de cabello oscuro. Bajó la vista incómodo.

-Désirée… ?No hemos terminado!- gritó Bernardotte.

La mujer lo ignoró y continuó caminando mientras se secaba con discreción las lágrimas que le ba?aban las mejillas.

-?Y vosotros sois?- el futuro monarca lo miró molesto.

-Fran?ois Chatelet, su majestad.

-Sí… perdonadme… lo había olvidado- con un gesto lo invitó a pasar a su despacho -Según madame de Sta?l, no hay nadie mejor que vosotros para ser el tutor de mi hijo…- comenzó a caminar de un lado a otro, evidentemente aún molesto.

El paseo fue interrumpido cuando un a?oso hombre que, luego de anunciarse, entró sin esperar respuesta. Bernardotte recibió el sobre que se le entregaba y lo abrió, ignorando al postulante de tutor que continuaba en su despacho. Al terminar de leer, se dejó caer en el alto sillón ubicado tras el se?orial escritorio.

Fran?ois pensó en retirarse junto con todos quienes habían sido despachados por Carlos XIV, sin embargo, antes de completar su cometido fue detenido.

-Monsieur Chatelet…

Dio media vuelta y se acercó a quien lo llamaba.

-Si os brindo la tutela de mi heredero, del único que tendré- puntualizó -Necesito vuestra opinión en esta materia…- respiró profundo -La propuesta de alianza de Aleksandr I de Rusia para actuar en conjunto contra Francia, necesita una respuesta.

-Con todo respeto, su majestad, no creo que la opinión de alguien como yo pueda ser de gran ayuda…

-En vuestra calidad de alumno de madame de Sta?l, debéis estar consciente de que, si estáis aquí, en la corte, no es ciertamente porque seáis francés, sino porque he tenido en consideración sus recomendaciones en cuanto a vuestro ingenio y erudición.

-Se lo agradezco, su majestad…

-Como debéis estar informado- continuó Bernardotte -El bloqueo continental de Napoleón no ha hecho más que aumentar los precios, convirtiéndose en causa de sufrimiento para toda Europa, y eso incluye a Suecia… Y junto con la invitación que he recibido, se me informa que tanto Austria como Prusia estarían también dispuestos a aliarse con Rusia…- respiró pesadamente -Si bien todos sabíamos que esto ocurría, ya es inevitable.

-Su majestad- Fran?ois carraspeó aclarándose la garganta -La caída de Napoleón involucraría el retorno a Francia de los Borbones, y eso… lamentablemente haría aumentar el sufrimiento de los franceses… y si vuestra majestad me pide una opinión sincera, debo deciros que si quiere derrotar a Napoleón para restaurar la república en Francia, estoy a favor de una alianza con Rusia. No obstante, si se trata de restaurar la monarquía, estoy en contra de ella.

-Si mal no se me ha informado, vuestro padre fue guillotinado junto a Robespierre…

-Así es, casi no lo conocí.

-Pero aún así pones el ideal republicano antes que tu resentimiento personal…

-Su majestad… Es sabido que anta?o usted era visto con recelo por Napoleón por sus ideales excesivamente Jacobinos.

-Así es… y mis ideales han permanecido y por eso, pese a saber quien es fue tu padre, te confío la educación de mi hijo, Oscar… Y para vuestra tranquilidad, el emperador ruso, habiendo sido educado en su juventud por La Harpe, ha mostrado siempre una cierta comprensión hacia la república francesa, puedes estar tranquilo en ese punto… no buscamos reinstaurar una monarquía.

De pronto, la puerta se abrió nuevamente. Désirée entró arrastrando a un ni?o de la mano.

-?Cómo es eso de que habéis decidido enfrentaros con nuestra patria?- preguntó con el mentón temblando.

-No me enfrento a Francia, me enfrentaré a Napoleón.

-?Pero entonces ya no tendremos patria a la cual regresar!

-??Una patria a la cual regresar?! ??Habéis perdido la razón?!- empu?ó una mano -?Ahora Suecia es nuestra patria! ??Acaso no dejamos Francia con ese propósito?!

Fran?ois carraspeó, haciendo notar que la nueva discusión estaba siendo observada desde el pasillo por gente que se aglomeraba en la puerta.

-?Uno no se convierte en soberano de un país para satisfacer placeres y ambiciones propias, el rol de un soberano es el de ocuparse del bien del país y de la felicidad de su pueblo!- el futuro monarca volteó hacia Fran?ois -Llevaros a Oscar contigo y comiencen con sus lecciones, os mudaréis a palacio y espero veros durante el tiempo que pase aquí… valoraré vuestros consejos- miró a Désirée y luego, a la gente que observaba desde la puerta -?Nos uniremos a Rusia y lucharemos contra Francia!

El hijo de Bernard y Rosalie respiró profundo mientras observaba a la futura reina apretar los pu?os en un intento de contener el odio que en ella despertaba su marido, dándose cuenta, en esos momentos, que estaba internándose en una doble batalla que jamás buscó, pues la guerra que estaba a punto de comenzar, no se llevaría a cabo sólo en las tierras conquistadas por Napoleón, sino que también en palacio. Tomando la peque?a mano del ni?o que había huido de su madre con la discusión para refugiarse tras sus piernas, salió del despacho dándole inicio a su nueva vida.


