Votos

Debo a mis lectores dos disculpas a estas alturas. La primera por la terrible demora en actualizar el fanfic. Este capítulo, a decir verdad, lleva mucho tiempo escrito. No en su versión completa, pero sí prácticamente entero.

Podría poner mil y una excuses por las cuales la demora ha sido la que es, que se reducen básicamente a que la vida ha seguido sucediendo (incluyendo pandemia, nuevo lugar de trabajo, y maternidad inminente) pero no serían más que eso, excusas. Es mejor dejarlo así.

Y al final, después de todo, no es que me haya faltado tiempo para escribir. Tiempo he tenido, de sobra. Lo que me han faltado han sido ganas, inspiración, algo que hubiese preferido que nunca me sucediera. Pero sucedió, y de ahí el motivo de mis segundas disculpas: siento este capítulo tan poco inspirado. No me gusta, pero no hay otro modo de que salga. Así que ahí va.

Gracias por estar ahí pese a todo.


Sus padres se casaron a finales de primavera, y lo hicieron en la capilla privada de la mansión Croft, el lugar donde descansaban varias generaciones de la familia, el lugar donde también descansaba Werner, el lugar donde descansaba Winston. Fue algo extra?o en muchos sentidos, el primero, porque nadie – ni ellos mismos – se imaginaban casándose; segundo, porque lo último en que hubieran pensado hubiese sido una ceremonia católica, oficiada por el querido padre Dunstan, amigo y confidente; y, por último, extra?o que fuese tan privada y discreta que tan sólo la hija de ambos, y la madre de la novia, asistieran, aparte de ellos y el propio sacerdote, por supuesto.

Pero no se sentían cómodos en ninguno de los escenarios alternativos, que implicaba llamar la atención sobre sí mismos y causar una desbordante sensación. Y ellos, especialmente considerando que su padre aún estaba medio convaleciente, querían cualquier cosa salvo causar sensación.

Más tarde, Anna recordaría tan sólo escenas sueltas, imágenes en su mente, porque estaba tan distraída y avasallada por la sensación de irrealidad como cualquier otro. Veía a sus padres en el altar, las manos unidas, murmurando los votos el uno al otro y medio sonriendo como si aquello fuese un chiste bueno; el padre Dunstan y su expresión radiante, que parecía disfrutar más que nadie con aquello; y, cuando la muchacha echó la mirada atrás, por encima de su hombro, vio que su abuela, en contra de todo lo esperable y pronosticado, también estaba allí, de pie junto a la entrada de la capilla; elegante como siempre, observando la escena en silencio y respeto, los labios entreabiertos, como sorprendida e incrédula, a pesar de que había cooperado para organizar aquello.

En cierto momento Anna bajó la mirada al regazo, todavía balanceando las piernas enfundadas en el traje de pantalón y chaqueta que era el único atuendo de gala que se dejaba enfundar, y perdió el hilo de lo que estaba sucediendo. Sentía como la cabeza llena de aire, o más bien de algodón, todavía asumiendo los cambios de los últimos meses. Se alegraba por sus padres, muchísimo, es más, sentía un enorme alivio de que las cosas terminasen bien – aunque nunca se hubiese imaginado que terminarían precisamente en una boda – pero a pesar de todo, no lograba sentirse en paz. Todavía tenía cuestiones pendientes que resolver, especialmente con…

- ?Anna?

La chica alzó la cabeza, azorada. Sus padres y el sacerdote la miraban fijamente, expectantes.

- ?Qué pasa? – farfulló.

Lara torció la boca levemente.

- Los anillos. - indicó.

Anna enrojeció como un tomate y empezó a buscar frenéticamente en los bolsillos de su chaqueta, sintiéndose como una idiota. ?Dónde estaban? ?No aparecían!

- ?Eso es en serio, nena? – dijo su padre, mirándola divertido.

- N-n… no sé dónde los he metido. - confesó, avergonzada, con la cara a punto de estallar.

El padre Dunstan, acostumbrado a peores cosas acontecidas en ceremonias, sonrió con paciencia.

- Tengo unos de repuesto por aquí. – y pasándose el misal a una sola mano, empezó a rebuscar en su sotana – Por si acaso…

- Eso no será necesario. - dijo una voz desde atrás.

Lady Angeline se había adelantado y mostraba una caja en la mano extendida.

Se los había dejado en la mesilla de noche.

Sofocada, Anna saltó del banco y corrió hacia su abuela. Lara sonrió levemente.

- Me sorprende que no los haya tirado por el retrete. - siseó entre dientes, refiriéndose a su madre.

