Siempre presente V

Saya entró a su habitación desmoronada, sus ojos inundados en tristeza. Era una mirada que Haji conocía muy bien. ?l después de todo presenció cómo su semblante se tornaba cada día más afligido y desolado. Veía silencioso como cada década la pérdida la despojaba cada vez más de su corazón. Poco le importaba que no quedará en él restos de humanidad, que la pesadumbre hubiera ganado. No sentía lo mismo con Saya, ver la chispa de vida desvaneciéndose, lo lastimaba. Con pesar tuvo que reconocer que George Miyagusuku, solo era la primera muerte a la que Saya tendría que enfrentarse en su nuevo despertar.

Acostada en el futón, la joven se abrazaba con fuerza el torso, un inútil intento de mantenerse unida. Las lágrimas resbalaban por su rostro, sus labios apretados con fuerza reprimiendo que los sollozos fuesen audibles.

Dolía verla llorar. No lo exteriorizo, se mantuvo impasible, apoyado en un rincón de la peque?a habitación. Observó con detalle el lugar donde Saya había vivido todo un a?o. Las peque?as huellas de sus días allí. Cada espacio desprendía la tranquilidad de una joven que no recordaba su pasado manchado de sangre. Enmarcadas vio fotos de Saya en la playa, el colegio, en sitios turísticos, junto a su familia adoptiva y amigos que él no había conocido, en todas era el reflejo de una jovencita feliz.

Deseo que aquello fuese real, no una sola ilusión. Habría deseado darle la vida tranquila que ella siempre a?oraba. Cerró los ojos, consciente de lo inútil que era pensar en cosas imposibles. El deseo de Saya estaba claro, lucharía para vengar la muerte del hombre que la cuido. Y él la acompa?aría hasta el final.

Pasaron varias horas, hasta que Saya se quedó dormida en un inquieto sue?o.

El peque?o ni?o quien se desenvolvía como el hermano menor de la muchacha entró a la habitación claramente incómodo por su presencia. Sus ojos rojos denotaban que él también había estado llorando.

―Mi hermana está dormida ― suspiró abrazando un manojo de hojas y libretas que llevaba en sus manos ― Kai se fue a correr. Yo no sé qué hacer ― se mantuvo en silencio, no tenía respuestas para calmar a un ni?o, su corazón humano se había enfriado hacia demasiado tiempo para ser empático.

― ?Tienes hambre? ― le preguntó con cierto temor.

Negó con la cabeza en toda respuesta. El ni?o apretó aún más fuerte los papeles que tenía entre sus brazos. Inseguro.

― Cuando mi hermana llegó, ella era distinta, como una ni?a – comenzó enterrando la vista en sus zapatos ―Mi papá…― sus peque?os hombros temblaron reprimiendo el llanto. Una persona corriente lo habría abrazado para transmitirle fuerza, él en cambio no hizo amago de acercarse. A la única persona que podía sosegar era a Saya a través de la música ― Mi papá le dio muchas hojas y colores para que pintara, le ense?ó poco a poco a retomar su escritura. Ella dibujó mucho, le gustaba. Mi papá los guardo, creo que deberías verlos…

Haji acepto el pu?ado de hojas dobladas y manchadas. El jovencito se acercó junto a Saya y le dio un beso en la mejilla humedecida por lágrimas silenciosas.

―Creo que iré a cocinar algo para Saya y Kai ― comentó al regresar a su lado, era sencillo notar que su presencia le perturbaba.

No respondió, el ni?o salió deslizando con cuidado la puerta. Se quedó un rato observando el primer dibujo. No tenía técnica ni una forma clara. Los trazos completamente desiguales en algunos puntos gruesos y otros muy delgados. Tardó mucho en entender que era el bosquejo de un perro.

En su vida en el Zoológico, Saya no se había caracterizado por ser una pintora destacada, pero como cualquier jovencita bien instruida, sus dotes para las artes eran aceptables. Aquello no eran más que garabatos. Se imaginó que diría la Saya Goldsmith si le presentará aquellos dibujos:

?Qué se supone que es esto Haji?, es inaceptable – le habría mirado con superioridad y con toda seguridad destrozaría aquel dibujo como si le hubiese ofendido gravemente ― No vuelvas a traerme tal mediocridad.

Saya en aquella época era dura. Sus manos lo sabían bien. Recordaba los azotes del arco cada vez que se equivocaba en una pieza. Los zapatos directo a su cabeza cuando no los pulía correctamente…

Sus pensamientos se evaporaron al dar con el siguiente dibujo del montón. Era él. Inconfundible. Si quedaban dudas el estuche de su chelo lo aclaraba.

Si su corazón no se hubiera detenido hacía ya tantos siglos, estaría latiendo acelerado en ese instante. Que impacto le ocasiono verse retratado en los imperfectos dibujos de Saya. Con cierta impaciencia los fue pasando uno a uno, casi reverencialmente. En casi todos estaba el. A veces muy cerca, que se podía detallar la cinta azul que ataba su cabello, en otras solo una mancha negra en la lejanía, pero nunca estaba lejos. Quiso conservarlos todos, como un arqueólogo que consigue una pieza sublime.

Observó a Saya con el brillo de un sirviente devoto. Su semblante no lo dejaba traslucir, pero estaba radiante. Cientos de quirópteros podrían atacarlos y los destruiría sin disminuir su emoción. Saya ansiaba su presencia, lo recordaba a pesar de todo, le era importante.

Se avergonzaba de su tardanza en hallarla y a la vez se conmovía que su ama lo tuviera presente. Lo más cercano a una emoción lo inundo desde el interior.

― Te extra?e Haji…― levanto el rostro ante esas palabras, pero Saya seguía profundamente dormida. Hacia mucho que no la escuchaba hablar en sue?os…