Gotland, noviembre de 1811

Cansado luego de patrullar durante todo el día, Charles ingresó a la habitación que compartía con Oliver en el cuartel. Maldijo al ser golpeado por el frío en el interior del cuarto.

-?Diablos! ?Sólo tenías que mantener la chimenea con le?a!- pateó en una bota al rubio que estaba tirado en la cama. Oliver apenas se movió -Está más frío aquí que afuera- comenzó a apilar palos para encender el fuego -Más te vale levantarte, tienes que cubrir guardia- dijo chasqueando el pedernal.

El ruido del catre lo hizo voltear, von Dalin estaba sentado, revolviéndose el cabello y con cara de haber bebido todo el día.

-Te harán un sumario si sigues así…- lo reprendió, pues su gran amigo estaba en ese estado desde que Adolf había llegado a la misma ubicación y, sin embargo, ambos apenas se saludaban con una fría cortesía.

-Deja de rezongar, pareces una mujer que sufre de humores- caminó hasta el aguamanil y se mojó rostro y cabello -Se acabó el vino- murmuró.

-Obvio que se acabó, si te lo tomaste todo- Charles agarró la botella que estaba sobre la mesita de la habitación -Estás terminando con mi paciencia, tengo suficientes preocupaciones para, además, estar ocupándome de ti.

-No eres el único que lo está pasando mal…

-No te compares conmigo, no te atrevas a hacer eso- lo apuntó con un dedo y con los dientes apretados -No tengo como comunicarme con mi mujer sin ponerla en peligro, la a?oro como si me faltara el aire y…

-Y la amas más allá de lo que cualquiera pudiera imaginar, porque es la luna cuando te pierdes en la oscuridad, y el calor cuando tiemblas de frío… y sus besos, son el aire que necesitas respirar y te sientes un miserable por no poder hacerla feliz cuando su corazón rebosa de una bondad que ni tú ni el mundo merecen- su voz tembló -Porque la amas sin lógica ni medida, porque ella es todo y más- una lágrima escapó de los ojos, tan celestes como el cielo de verano -?Sabes cómo lo sé?- preguntó a Charles, que lo miraba sin poder emitir palabra alguna -Por qué yo amo igual, pero jamás podré casarme con quien adoro, jamás podré formar una familia y mi única opción, es conformarme con las migajas de algo que me convierte en alguien sin honor- su mentón tembló -?Así que no vengas a molestarme!- lo apuntó de regreso -?Si quiero beber todo el maldito vino del cuartel, lo haré porque así lo decido! ?Y si quiero sumergirme en la amargura, también lo haré! ?No necesito que me cuides ni que cumplas mis turnos! ?No descargues en mí la cobardía que tienes para desertar e irte con quien debes!- finalizó empujando con las dos manos a Charles y tomándolo enseguida de la chaqueta, lo zamarreó.

-Basta… los gritos se escuchan desde el pasillo- Adolf ingresó a la habitación y separó a los camaradas.

Charles retrocedió aún desconcertado cuando Adolf tomó el rostro de Oliver entre sus manos.

-Si yo soy tu luna…- murmuró antes de besarlo con fuerza -Tú eres el sol que ilumina mis días… Malditos estamos ambos por amarnos tan intensamente- le dijo apenas separándose de sus labios y antes de besarlo otra vez.

Oliver gru?ó con desesperación mientras le arrancaba a tirones la chaqueta a quien llevaba meses a?orando. Adolf hizo lo mismo antes de lanzarlo contra el camastro del que hace poco se había levantado. Y Charles, apenas atinando a nada, retrocedió sin poder sacar la vista de la apasionada escena que sus ojos presenciaban. Cuando las hebillas de los cinturones arrancados chocaron con el suelo de madera, reaccionó y dando media vuelta, salió de la habitación asegurándose de dejarla con llave desde el exterior. Resignado fue al comedor a cenar y luego, a reemplazar el turno de Oliver, al menos, uno de los dos esa noche sería feliz.

Calado por el frío aguantó el sue?o a punta de bebidas calientes y apeándose junto a las fogatas que pillaba en los extremos del cuartel. De pronto, notó que sus pasos lo habían llevado hacia un sitio que siempre se esforzaba en rehuir, el burdel más cercano. Habría sido un cínico si no hubiese admitido en su fuero más interno que le dieron ganas de entrar, ya que los escasos desahogos en solitario que tenía, dado a la ausencia de intimidad del cuartel, no lo saciaban, menos cuando, cada ma?ana, despertaba tan empalmado que le dolía, pues Isabelle lo visitaba en sue?os, recordándole sus días y noches juntos. Preso de una nube de oscuro deseo tomó la manilla de la ro?osa puerta, no obstante, cuando su anillo tocó el metal de la empu?adura retrocedió como si estuviera al rojo vivo.

Se marchó antes de que alguien saliera del interior de la casa y regresó al cuartel. Previo a terminar su turno, y justificándose con su superior, se retiró más temprano aduciendo un dolor estomacal. Llegando a la habitación y aprovechando que aún no había cambio de guardia, golpeó con los nudillos la puerta, al no obtener respuesta abrió el candado y entró. Ambos militares, que horas atrás había dejado envueltos en una explosión de pasión, dormían abrazados bajo las mantas. Fingió toser hasta que Oliver abrió los ojos, su mirada ya no estaba turbia, sino que brillaba como hace a?os no lo hacía.