- A mí también. – susurró Kurtis.

El resto de la ceremonia transcurrió y concluyó sin incidentes.


Había unos almendros viejos en el peque?o camposanto tras la capilla. Pese a su edad, todas las primaveras florecían, regando la hierba con sus flores blancas. En un banco cercano Lara ayudó a Kurtis a sentarse. Hacía semanas que ya lograba caminar sobre sus piernas curadas, pero todavía necesitaba apoyarse en una muleta, y tampoco durante demasiado rato. El estar de pie durante la ceremonia le había cargado los huesos recién soldados y ahora le dolían.

Fiel a su costumbre, no se quejó. Ni siquiera el dolor translució a su rostro. Al fin y al cabo, nada podía estropearle un día como aquél.

En silencio, observó a Lara, evuelta en su vestido blanco, deshacer lentamente el ramo de novia, una curiosa mezcla de rosas blancas y rojas que su madre, cómo no, había encontrado de mal gusto y había intentado reemplazar por una combinación más delicada. En su desespero, incluso había intentado recurrir a él.

- Convéncela de que el rojo es de mal gusto para una boda. – le espetó – El rojo es color de ramera, Kevin.

?l había suspirado profundamente antes de clavar en ella sus ojos azules y esbozar una sonrisa lobuna.

- Me llamo Kurtis.

Después de ello, la anciana dama había tenido a bien no insistir.

Lara separó las rosas en dos ramos distintos, más peque?os, uno totalmente rojo y el otro totalmente blanco. Con dedicación, ató ambos con una cinta, para asegurarlos. Por supuesto, había una razón detrás de los colores seleccionados.

Rosas rojas para Werner.

Rosas blancas para Winston.

Rojo para el mentor ardiente, apasionado, que había vivido para lo que amaba más que nada en el mundo, y que había muerto por ello. Inspiración eterna para Lara, reflejo de su propia pasión y dedicación, más padre para ella que cualquier padre carnal, más rival para ella que cualquier otro rival. Hacía tiempo que había aceptado su partida y se había perdonado a sí misma su insensibilidad para con él en los últimos instantes de su vida; aunque una parte de ella siempre desearía borrar, o al menos, disponer de un instante más para decirle lo que nunca había podido decirle, lo que su pasión y dedicación habían despertado en ella.

Blanco para el dulce custodio, puro de corazón y de mente, el fiel servidor de la familia, el único que no la había abandonado cuando todos lo demás le volvieron la espalda. El mayordomo, el amigo leal que había creído en ella cuando nadie más lo había hecho, el guardián fiel de su hogar, el apoyo constante sin preguntas ni dudas; más padre para ella que cualquier padre carnal, más amigo para ella que cualquier otro amigo. Se había ido en medio de la noche, en silencio, mientras dormía, sin ser consciente de ello, sin sufrimiento, sin dolor. Al menos, con su partida Lara sí estaba en paz, había tenido el tiempo que con el mentor le había sido robado, aunque al principio pensó que tampoco lo superaría. Había vivido para ver su familia completada, para coger en brazos a su hija.

Qué más se puede pedir. – murmuró, arrodillándose ante las tumbas de sus dos padres reales, los únicos que había conocido. Dejó el ramo blanco sobre la tumba de Winston y el rojo sobre la tumba de Werner. El vestido de novia se manchó con la humedad de la piedra y el verde de la hierba, pero no tenía importancia.

No tenía importancia alguna.

Permaneció en silencio durante un buen rato, observando las lápidas, recordando. Kurtis esperó pacientemente. No tenía prisa. Para él, tampoco se podía pedir nada más.


Volvieron caminando lentamente hacia la mansión, todavía en silencio. Sin embargo, al entrar en el hall de la mansión Croft, se quedaron inmóviles, petrificados.

El amplio suelo del hall estaba regado de pétalos de rosa roja, frescos y fragantes. Su aroma llenaba el ambiente hasta empalagar. Una serie de velas encendidas, también perfumadas, estaban estratégicamente colocadas en cada escalón de las dos escaleras que conducían, a cada lado del hall, hacia la planta superior del edificio. El reguero de pétalos de rosa continuaba ascendiendo por ambas. Tanto Lara como Kurtis dedujeron inmediatamente hasta dónde llegaba.

- ?Esto es cosa tuya? – murmuró ella, mirando fijamente la alfombra floral.

- No. - respondió él. Y se rio en voz baja – No tengo ni idea de quién ha hecho esto.

- Mi madre no, desde luego.