-Gracias…- murmuró antes de despertar a Adolf con una caricia en la mejilla. Al ver que Charles iba a salir nuevamente de la habitación, lo detuvo -No verás nada que no hayas visto antes, tenemos lo mismo- bromeó -Pero si te incomoda, gírate, no seas quisquilloso.

-No quiero que alguno se ponga celoso- bromeó Charles dando media vuelta.

-No eres tan apuesto como crees- contestó Adolf saliendo de la cama, luego de ponerse los pantalones le indicó que ya podía voltear. Apenas terminó de vestirse, se inclinó hacia Oliver, que estaba sentado y apoyado contra el respaldo, y lo besó suavemente en los labios en se?al de despedida.

Una vez que quedaron solos, Charles se descalzó, acostó vestido y miró el techo de la habitación en silencio. Al rato, al cerciorarse de que Oliver aún no roncaba, murmuró:

-Estuve a punto de entrar a un burdel.

-?Por qué no lo hiciste?

-No pude… pero por un momento, quise hacerlo.

-Pero no lo hiciste, no pienses más en ello- zanjó Oliver.

-Me alegro por ti y Adolf…

-Lo sé… duérmete- Oliver comenzó a reír entre dientes -Y no pienses en meterte a mi cama, controla tus bajos instintos porque no eres mi tipo.

-Imbécil- dijo Charles al tiempo que le lanzaba una bota.

Lo que quedó del resto de la noche, lo durmió evocando en el aroma a lavandas que tanto extra?aba.

-o-

Con las manos enredadas en la larga cabellera negra aceleró los envites, ella, aferrada a las sábanas, como si temiera caer si se soltaba, murmuró contra su boca "más". Charles se estremeció de pies a cabeza, ella lo volvía loco, tanto, que sentía que nunca se saciaba. Apartándose un segundo, la dio vuelta sobre el lecho y la embistió desde atrás, Isabelle, irguiéndose sobre sus rodillas, pegó la espalda al pecho que cálidamente la cubrió. Sin embargo, con los ojos entornados por la pasión y el cuerpo temblándole, repitió "más", y él le hizo caso, como siempre. Deshaciéndose de deseo, apretó cada curva con manos codiciosas hasta internar los dedos en donde sus cuerpos se unían.

Abrió los ojos jadeando y con la frente perlada de sudor.

-Sal… déjame solo- dijo sin siquiera explicarle la razón a Oliver, que, ese día y a esa hora de la ma?ana, llegaba de su guardia.

El aludido hizo lo que le pidieron y cerró rápidamente la puerta.

Sin perder tiempo, metió su mano bajo el pantaloncillo con el que dormía y acarició la carne que le dolía de lo dura que estaba. Fue rápido y brusco, pues no buscaba nada más que aliviar el ardor que le quemaba las entra?as. Cuando terminó, amontonó la ropa sucia y la metió a un morral para que los encargados de la lavandería hicieran lo suyo. Con el rostro pétreo y los dientes apretados, se echó el agua más fría que encontró encima. Aún turbado, y no sólo debido a los sue?os que cada vez eran más recurrentes, pues algo más en el pecho lo tenía lleno de desasosiego, haciéndolo sentir nervioso y desquiciado, sacó una esquela y se sentó frente a su escritorio.

Fechando la carta el 16 de noviembre de 1811, comenzó a escribir como un poseído, plasmando en el papel todos sus anhelos y deseos. Diciéndole a su mujer cuánto la extra?aba y que, además, ya estaba harto, que no soportaba más estar lejos de ella. Que ni siquiera su orgullo ni honor, era una justificación plausible en esos momentos. Que le dolía vivir sin ella y que estaba dispuesto a mandar todo al diablo, que regresaría a su lado sin importar el costo. Cerrando el mensaje con lacre salió de la habitación y buscó a Adolf. Lo encontró en los comedores desayunando junto a Oliver. Con un golpe seco depositó la misiva sobre la mesa.

-Ayúdame a enviarla y a salir de aquí- dijo con los dientes apretados.

-?Está hablando de deserción, teniente?

Una de las voces que más detestaba en la vida sonó a su espalda, al tiempo que una enguantada mano le arrebataba la carta que Adolf no alcanzó a tomar. Charles volteó furioso y, agarrándolo de la solapa de la guerrera, levantó al comandante Sverker. Lo sacudió como a un gui?apo antes de estrellarlo contra la mesa frente a la cual, Oliver, que aún continuaba sentado y sin atinar a reaccionar debido a la velocidad con la que estaba pasando todo. Antes de que el a?oso hombre se recompusiera, Charles le arrebató la carta y se acercó al hogar que calentaba la estancia, haciendo oídos sordos a las denuncias de Sverker, la arrojó al medio del fuego, alcanzando a ver que esta se consumía y no dejaba pistas antes de que fuera apresado acusado de insubordinación.

Mientras era arrastrado a uno de los calabozos disponibles para esos casos, escuchó a lo lejos como Adolf intercedía por él aduciendo su parentesco con el general Adlersparre. El comandante, obviamente ignoró cualquier intento de justificación y apareció al otro lado de los barrotes apenas la puerta de la celda se cerró.

-Tarde o temprano iba a pasar…- le dijo con sorna y regodeándose con la situación -Si no vas a la corte marcial ?Te pudrirás aquí!

Charles entrecerró los párpados y se acercó a los fierros que los separaban, pegando el rostro lo que más pudo murmuró con los dientes apretados y apenas aguantando las ganas de escupirlo.

-Te mataré, te rebanaré el cuello como el cerdo que eres. Lo juro por la memoria de mi padre.

Sverker se carcajeó antes de dar media vuelta y perderse de su vista. Charles pateó todo lo que encontró a su paso y se peló los nudillos de la diestra cuando estrelló el pu?o contra la pared.

-?Isabelle!- gritó deseando que ella lo escuchara.


Arras, octubre de 1811

El viento se arremolinó en el bajo de la capa de Isabelle, que, a esa hora, caminaba desde la consulta del médico hasta la imprenta de Alain y Rosalie. Cuando tuvo que pasar por frente a la estación de policías, irguió la cabeza, juntó los extremos de su abrigo y afirmando fuerte la canastilla que llevaba en un brazo, apuró el paso. A punto de pasar desapercibida estuvo, sin embargo, Antoine Dumont, el capitán que pese a sus deseos no lograba ser reclutado para dejar el pueblo que ya lo tenía cansado, se cruzó en su camino. Llevaba semanas esperando coincidir con la altanera joven cuando estuviera sola.

-Madeimoselle Grandier…- hizo una reverencia, apenas se irguió le miró el abultado vientre -Porque tengo entendido que aun no es madame…

Isabelle le sostuvo la mirada y no contestó, no caería en la trampa de enzarzarse en una discusión con quien tanto odiaba a su familia.

-Mis oficiales se preguntan cuándo reanudará sus consultas particulares- sonrió a los militares que lo acompa?aban -Pues varios desean atenderse con usted, médicamente, claro.

La joven apretó el pu?o que tenía libre hasta que casi se enterró las u?as en la palma cuando un coro de carcajadas retumbó en la callejuela, pese a la humillación que sintió, no bajó la mirada ni habló, sabiendo muy bien que eso desquiciaba al militar.

-?Ha usado mucho la lengua que ya no la utiliza?- volvió a molestarla. Al ver que ella insistía en no bajar la mirada ni dignarse a contestarle, dio un paso al frente, quedando sólo a un palmo del vientre que sin saber, estaba tenso bajo las capas de ropa -?Otro bastardo de guerra, o simplemente el hijo de una puta?- calló cuando una fuerte bofetada le cruzó la cara.

Antes de sobarse la mejilla, empu?ó la mano dispuesto a borrarle el gesto altivo del rostro a la joven que seguía en silencio pero que, a todas luces, temblaba de furia.

-Muy mal visto sería que alguien golpeara a una mujer embarazada, aún cuando fuera en defensa propia.

Isabelle volteó hacia la desconocida voz que sonó a su diestra. Se encontró con un alto hombre de cabello casta?o oscuro. Este la ignoró y continuó con la vista pegada en el militar.

-La se?ora merece una disculpa- la ronca voz volvió a sonar.

Dumont se arregló la guerrera y sonrió antes de contestar.

-Cuando vea a una se?ora, sin duda me disculparé- sin decir más pasó tan cerca de Isabelle que la empujó con un hombro.

Esta se quedó quieta y con los pu?os apretados, luchando con las lágrimas que pugnaban por escapar de sus ojos. Frustrada ante el poco control que tenía de sus emociones, respiró profundo una y otra vez mientras cerraba los párpados. Cuando los abrió, estaba sola nuevamente. Enderezando los hombros reanudó su camino.

Encontró a Rosalie persiguiendo a Zephine por la recepción de la imprenta, mientras la saludaba, sacó de su canastillo el paquete que Jean le había pedido entregarle a su esposa. Gustosa aceptó la taza de té que la madre de Fran?ois le ofreció. Sentada en uno de los sofás de la salita de atención, bebió el azucarado líquido mientras abría su capa y acariciaba la pronunciada curva de su abdomen, dentro del cual, los activos movimientos comenzaron apenas el líquido bajó por su garganta.

-Por Dios…- el vozarrón de Alain retumbó -Es que esa criatura no se cansa- dijo con la vista pegada en la barriga que se movía de un lado al otro. Se sentó junto a Isabelle -Muchacha, no deberías estar saliendo de la hacienda, estás que revientas.

Isabelle comenzó a reír mientras asentía.

-Este es mi último día… lo prometo- contestó tomando la mano de Alain -Mira, se está dando vuelta- la colocó en un costado, afirmándola cuando el hombre trató de retirarla asustado por un repentino golpe -Eso que te pegó, son sus pies.

-Mi Claudine era mucho más tranquila y ahora no me da respiro… no quiero ni imaginar que va a pasar cuando tu bebé comience a caminar.

-Yo tampoco…- le contestó con la mirada brillante, enseguida bajó la vista a la esquela que sostenía en la mano -?Noticias de Normandía?

Alain asintió con pesar.