- Uf, no. Espero que no. Pero ya que estamos…

Y, apoyando la muleta en la barandilla de la escalera, súbitamente dio media vuelta y levantó a Lara en brazos, que, sorprendida, no alcanzó a reaccionar hasta que sus pies ya no tocaban suelo.

- ?Qué haces? – le dijo – Todavía te estás recuperando.

- Qué poco respeto tienes por las tradiciones, se?orit… espera, ?cómo te llamo ahora? ?Se?ora Croft? ?Se?ora Heissturm? ?Se?ora de Trent?

- Déjate de bobadas y sube rápido la escalera, no estás para estos bailes, ni yo soy nada ligera de cargar.

Pero la subió sin dificultades aparentes, siguiendo el estúpido rastro de pétalos rojos. Tiene que haber sido idea de Anna, pensó Lara, apoyando el rostro en la mejilla afeitada de Kurtis y oliendo su perfume, pero ni siquiera a Anna le pegan estas cosas.

La habitación de matrimonio estaba sembrada de rosas también en el suelo, y sobre la colcha nueva de la cama. Habían encendido la chimenea, pues aún hacía fresco entre aquellas paredes de ladrillo, y también diversas velas perfumadas ardían sobre las mesillas de noche y en los estantes.

Lara seguía preguntándose quién habría hecho aquella tontería cuando Kurtis la depositó sobre la cama y se agazapó sobre ella. Si estaba agotado o le dolían las piernas, no lo dio a entender. Pero entonces ella notó crujir algo bajo su espalda y se contorsionó, rebuscando bajo ella.

- Aquí hay algo. - murmuró, y tiró de un papel doblado que salió de entre los pétalos de rosa. - ?Una nota?

Era una nota rosa y doblada. La letra, sin embargo, era inconfundible.

UN D?A DE ESTOS VOY A MATARTE

?C?MO TE ATREVES A CASARTE SIN DECIRME NADA?

?STA ME LA PAGAS. ERES LA PEOR AMIGA DEL MUNDO.

DISFRUTA DE MIS ROSAS. OS QUIERO.

SELMA

- Cómo no. – murmuró Lara - ?Cómo se ha enterado? – y lanzó una mirada sospechosa a Kurtis.

?l se encogió de hombros.

- ?Importa mucho?

- No. No realmente.

Anna. Claro que había sido ella. Y también la que había ayudado a Selma en aquel inesperado regalo. Luego intentó imaginarse a su hija esparciendo, enfurru?ada, aquellos pétalos y encendiendo las velas y se echó a reír.

Kurtis apagó su risa con un beso.


La vio aparecer en lo alto de la escalera. Llevaba su acostumbrado conjunto de pantalones y camiseta, pero esta vez, no se le escapó que tenía la mano izquierda vendada. Anna se quedó mirándola durante unos instantes, muda. Expectante. Había cierto pánico en sus ojos.

Kat suspiró.

- Baja, Anna.

Su amiga apoyó la mano en la barandilla y empezó a descender lentamente, hacia ella. Kat miró de nuevo la mano vendada. Se veía un poco de sangre bajo las vendas.

- ?Qué te ha pasado?

- Nada. - farfulló Anna – Un accidente. Estaba… entrenando con papá.

- ?Entrenando para qué?

Pero Anna no tenía ganas de hablar. Miró a su alrededor, al hall vacío, que resonaba con el tic tac del antiguo reloj. Su madre se había retirado discretamente. Estaba a solas con ella.

- Kat… ?a qué has venido?

La muchacha rubia dejó la mochila en el suelo.

- A verte, tonta. ?A qué otra cosa iba a venir?

Anna permaneció en silencio. Luego un bajó un poco más. Despacio. Lentamente. Todavía no ve del todo bien, pensó Kat. Aunque trata de disimularlo.

- ?No estás enfadada conmigo? -aventuró Anna, de pronto tímida.

Kat suspiró.

- ?Por qué? ?Porque arrasaste el patio sur del colegio por mi causa? ?Porque casi has matado a Maggie y a Clarice? – Anna bajó la cabeza y se encogió ligeramente. Kat suspiró de nuevo y cambió el peso de una pierna a otra. – Lo del patio te lo perdono, es más, ha sido bastante alucinante. Pero ellas…

Dejó la frase sin terminar. Durante un momento, no se oyó más que el tictac del reloj, y los pájaros en el exterior. Ya era primavera.

- Anna. - dijo Kat, seriamente. – No quería que te pelearas por mí. Y quiero mucho menos que mates por mí.