-Vamos, se hace tarde- le dijo poniéndose de pie y extendiendo una mano para ayudarla a hacer lo mismo -?Viene por ti André?- ella asintió -Te acompa?aré a la consulta- tomó un abrigo y, después de avisar a Rosalie, que estaba al interior de la oficina haciendo dormir a su ni?a, abrió la puerta para que Isabelle pasara. Ofreció su brazo en un paternal gesto y comenzó a caminar junto a ella.

A medida que avanzaban y lleno de pesar, le contó que la carta era de Diane, comunicándole que su hijo mayor acababa de ser reclutado por la milicia y que Girodelle, recurriendo a influencias que no sabía de dónde había sacado, consiguió que el joven Pierre fuera nombrado ayuda de campo de un importante comandante aún sin tener preparación militar; situación que posicionaba al muchacho lejos de la primera línea de combate.

-?Qué pasará con Claude?- preguntó la joven.

-En meses correrá la misma suerte- resopló -Mi hermana no soportaría más pérdidas...

Isabelle sintió que el corazón se le apretaba, pues ahora, que ya se sentía madre, ni siquiera podía imaginar el dolor que significaría perder a un hijo. En silencio y cabizbajos ingresaron a la consulta.

-Estaba a punto de ir a buscarte- Jean se acercó a Isabelle -Quería que conocieras a Albert de Anjou antes de que se marchara, es el médico que te comenté… nos ayudará en la consulta mientras no estás, acaba de llegar a Arras.

-Ya nos conocimos- murmuró el joven casta?o, de piel tostada y ojos de un peculiar color ámbar, sin embargo, calló de inmediato al ver que ella negaba disimuladamente con la cabeza.

-?Ah sí? ?Y de dónde?- preguntó Alain.

-Me confunde, no lo había visto nunca antes- Isabelle le restó importancia y extendió una mano para presentarse, la misma fue estrechada con prudencia por el recién titulado galeno.

Cambiando rápidamente de tema, le dio la bienvenida justo antes de que el ruido del carruaje que André conducía la hiciera despedirse para marcharse. Obviamente, el recién llegado, que era tan avispado como ella, entendió de inmediato que no debía decir ni una sola palabra de lo que había presenciado, pues no había que ser demasiado brillante para darse cuenta de que la joven tenía carácter de sobra y, quienes la rodeaban y protegían con celo, paciencia en escasez.

Las semanas avanzaron sin que nada demasiado importante ocurriera, tiempo en el cual Isabelle, se dedicó a descansar y dar paseos por la finca de sus padres cada vez que podía, atenta a cada movimiento y cambio que su hijo experimentaba, pues lo que más le preocupaba, era que lograra girarse por completo para quedar de cabeza. Un día carente de lluvia pese a ser noviembre, y en una de sus tantas caminatas nocturnas, vio la alta estampa de Augustín desaparecer en el último de los establos, tentada estuvo de llamarlo para que la acompa?ara en su paseo, sin embargo, se arrepintió al pensar en que quizás él quería estar solo, ya que llevaba varios días con la cabeza en cualquier parte, dicho que Oscar le repetía cada vez que lo sorprendía con la mirada perdida. Mientras caminaba de regreso a la casona y con el viento comenzando a arreciar, jamás imaginó lo que ocurría en la caballeriza.

Augustín, de espalda sobre la improvisada cama que había hecho con heno limpio y una manta, intentaba contener los gru?idos que escapaban de su garganta con los dientes apretados. Birgitta se movía sobre él como la más fiera amazona. Con todos los músculos temblando de placer y buscando resistir lo que más podía, el joven la miraba extasiado y apretándole a manos llenas las caderas que lo catapultaban al mismo nirvana, pues después de la primera vez, encuentro en el que duró apenas un minuto desde que sus cuerpos se unieron, no estaba dispuesto a repetir el chasco. Ella, con toda la paciencia del mundo y tranquilizándolo aduciendo que era algo normal al ser su debut, le había propuesto ense?arle cómo complacer a cualquier mujer para que no le ocurriera algo así nunca más… y él, como el avezado alumno que era, no cejaba en su voluntad por tener el mejor desempe?o. Llevaban poco más de una semana reuniéndose todas las noches después de la cena, cuando todos los trabajadores habían desaparecido y la casa patronal junto con sus habitantes, entraba en una pacífica pausa en la que cada integrante de la familia Grandier Jarjayes hacía lo que se le antojaba.

Atento a todas las instrucciones aprendió cosas que no se había imaginado, pues en el internado era bastante rudimentaria la información que sus compa?eros compartían; todo se resumía en un acto mas bien automático y carente de detalles. Cuando todo terminó y después de que él se dejara ir sobre la enagua de la doncella, apoyó la cabeza en el heno y abrazó a Birgitta pese a los remilgos de esta. Le besó la frente, cabello, nariz y labios, tan pletórico por la cima alcanzada, que no cejó hasta que la muchacha no se resistió a sus mimos y accedió a descansar sobre su pecho.

Como siempre, hablaron de todo y nada, ya que ambos hacían planes fraguados en la soledad de sus habitaciones y que no se atrevían a confesar. Augustín la abrazó con fuerza y se mordió la lengua antes de admitir que quería algo más formal con ella, ya que, cuando lo había insinuado después del primer encuentro, ella se burló de él. Birgitta respondió el abrazo y lo besó en el pecho que, de a poco, dejaba de ser delgado y comenzaba a cubrirse de una definida musculatura gracias al trabajo diario. Suspirando fuerte contra la piel cerró los ojos un instante, imaginando qué sería de su vida si se permitía so?ar como quien la arrullaba en esos momentos. Sin embargo, y como siempre que sentía que alguna emoción la dominaba, hizo a un lado ese pensamiento y se sentó bruscamente en el heno mientras lo reprendía por haberle estropeado la enagua, repitiéndole que no era necesario que se saliera antes de acabar, pues ella tomaba todas las precauciones posibles.

-Empiezo a creer que te esfuerzas en ser desagradable- Augustín se abrochó los pantalones al tiempo que la miraba molesto -La responsabilidad no es sólo tuya, eso lo sé muy bien y ninguno de los dos quiere ser padre- se colocó la camisa.

Birgitta lo ignoró mientras se levantaba y arreglaba la ropa. Dándole la espalda, le hizo un gesto para que la ayudara con el corsé.

-?Y ahora me vas a castigar con tu silencio?- bufó el joven mientras apretaba los lazos -Sabes bien cómo sacarme de mis casillas…

Ella lo miró seria y entornó los ojos en una clara provocación. Acción que fue contestada con un fiero beso de Augustín, quien, no conforme con eso, y al ver que ella respondía gustosa, la arrinconó contra una de las paredes del establo y le remangó la falda otra vez, aunque, en esa oportunidad, dedicándose a besarla mientras la hacía volar únicamente con sus dedos, rehusándose a ir más allá sólo porque ella así lo demandaba. Cuando Birgitta gritó su nombre y sintió que las piernas le flaqueaban debido al éxtasis, él detuvo sus caricias y la besó hasta que ella recuperó las fuerzas.

-Estás aprendiendo bien…- susurró la muchacha sobre la tela de la camisa del benjamín de la familia -Muy bien- suspiró largamente.

-Tengo una buena maestra- contestó mirándola a los ojos y perdiéndose en ellos -Ma?ana, ?a la misma hora?- la besó en la punta de la nariz.

-Lo pensaré- contestó coqueta y regalándole la mejor de sus sonrisas -Te avisaré durante el día- respondió el suave beso que él depositaba en sus labios.

Así se despidieron antes de irse a dormir.

Al otro día y a media ma?ana, cuando una fuerte tormenta se desataba y la finca bullía de actividad, todo debido a que la madera de uno de los corrales había cedido dejando salir a campo abierto a los purasangres que aún no eran domados, cosa nada de rara y que cada cierto tiempo ocurría. Isabelle, sentada en el salón principal y frente al fuego, acarició su vientre contenta, pues gracias a los conocimientos que Jean le había traspasado, pudo notar que su hijo estaba en posición correcta para nacer y, según sus cálculos, sólo faltaban dos o tres semanas para conocerlo.

Recibió agradecida la taza de chocolate caliente que Birgitta le llevó y conversó con ella un rato, compartiendo con su amiga la dicha que sentía, aunque, también, le confidenció que deseaba profundamente que Charles estuviera con ella en esos momentos, pues temía que él nunca se perdonara el haberse perdido lo que tanto ansiaba.

-?Le sigues escribiendo?- preguntó la rubia muchacha.

-Todos los días… pero todas las cartas terminan en mi cajón- la voz le tembló -Quisiera enviarle noticias al menos a tía Sofía…

-Hazlo, ocupa un código… no sé, dile que tienes un pastel en el horno y que está a punto de estar cocido- sonrió -Yo misma llevaré la carta al correo… Basta de temerle a la gente, el se?or Charles debe saber lo que pasa… o al menos la condesa.

-Tienes razón…- Isabelle suspiró -Iré por una esquela y lo haremos juntas, ya que tienes bastante más imaginación que yo…- trató de ponerse de pie -No seas fastidiosa, sabes que me cuesta hacerlo sola. Ayúdame.

Birgitta se levantó riendo y ayudó con las dos manos a su amiga. Mientras esta caminaba a su recamara, ella decidió ir por un trozo de tarta a la cocina, pues insistía en que Isabelle estaba demasiado delgada y le faltaba comer más si quería tener buena leche para su hijo. Al entrar a la cocina, sus ojos se abrieron hasta casi salirse de las órbitas, Martine estaba sirviendo un vaso de agua a un hombre que había pensado no ver nunca más en su vida.

-Martine, saca a los ni?os de aquí…- murmuró mientras tanteaba con una mano la superficie del mesón que estaba a su lado y refiriéndose a los hijos de la cocinera, que almorzando a esa hora.

-Pero…

-?Ahora!- gritó empu?ando el cuchillo que por fin encontró.

-No hay para qué ponerse tan nerviosos…- la voz masculina resonó en la estancia -Pero sí, Birgitta tiene razón. Lléveselos mejor- se puso de pie -Directo a la habitación…- le advirtió a la cocinera que comenzó a temblar al ver que los oscuros ojos de quien se había presentado como un nuevo peón, la miraban con frialdad.

Martine tomó a los dos ni?os en brazos y salió de la cocina por la puerta que comunicaba la estancia con el ala de la servidumbre.