- Yo no quería matarla. – musitó Anna – Sé que es difícil creerlo, pero yo no quería. Sólo quería…

Kat ladeó la cabeza, miró hacia el imponente reloj.

- Vengarte. - terminó ella. – Devolver mal por mal. Machacarla, como bien dijiste. Sí que la has machacado. A base de bien.

- Perdóname.

La última palabra apenas la susurró, pero la oyó de todos modos. Subió dos, tres escalones hacia ella. Le tomó las manos, la sana y la vendada. Estaban frías. Las frotó. Y luego se las llevó a la boca y las besó.

- Anna Croft. – le dijo – Estás loca. No puedes hacer esta barbaridad por un moratón en un brazo. ?Qué harás cuando sea algo peor?

- A ti no te pasará nada peor, Kat.

Ella se rio.

- Por favor… no seas ni?a. Contéstame. ?Qué harás?

- Lo que pasó no tendría que haber sucedido. Fue un error. Perdí el control.

- ?El control de qué?

Todavía tenía sus manos entre las suyas. Anna las miraba fijamente.

- No puedo decírtelo.

- ?No puedes o no quieres?

- Te pondré en peligro.

Kat suspiró de nuevo.

- Estuve hablando con tu madre, ?sabes? Ella me llamó.

Anna palideció y la miró, asustada.

- ?Te ha… te ha dicho algo?

- No quiso contármelo. Decía que eso sólo te correspondía a ti. Pues venga, Anna, cuéntamelo. He venido para eso. Necesito entender lo que ha pasado.

Pero su amiga negó con la cabeza, alterada.

- Ya me tienes miedo ahora…

- ?Y crees que tendré menos miedo si sigo ignorando lo que te pasa?

- Lo que me pasa no se irá nunca. Es lo que soy.

- No me importa lo que seas.

- Kat – ella se soltó de sus manos – tú tenías razón. Hay algo en mí. Algo oscuro. Algo terrible. Ese algo se escapó aquel día, y yo no lo pude controlar. Lo mejor que puedes hacer… es irte. Alejarte de mí.

- Pues no voy a hacerlo. Porque te quiero tal como eres. Y si has cambiado, querré también en lo que te hayas convertido. Sé que lo que has hecho, aunque esté mal, lo hiciste por mí.

Silencio.

- Por favor, Anna. No debí haber dicho lo que dije. No era verdad. Te querré seas lo que seas.

Silencio.

La tomó de nuevo de las manos. Tan frías. Le temblaban.

- Vamos al laberinto. – le propuso.


Como cuando eran ni?as, mucho más ni?as, aunque no sabían en qué momento habían crecido. Ya no se sentían tan ni?as, pero allí estaban, sentadas en el escalón, entre los dos atlantes de Tula.

Anna estaba temblando, como si se helara. Kat la abrazó, la meció contra su pecho.

- Tengo miedo de contarte esto. - admitió, al fin. – Mi padre me advirtió de que lo pensara bien.

- ?Y lo has hecho?

- Iba a decírtelo. Estaba segura. Antes de… Maggie. Pero ahora todo ha cambiado. Me siento sucia. Me siento un monstruo. Una asesina.

- Ella no está muerta. Y Clarice tampoco. No has matado a nadie.

- Pero puedo hacerlo. Y quizá lo haga.

- Annie…

Estaba empezando a oscurecer. Kat rara vez se había quedado a la intemperie cuando oscurecía. Pero ya nada de eso importaba.

- No me vas a creer.

- Creeré lo que tú me digas, Anna.

- Es… muy surrealista.

- Seguro que lo es.

Siguió oscureciendo. Las luces de la mansión se encendieron. Anna casi podía oír a su madre dando vueltas por el estudio, mirando mapas, haciendo llamadas de teléfono. O a su padre, entrenando en el gimnasio, intentando recuperar las fuerzas perdidas.

Sentía los latidos del corazón de Kat. Un sonido muy suave, un órgano muy frágil. A a?os luz de aquella nova de energía, del poderío que su propio cuerpo había desatado en el colegio. El esplendor del Don.

- Lux Veritatis mecum.

Lo había dicho en voz alta. Kat arqueó las cejas.

- Eso es latín, ?verdad?

- Lo es. – Anna se separó de su pecho, pero no le soltó las manos. – Kat, no puedes contarle a nadie lo que te voy a decir.

- No lo haré. Puedes estar segura. – y le apretó con fuerza.

Mirando sus dedos entrelazados, porque no tenía valor para mirarla la cara, Anna se rindió por fin.

Y lo contó todo.