-No pasarás de aquí- le advirtió Birgitta -Muerto deberías estar, muerto como el perro que eres- la mano que sostenía el cuchillo tembló levemente, estaba aterrada y sentía que la garganta se le cerraba.

Jerome, al ver esa duda, dio un paso al frente tomándola de la mu?eca para evitar que lo apu?alara y le enterró en el estómago el cuchillo que hizo bajar de la manga de su chaqueta. La muchacha se dobló del dolor mientras él retorcía el arma en sus entra?as, antes de que cayera al piso, le cubrió la boca ahogando el grito de ayuda que Birgitta intentó emitir. Dejándola tirada en el suelo de la cocina, se internó hacia la casona, abriendo sigilosamente cada puerta que se cruzó por el medio, pues pese a que sabía que la casa estaba prácticamente sola, no quería alertar a quien tanto odiaba. Al llegar al salón, vio a Isabelle distraída en una ventana y dándole la espalda. Se lanzó sobre ella.

Gracias al reflejo, la joven alcanzó a reaccionar haciéndose hacia un lado sin entender por completo que es lo que estaba pasando. Quedaron frente a frente. Los ojos de Jerome se clavaron en su vientre.

-Maldito sea… es de él- masculló el periodista fuera de sí.

Ella retrocedió asustada y mirando en todas direcciones; con el corazón latiéndole como el de un potro desbocado intentó correr hacia una de las puertas de salón. Dada su reducida movilidad, apenas alcanzó a dar un par de pasos antes de que la tomaran del cabello. Trató de recordar todas las lecciones que Charles le había dado de defensa personal en esos segundos. Sin embargo, no pudo hacerlo. Impulsada sobre uno de los sofás, alcanzó a girar para no golpearse de frente. Lágrimas de impotencia y miedo comenzaron a rodar por sus mejillas; levantó la vista y, por una de las ventanas, vio que su madre se acercaba desde el patio delantero para ingresar por el acceso principal, gesto que Jerome también notó. La abofeteó antes de que gritara.

-Basta… Detente- suplicó con el sabor metálico de la sangre en su boca -Por favor… Te lo ruego…

-Perdí mi vida, a mi familia…- blandió el cuchillo y se acercó -Ustedes no tendrán lo que me quitaron.

Lanzó una pu?alada que Isabelle detuvo protegiéndose el vientre. Recibió un largo y profundo corte en el antebrazo que la hizo gritar. La sangre comenzó a brotar. Enajenado la tomó del cabello nuevamente y la arrastró. Pese a que ella trató de esquivar los muebles, inevitablemente se golpeó varias veces contra ellos. La dejó al centro del salón y de rodillas, esperando a que Oscar entrara y apenas conteniendo la sonrisa, pues ni en sue?os había so?ado con una venganza más perfecta.

Cuando la mujer cruzó la puerta, sintió que su corazón se detenía.

-Suéltala…- murmuró con los ojos convertidos en fuego -Deja a mi hija- tomó lo primero que encontró a mano: un pesado candelabro de plata -Aléjate de ella- sentenció -?Hazlo!

Jerome sonrió y lentamente bajó el cuchillo hasta la garganta de Isabelle. Oscar, sin pensar en nada más, se lanzó contra él. Corrió como si en ello se le fuera la vida mientras su hija, se encogía tratando de esquivar el arma. El periodista perdió estabilidad cuando el delgado cuerpo de la que fue comandante se estrelló contra el suyo. El golpe del candelabro lo aturdió por unos segundos, tiempo que Oscar ocupó para alejar a Isabelle. Sin embargo, antes de poder hacerlo, fue golpeada en la espalda con la banqueta del piano: gritó de dolor al sentir que los huesos de su hombro izquierdo se salían de la articulación, el brazo quedó colgando inerte. Dio media vuelta justo a tiempo para detener la estocada que iba directo a su pecho con la diestra. La mano comenzó a sangrarle debido al profundo corte en la palma. El pu?al fue a dar bajo uno de los sofás. Jerome le asestó un golpe en el rostro para tumbarla y pateó a Isabelle en la espalda para evitar que huyera.

La joven sollozó en el piso, sintiendo que el vientre se le tensaba al máximo. Después de boquear varias veces tratando de respirar, volteó en busca de su madre. Ella estaba de espaldas en el suelo siendo asfixiada por Jerome. Intentó moverse, pero un terrible dolor se lo impidió. Se miró en vestido, la falda estaba manchándose con sangre que no salía de su brazo. Observó nuevamente a Oscar: ésta pataleaba mientras intentaba quitarse al desquiciado hombre de encima con el brazo que aún tenía sano. Comenzó a arrastrarse en su dirección sin que nada más le importara.

De pronto, una puerta se abrió, Birgitta entró dando tumbos; con una mano se afirmaba el estómago que no dejaba de sangrar, mismo líquido que le manchaba los labios y mentón, en la diestra, el cuchillo que no había soltado. Avanzó un par de pasos con la vista pegada en Isabelle, antes de caer de rodillas le arrojó el arma que se deslizó por el parquet. Oscar dejó de patalear e Isabelle, se arrastró hasta coger el cuchillo. Aguantando las ganas de gritar debido al dolor que sentía en todo el cuerpo, tomó el arma y la enterró en la espalda de Jerome, este soltó a la mujer que ya no se movía bajo sus manos.

Con los ojos puestos en su madre, Isabelle arrancó el cuchillo de la espalda del periodista y acto seguido, se lo clavó en el cuello. El hombre cayó sobre Oscar, desangrándose. Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, lo hizo a un lado y lo miró a los ojos, llena de odio y con las mejillas ba?adas en lágrimas le dijo:

-Tu hijo es afortunado al jamás conocerte.

El hombre boqueó antes de exhalar por última vez y ella, presa de un dolor que sintió la partía en dos, cayó a un lado mientras creía escuchar que alguien la llamaba a lo lejos antes de perder el conocimiento. Aquel 16 de noviembre de 1811, el piso del salón que tantas alegrías y sue?os familiares había guardado, se llenó de sangre y lágrimas.

-o-

Augustín fue el primero en llegar, André le pisó los talones. Más atrás, Basile y Gilbert. Todos habían escuchado los gritos histéricos de Martine, quien, después de haber asegurado a sus ni?os y calmarse un poco, había logrado salir por una de las estrechas ventanas de los cuartos de servicio para pedir ayuda. Un alarido de dolor quedó ahogado en la garganta de padre e hijo, al presenciar lo que ni en sus peores pesadillas habían imaginado.

Fin (de este volumen)


Notas:

Sofía von Fersen o Sofía Piper, fue madre de cuatro hijos, Axel Adolf (1778-1827), chambelán, casado con la baronesa Magdalena Armfelt, Sophie Ulrica (1779-1848), casada con Baron Erik Anders Cederstr?m, Charlotta Christina (1783-1798), soltera y Carl Frederick (1785-1859), soltero. Les recuerdo que varias cosas de este fic son datos reales, como el lugar donde el conde Fersen-Escarcha está sepultado y el pretendiente militar de Sofía, sin embargo, y gracias a la magia de este mundo ficticio, algunas cosas las acomodo a mi conveniencia.

En el caso de Fran?ois y su vida en Suecia, quienes leyeron el último gaiden, el de Rosalie, podrán reconocer a Fabien Nubel… y entenderán que no iba a dejar pasar ese crush ni muerta XD… y, además, quienes leyeron Eroica, reconocerán alguna info de ahí también, es decir, hay una mezcla de todo jajajajaja ?Les gustó?

Y bueno… acepto tomatazos, huevos, papas con gilette (como dice mi maestra Krimhild) y todos los improperios que deseen, con respeto eso sí jajajajaja. Si se preguntan por qué puse fin, les explico que hay dos razones importantes, la primera, odio los fics largos y este ya me tenia nerviosa, demasiados capítulos… y la segunda, he variado mucho mi forma de escribir y quiero hacer la tercera parte de esto (contando "?Qué es el amor?" e "Isabelle") de una forma más dinámica y capítulos más cortos, sobre todo por respeto a la historia y personajes, ya que mi intención es cerrar cada arco como corresponde y, además, desarrollar las tramas como se merecen, estamos entrando históricamente en la época de las últimas coaliciones contra Napoleón y bueno, no haré un "se fue a la guerra y volvió de la guerra", por lo que, si se animan a seguirme en lo que viene, serán muy bienvenidas y les prometo no defraudar.

Hice un peque?o paréntesis en "Decisiones" para terminar este capítulo que me quemaba la cabeza y manos, y ahora, ya puedo dedicarme a ese fic y a la continuación de este, que me dicen ?seguimos? Como siempre, agradezco profundamente a Krimhild y E?driel, que me han acompa?ado en este arduo camino (y espero continúen a mi lado) y, sobre todo, a ustedes que han hecho de esta una historia tan potente y exitosa como jamás imaginé (más aún considerando que tiene tanto personaje original y por lo mismo sentía mucho temor de publicar).

En fin… no las aburro más y… ?hasta la vista babies! Pasen por el botón de review a dejar sus propinas (en una de esas me entusiasman y así escribo más rápido, recuerden que este a?o entré a estudiar y estoy robando tiempo de todos lados para poder continuar con esto, pero, lo hago feliz, ya que me apasiona). Un abrazo y cuidense mucho… nos leemos.

PD: Saludos a la amiga guest que me dejó el último review en "Los juegos de la vida" que bueno que te gustó, y sí, leo todos los mensajes, así que gracias! De capítulo extra, no lo he hecho y "Almas perdidas" bueno, está en hiatus, pero en algún momento lo retomaré, eso lo aseguro.

Un abrazo a todas y, en esta oportunidad, hago les mando muchos besos a Zulma por sus preciosos fanarts (los encontrarán en mi pagina de fcbk) y a Nadia, amiga, mucha energía para ti. Gracias Triny, Leidy, Monica, Kely, Serenity, Sandy (besos amiga linda), Andreita, Cinthya, Yeny, Samantha, Amazing Pink (mi CEO de reviews XD), Verito, Patricia, y a todas las amigas Guest y a las que están perdidas, espero regresen ahora que terminó ESTA PARTE DE LA HISTORIA (perdón si me faltó alguien pero miré solo los últimos reviews, mi cari?o y buenas vibras va para todas, incluso para las lectoras que son fantasmitas). Nos leemos, cuídense mucho y ?vamos qué se puede!